Chile: Pinochet nunca se fue
El plebiscito constitucional del 4 de septiembre de 2022 en Chile, entrará en la historia como una profunda derrota ideológica y material de los progresismos latinoamericanos. Sin embargo, esta desembocadura de un proceso que inicio en las calles en octubre de 2019, y en 1973 con el golpe de Estado perpetrado por Pinochet y la CIA, revelan que tras décadas de terapia del shock, el pueblo chileno parece haber naturalizado el fascismo estructural profesado por la burguesía cercana a los Chicago Boys. Al mismo tiempo, el rechazo presupone una derrota contundente de los sectores autodenominados de “izquierda”, mismos que llegaron al gobierno gracias a la capitalización del descontento popular, que ha reproducido los errores históricos de los progresismos latinoamericanos.
Gabriel Boric, presidente de Chile por apenas cinco meses, junto a su partido Convergencia Social, se catapultaron como fórmula de gobierno en coalición con el Partido Comunista de Chile, gracias al estallido en rechazo al neoliberalismo. Recordemos que en Chile se ejecutó el primer ensayo neoliberal de AL, tras un golpe de Estado pro imperialista en el que se impusieron las violencias estructurales más crudas del capitalismo, y su doctrina política basada en el anticomunismo. Chile pasó a figurar como el laboratorio social y económico del mecanismo de control social por excelencia: la doctrina del shock.
La contundente victoria del rechazo a la nueva constitución chilena presupone una lectura política profundamente errada del pueblo por parte de la izquierda, misma que se esmeró en servir como canalizadora del rechazo al neoliberalismo, sin poder cumplir con demandas populares que transgredan la lógica del capital. La negativa al proceso constituyente devela un proceso de reprimarización ideológica de la ultraderecha chilena, sostenido en una efervescencia ultraconservadora burguesa encaminada a sostener el estatus quo en territorio. Chile es uno de los principales exportadores de cobre, litio, plata y yodo a nivel global. La oligarquía chilena, constituida en torno al sector minero-exportador y de tecnologías informáticas, representa una de las clases más reaccionarias del rentísmo continental, reafirmándose en la constitución pinochetista, que es la única en el mundo en reconocer al agua como un recurso privado.
Desde la mayoría de la organización popular y los movimientos sociales de América Latina, se veía con sorpresa y decepción el triunfo del rechazo en el plebiscito en Chile. Aproximadamente el 61,87% del padrón electoral se volcó por el rechazo, el 38,13% por el apruebo y un 14% de ausentismo, resultando en que la propuesta de nueva constitución no lograra instituirse. Esto quiere decir que, inequívocamente, la organización popular y los movimientos sociales demostramos incapacidad para leer al pueblo real, en el que se depositaron 50 años de fascismo: un pueblo ultra conservador.
Esto quiere decir que si bien durante tres años se ha logrado sostener un estallido social, que ha concentrado demandas históricas de los pueblos y nacionalidades Mapuches, de las mujeres, de los estudiantes, de las disidencias y de la clase trabajadora, el estallido aun representa ser una minoría popular organizada, y no la voluntad de la mayoría del pueblo chileno. Además, esa minoría realmente movilizada -no solo colaboradora o simpatizante- se encuentra dividida entre quienes consideran un triunfo la construcción de una nueva constitución dentro de los márgenes de la democracia burguesa, y quienes reconocen los límites estructurales de la misma, que se han posicionado desde un rechazo –llamémoslo- ideológico.
El pinochetismo creó una sociedad profunda y estructuralmente fascista: no son pocas personas las que niegan la veracidad y gravedad de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, y tampoco son pocas las personas que los justifican. 50 años de fascismo -21 de dictadura y 30 de continuidad neoliberal- como condición material, no son gratis. La subjetividad del pueblo se construyó a partir de ese fascismo, y ese fascismo estructuró la politización ultraconservadora de la inmensa mayoría. Más vale que la organización popular y los movimientos sociales no nos volvamos a equivocar, y sigamos pensando que los estallidos son el fin de la movilización, y no solo una demostración de fuerza. Vuelve a demostrarse que sin trabajo en territorio sostenido, y enfocado en la resolución de las condiciones materiales de la clase trabajadora empobrecida, ningún proceso popular puede superarse a sí mismo para convertirse en proyecto político progresista, menos aun anticapitalista.
En definitiva, la diferencia aplastante del rechazo frente al apruebo del proyecto de constitución de Chile, representa un momento histórico político que permite vislumbrar tanto los límites de los proyecto progresistas, como los alcances ideológicos y materiales del reformismo en el sistema capitalista. La multiplicidad de demandas del pueblo chileno en el marco del proceso constitucional reflejan la contingencia a la que se enfrenta la organización popular, que por décadas ha sido criminalizada, menguada, decimada, que desde hace tres años se ha visto refortalecida, pero que frente a la crueldad del libre mercado, no ha logrado todavía politizar y movilizar a las grandes mayorías. La ultraderecha se renueva y se radicaliza en torno al anticomunismo, sostenida en la estructura conservadora de la subjetividad del pueblo, y siempre de la mano de la pequeña burguesía. Ni el anticapitalismo ni la vida digna, cabrán jamás en los marcos de la democracia burguesa. El neoliberalismo nació y morirá en Chile, pero no de las manos de Gabriel Boric o ningún proceso progresista, sino gracias a la organización popular anticapitalista, que ahora tiene el escenario político claro.