La corrupción: Desde el quirófano, hasta la subsecretaría
“Corrupción es la acción y efecto de corromper (depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar). El concepto se utiliza para nombrar al vicio o abuso en un escrito o en las cosas no materiales” (Real Academia Española , 2019).
Que los liderazgos políticos se construyan a partir de ofertas imposibles de cumplir, o a partir de discursos preferidos por seres cuasi-inmaculadxs y aparentemente aptxs para una “canonización en vida”, no representa novedad alguna en nuestros días. De hecho, la mayor parte de figuras políticas que se han perfilado en los últimos 15 a 20 años, se han catapultado utilizando los errores morales y éticos de quienes antecedieron la gestión que estxs ostentaban en su momento.
“Cirugía mayor a la corrupción”, “Obras sin corrupción”, “Honestidad, experiencia y trabajo.”, además de frases como “la corrupción nos ha robado los sueños” o “lxs malxs no son lxs políticxs, sino lxs politiquerxs” entre muchas otras, no han dejado de invadir la opinión pública en épocas de campaña electoral. Entre el tejido social, se hace eco al argumento que la mayor necesidad del/ la ciudadanx común es librarse de ese cáncer, de ese parásito comúnmente llamado corrupción.
En el pasado reciente, la sociedad pasaba a jactarse de un par de características nacionalizadas y vergonzosamente practicadas por el común de lxs ciudadanxs: la hora ecuatoriana y la “viveza criolla”, dos prácticas incorrectas y constantes que al parecer ya no son motivo de conversación o queja del/ la ciudadanx común, sin que estas hayan sido erradicadas aun de las prácticas cotidianas.
Prácticas diarias, como el hecho de dejar encargando el puesto en el banco, no devolver lo que se encuentra y no es propio, aprovecharse del camión de bebidas que se accidentó en la vía, no respetar el puesto preferencial en el transporte público, hacer doble fila en el supermercado, o robar internet, también representan actos de corrupción. Finalmente, estas prácticas podrían constituir la raíz de la corrupción política y de las altas esferas de gobierno. Este tipo de actos aberrantes y normalizados son la célula de nacimiento del cáncer de la corrupción, el lugar de origen por donde este mal empieza; y aún sin ser cientos de millones de dólares los que se pierdan en estos casos, queda en el camino algo fundamentalmente más importante: la misma dignidad humana.
En el actual análisis es pertinente recalcar que los gobernantes no son seres de otro mundo, sino personas comunes que alguna vez se encontraban en una parada de bus, en una fila de banco, en un supermercado, en la tienda o en una cancha de fútbol; seres humanos normales, lxs cuales no han pasado por algo como una institución de formación profesional de corruptxs, en el caso de que una institución así existiese. Aunque cueste y duela aceptarlo, estas personas forman parte de nuestros círculos sociales y de la ciudadanía misma, además de ser fiel muestra de la manera en que ciertos grupos de la sociedad han descubierto un negocio rentable en el ámbito de la gobernanza.
Pretender acabar con la corrupción a corto plazo, iniciando en las esferas políticas y de gobierno, no pasa de ser una forma demagógica de venderle humo a la población. Escándalos como el de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, la alteración de partidas de nacimiento de futbolistas, las coimas a agentes de control de tránsito y demás casos conocidos a diario, demuestran que erradicar la corrupción resulta ser un proyecto a largo plazo, donde lxs involucradxs (toda la sociedad) deben estar conscientes del gran problema que representa y los beneficios que traería combatirla desde su nacimiento, en un contexto de compromiso e inversión como proyecto, más no como mera y efímera oferta de campaña.
Crear una subsecretaría con peso de ministerio para “erradicar la corrupción” por autoridades que después de dos años de mandato demuestran haber incumplido con su propio plan de gobierno ante la ciudadanía, además de haber cometido un sin número de despropósitos en contra de la voluntad popular y con el poder político más importante del país resumido en una Asamblea Nacional atestada de escándalos vergonzosos de cobros indebidos, tráfico de influencias, coimas y podredumbre por doquier, supone ser una senda burla al país y sus habitantes. Un gobierno, en el que lxs concejerxs del poder superior son accionistas de empresas creadas para robar abiertamente al colectivo; un gobierno en el cual sus principales directorxs y secretarixs no han pasado de ser un grupo de prepotentes que se burlan de empleadxs impagxs de radios y canales televisivos incautados; un gobierno donde sus principales funcionarixs quieren hacer botín de las empresas estatales más rentables; resultante en la configuración de un grupo gubernamental en el que el 90% de sus integrantes no han sido elegidxs democráticamente en las urnas, sino, puestxs en su cargo a dedo, en un intento por satisfacer los intereses de ciertos grupos económicos de poder. Desde ese mismo lugar, las elites gubernamentales pretenden convencer al colectivo de que su combate a la corrupción nacerá de una secretaría tácitamente regalada al nuevo ahijado político del presidente.
Resulta pertinente afirmar la posibilidad de erradicar efectivamente la corrupción, siempre y cuando este proceso parta desde la base, desde la ciudadanía, con campañas educativas, a base de concienciación, paciencia y con objetivos medibles como política de Estado. Sin embargo y bajo las actuales circunstancias, emitir una ley anticorrupción desde la Asamblea Nacional y crear una Secretaría Anticorrupción desde el actual gobierno, resulta ser el equivalente a la apertura de un centro de salud para lxs habitantes de un cementerio.