8M: contra el neoliberalismo en clave patriarcal
Este 8M nos enfrenta a una precarización de la vida en proporciones sin precedentes. Este día conmemoramos a las mujeres organizadas y rebeldes, a las obreras textiles que murieron en Estados Unidos bajo el poder de las llamas y el patriarcal capital, a las mujeres que sostienen la vida, a las que se enfrentan a la calle, a las mujeres trabajadoras, a las mujeres trans, las mujeres con discapacidades, a las mujeres todas.
La naturalización de las desigualdades funciona como un mecanismo engañoso para justificar la injusticia en la sociedad de clases. La pandemia solo se ha mostrado como un síntoma más de la brutalidad inherente del sistema, y ha sido la oportunidad de los poderosos, para extremar la precarización de la vida, exacerbando las contradicciones de clase, de todas las clases. La precarización de la vida también se refleja en el drástico aumento de la pobreza: el porcentaje de la población (sobre) viviendo bajo condiciones de pobreza es del 32, 4% y de pobreza extrema del 14,9%, índices comparables en el Ecuador, con el año 2007.
Durante el último año, la insistencia del Gobierno Nacional, en colocar al mercado por sobre la vida se ha hecho más evidente que nunca,. En este sentido, la pandemia se presenta como una oportunidad única de re-acumulación primitiva, a costa de la vida de las mujeres, de lxs cuerpxs racializadxs, de lxs pobres, y de los animales no humanos.
En esta nueva etapa del capitalismo, la apropiación del trabajo de las mujeres por parte del gran capital se reformula, precarizando aún más nuestras vidas. El coronavirus y la pandemia, se convirtieron en la excusa perfecta para profundizar y radicalizar las lógicas neoliberales. Nos enfrentamos a una insistencia en la reducción del Estado, y por ende lo público, privatizando todo lo común. El manejo de la pandemia se presenta entonces como una mala suerte de limpieza social, en el que la necropolítica difícilmente puede ejemplificarse de mejor manera. No somos iguales, ni en la vida, ni en el trabajo, ni en la enfermedad ni en la muerte.
El capitalismo patriarcal colonial, se renueva siempre para expandir su maquinaria de miseria y muerte, al mismo tiempo de maximizar la plusvalía. El neoliberalismo mata en clave patriarcal. Conjuntamente con la reducción del Estado, la precarización de la vida se manifiesta de forma específica sobre los cuerpos femeninos y feminizados. La incapacidad o falta de voluntad del Estado para resguardar la vida de las mujeres en situación de violencia patriarcal dentro de sus casas, simultáneamente a la persecución a trabajadoras informales, y el poco o nulo acceso a salud, es escalofriante. En Ecuador, una mujer es víctima de feminicidio cada 72 horas.
Los índices de violencia en contra de las mujeres dibujan un panorama extremadamente alarmante. En 2020, 64,9% de las mujeres encuestadas declaró haber sufrido un tipo de violencia en su contra. Los mismos datos reflejan que de 10 mujeres en el Ecuador en 2020, 5 han sufrido violencia psicológica. 35,4% de mujeres ha sufrido violencia física, al mismo tiempo que el 32,7% ha sufrido violencia sexual en el país. Un total de 47,5% de los cuerpos gestantes han sufrido de violencia gineco-obstétrica, además de un 16,4% de la población encuestada declaró haber sufrido violencia económico patrimonial en 2020.
Con la división sexual del trabajo, se diseñó e implementó el mecanismo perfecto para apropiarse del trabajo de las mujeres, permitiendo la acumulación primitiva del capitalismo. No es coincidencia que a nivel global, las mujeres percibamos un menor salario, ni que la mayoría de trabajadoras informales -sin ninguna seguridad social- seamos mujeres. Tampoco es coincidencia que la mayoría de compañeras trabajadoras sexuales sean mujeres precarizadas –precisamente por la insistencia puritana de no legalizar el trabajo sexual-. Tampoco es coincidencia que más mujeres nos hayamos incorporado masivamente al trabajo asalariado, pero que los hombres no se hayan incorporado a los trabajos de cuidado.
La tasa de desempleo regional de mujeres es del 12% al cerrar el año 2020, comparada con el 9,7% en hombres. Aproximadamente 118 millones de mujeres en América Latina, cayeron por debajo del umbral de la pobreza en el año 2020, representando un aumento de 23 millones y casi el 20% respecto al año 2019. En el Ecuador y con referencia a diciembre de 2020, la tasa de desempleo en mujeres se ubica en el 8% frente al 5,7% de hombres desempleados. Las estadísticas son abrumadoras, respecto a la proporción de desempleadxs, las mujeres representan el 56,4% frente al 43,6% en hombres. No existen estadísticas recientes que recaben datos multidimensionales a detalle, pero sin embargo no resulta difícil imaginar los porcentajes de desempleo y pobreza en mujeres empobrecidas, racializadas y trans.
Así mismo, existe una profundización de las políticas represivas contra quienes viven del espacio público, es decir, de trabajadoras y trabajadores informales. Muchas de las mujeres que conforman la población de trabajadoras informales, ejercen trabajos que se tipifican como delitos y constituyen trabajos altamente estigmatizados. En este sentido, también se ha precarizado la vida, en cuanto los aparatos represivos del Estado, han agudizado el control del espacio público, que es el espacio de trabajo de estas mujeres, recrudeciendo así la violencia. El Estado punitivista no da tregua alguna a los cuerpos femeninos y feminizados que ejercen el trabajo informal. Resulta evidente que las personas más vulnerables, son las personas más empobrecidas, racializadas y sexualizadas.
El neoliberalismo ha demostrado que su consigna principal es la reproducción de la miseria, además de la criminalización de la pobreza. Pero en su majestuosa y aparentemente infinita capacidad de reinventarse y reinventar todos los mecanismos de cosificación – explotación – opresión, el capitalismo patriarcal colonial, este parece resurgir potencializado. Sin embargo, los feminismos populares hemos logrado desarrollar el valor y política del cuidado como una de las formas de resistencia más efectivas. Al precarizarse las condiciones de vida, el cuidado toma un rol radical: el sostén de la vida.
En definitiva, únicamente la abolición de la división sexual del trabajo logrará posicionarnos en la capacidad necesaria para resistir y transformar la realidad miserable y perversa en la que vivimos bajo el sistema actual. “Si nosotras paramos, se para el mundo”. Sólo en la revalorización del cuidado, de los trabajos de cuidado, como valor feminista elemental para sostener y continuar la vida, tendrían el potencial de transformar las lógicas y sentidos del mundo en que habitamos. Que prime la redistribución del trabajo de cuidado -ejercido por todxs lxs cuerpxs de la comunidad- en contra de la mercantilización del capital.