La paz selectiva de Moreno
El retiro de Moreno como garante de la mesa de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) es una fuerte contradicción para un gobierno que se movilizó - junto a la oligarquía guayaquileña y la Iglesia católica - por esa misma causa; la paz. A sorpresa de muchos, incluyendo las autoridades del Estado colombiano, la improvisada declaración el presidente ecuatoriano, se constituye como una señal geopolítica que se esconde tras los ataques en Esmeraldas.
En tanto que es una medida contraria a los intereses del pueblo hermano de Colombia, no de su clase política - claro está -, la decisión se encuadra inconstitucionalmente en el ingreso formal del Ecuador dentro del área de influencia de los Estados Unidos, haciéndonos más vulnerables aún ante la peligrosa deriva del proceso de paz y la judicialización del progresismo latinoamericano.
Las decisiones de Moreno, lejos de buscar una salida al conflicto en la frontera, trata de legitimar al régimen, victimizándose constantemente para capitalizar la opinión pública a su favor, olvidando al parecer, que la paz con justicia social en Colombia representa no solo la tranquilidad en la frontera, sino una solución profunda de la violencia ligada al mercado ilegal del narcotráfico, situación que se está saliendo de las manos del Gobierno actualmente.
Según el senador colombiano Ivan Cepeda, la decisión mezcla dos eventos: el ataque de la organización criminal de alias “Guacho” y el proceso de paz con el ELN, obviando que hasta la fecha - el proceso se instaló en Ecuador en febrero de 2017 -, el rol del país había sido importante para garantizar la paz.
Tras las declaraciones de Moreno, diversas y oscuras personalidades de la política nacional e internacional aplaudieron la decisión del Gobierno; así fue el caso del narco político y ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, quien calificó esta acción como un “buena ejemplo”.
El abrupto final del Ecuador como garante de paz, no es un hecho que obedece de forma coherente a una postura política del Gobierno, no. Es un giro total que está a tono con el retorno del neoliberalismo en el Ecuador y se suma a una serie de eventos y estrategias, que en medio de una ola de atentados, secuestros y asesinatos, se dirigen al ataque contra el anterior Gobierno para sacar rédito propio y cohesionar a la población, levantando la idea que la ayuda extranjera es necesaria.
Con cierta habilidad Moreno ha posicionado en el sentido común de los y las ecuatorianas las palabras terrorismo y narcotráfico como sinónimos de subversión, mientras la inoperancia de su administración es tapada con un bombardeo sistemático desde los medios de difusión aliados del Gobierno.
Acudimos a un escenario de restauración reaccionaria que busca cualquier elemento, pequeño o grande, para legitimar decisiones equivocadas que lejos de traer la paz, como ya lo vemos, traen violencia. Moreno es cómplice, no víctima.