¿Qué hacemos con el nulo?
Es evidente que, en el juego democrático burgués, las opciones son escasas, por no decir limitadas y -limitantes-, a la hora de hacer ejercicio efectivo de lo que nos han vendido como el epítome de la participación: el voto.
En el Ecuador, el proceso electoral de cara al 2021, nos ha llevado nuevamente a tener que elegir entre -en teoría- dos proyectos políticos distintos. La derecha radical, con Lasso como representante y el neoliberalismo que ha consumido a este país en cuatro años como estandarte. Por otra parte, aparecen las fuerzas del correísmo articuladas en la alianza UNES, las cuales abanderan un proyecto progresista, que sin ser de izquierda per se, promete un Estado de bienestar, lejos de la depredación neoliberal.
Entre estas dos alternativas se cierne las posibilidades de futuro inmediato del país. Sin embargo, existe otra alternativa, alternativa que, en el ejercicio democrático de la participación, no deja de ser legitima. En el marco de esa legitimidad se abre el debate en torno a que repercusión tiene el votar nulo en el ejercicio de la Realpolitik.
No vamos a decir que votar es la vía para las revoluciones o transformaciones. En las urnas no caben ni cabrán los anhelos de transformación. Las urnas, el Estado y el ejercicio de votar, son mecanismos propios del diseño de democracia burguesa, la cual coloca al Estado-Nación como forma máxima y deseable de administración de la vida. Sabemos que no es así. Sabemos, creemos, construimos nuevas formas y sobre todo, luchamos para que el ejercicio del poder sea radicalmente distinto al que tenemos.
Sabemos que votar por uno u otro caudillo no trae solución inmediata a los problemas. Que canalizar la inconformidad en democracia es un poco menos que imposible, sin ser llamado “terrorista”. Sabemos que, gane quien gane, el pueblo pierde. No es mentira, ni secreto que el Estado es “el comité de asuntos de la burguesía”; de hecho, la actual coyuntura lo demuestra.
Con todas estas consideraciones entonces ¿qué hacemos con el voto nulo? Antes de responder, no pretendo atacar desde la moral, expresando que es una “irresponsabilidad” votar nulo, porque profundamente no creo que lo sea. Creo que es, en todo caso, poco menos que práctico ejercer el voto nulo en un sistema democrático de cartón que nos obliga a eso precisamente, a decidir entre uno otro o nada. Si votar nulo fuese de alguna forma atentatorio contra el propio sistema democrático burgués, les juro que no sería una alternativa válida dentro de las votaciones mismas. La forma de rechazar en todo seria no votar.
¿Qué pasa entonces con la lucha por transformaciones estructurales? Como ya mencioné, no la podemos reducir al plano electoral. La lucha debe darse bajo cualquier condición. Y es aquí a donde quiero llegar. ¿Es estratégico/legitimo/práctico negar y rechazar la única posible ventaja que podríamos tener en la bronca con el Estado? ¿Cuál ventaja? La de las condiciones materiales de disputa.
Para ser claro. En ninguno momento digo que se deba resignar la lucha, que se deba dejar de lado la aspiración y el trabajo por construir una alternativa popular al Estado burgués. Lo que digo es que se puede votar y seguir peleando. Que nunca será lo mismo enfrentar al neoliberalismo en las condiciones de precariedad que te obliga a vivir, que enfrentar a un Estado de bienestar con todo lo que esto implica. La pelea debe ir por que debe ir, pero no es necesario complicarnos las condiciones de esa lucha, no cuando puedes de alguna forma modificarlas, por más mínimo que sea en tu favor. No cuando tienes un poco de aire y lo dejas escapar.
Para ser claro, no digo que enfrentar un Estado benefactor sea “más fácil” o “más cómodo”, digo que las condiciones en las que se enfrenta, nos garantizan sino una mayor posibilidad de éxito, al menos mejores posibilidades de lucha y resistencia. Un Estado es el comité de asuntos de la burguesía, y de ninguna forma va a ser fácil construir algo nuevo, pero si este propio Estado nos puede garantizar: salud para recuperarnos de la batalla, educación para entender que las elecciones son el medio y no el fin, comida y trabajo para que los recursos, no mengüen en resistencia. ¿Es práctico renunciar a esto en nombre del propio descontento? A la final no fue Marx quien dijo que “el capitalismo construye y nos vende la cuerda con la que hemos de ahorcarlo” ¿Deberíamos renegar de esa cuerda?
Como dije el votar nulo y no ser cómplice del ascenso al poder de nadie, es en alguna medida legítimo, y quizá hasta mucho más cómodo que asumir el error a posteriori, pero no debería ser requisito para querer luchar por algo más allá del Estado. Entender que las elecciones son medio y no fin, me parece una de las principales tareas, incluso para esos académicos, doctores de universidades, que desde su cómoda ceguera enuncia al progresismo en la misma línea de la comuna de París. Que busquemos el terreno más favorable de lucha se ha vuelto la excusa para acomodarse en ese terreno y no luchar. Sin embargo, ese es tema para otro debate. Por ahora queda la duda de ¿Qué hacemos con el voto nulo?
Fotografía: Iván Castaneira