El derecho de vivir en Paz
De la Declaración Universal de los DD.HH. de las Naciones Unidas, la cual cumplió sus setenta años de existencia el año pasado, se traduce un concepto base del derecho a una vida digna y en paz. Sin embargo, es aquí en donde comienzan las asimetrías reales de la doble moral occidental capitalista a defender los DD.HH. Por un lado, produce las circunstancias que llevan a guerras y causan pérdidas humanas descomunales, y por el otro influir de forma directa en las economías del Sur. Este último sería el caso tanto de Haití, Colombia, Ecuador y Chile como una circunstancia histórica definitiva en los últimos dos siglos.
El gobierno de Piñera, como ya lo anunciaba al inicio del estallido popular en Chile, se encuentra “en guerra con un enemigo muy poderoso”: su propio pueblo. Esta guerra ha pasado a dimensiones frontales y directas, causando daños físicos irreparables a miles de personas. El uso de armas no letales y letales, convencionales como no convencionales, contra el propio pueblo presupone un intento autoritario de interrumpir un proceso social con el cual no alcanza a lidiar. Estas acciones obviamente tienen el efecto contrario, resistiendo la fuerte represión, el pueblo de Chile continua el proceso. El "Por la razón o la fuerza" que está inscrito en el escudo de armas de Chile parece adquirir un nuevo significado, o tal vez volver a su significado original.
Por otro lado, el enfoque basado en los DD.HH., el cual forma la base jurídica de nuestras sociedades, parece entrar desde un principio en disyuntiva con la lógica misma del Estado-nación. El monopolio de la violencia es ejercido y focalizado a todo individuo que pretenda romper con un status quo establecido y finalmente presupone su uso para el “mantenimiento del orden”. Este status quo representa, en América Latina, los intereses de las oligarquías locales sumisas al gran poder del capital, como ha sido costumbre en nuestros modelos de democracia liberal y burguesa a lo largo y ancho del continente.
Esta misma correlación de fuerzas dentro de la lógica estatal parece permearse con la idea de la construcción de un enemigo interno, remanente claro de la Guerra Fría. El macarthismo parece ser la nueva bandera que enarbola el “faro democrático” que se autoadjudica ser EE.UU. Esta estrategia, replicada por los pares estatales latinoamericanos, tiene un claro fin de desestabilizar y fragmentar el tejido social. El ejemplo más claro de la política impulsada por EE.UU. es sin duda Colombia, la cual a causa de su dependencia militar estadounidense, ha recurrido a implementar una política de muerte y terrorismo de Estado sin precedentes, materializada sobre todo durante los gobiernos de Álvaro Uribe. El reciente descubrimiento de una fosa común con más de 50 cuerpos de presuntos falsos positivos nos recuerda una de las épocas más oscuras de terrorismo de Estado en Colombia.
Una conclusión temprana del proceso que atraviesa Chile en estas últimas semanas parece haberse cristalizado tanto en la opinión pública del país, como en el resto del mundo: el preciado experimento ejemplar del neoliberalismo que supuestamente representaba Chile ha pasado a reflejar exactamente lo opuesto: el rotundo fracaso de un modelo que ahora están volviendo a imponer por la fuerza en todo el continente y a cualquier costo. Parece no primar un enfoque que priorice medidas que se hayan probado de manera exitosa y supone aprender de los errores y fracasos. Así, nos convertimos en un continente que estaría condenado a repetir los errores del pasado a costa de las élites económicas locales y globales.
Es indudable que el neoliberalismo multiplica la miseria en las latitudes por las que pasa, privatizando todo lo común y lo público para la ganancia de personas y empresas contadas. Justamentes esta élite mantienen sus capitales fuera del control financiero de los países en los que opera por medio de cuentas y compañías fantasmas en paraísos fiscales. El poder corporativo y financiero opera de manera estrecha con el crimen organizado. No es ningún secreto que los fondos privados de Sebastián Piñera -uno de los empresarios con mayor poder económico en Chile, como dueño de Latam- se encuentran en los ya mencionados paraísos fiscales. Los recurrentes escándalos de corrupción dentro de las FF.AA. chilenas también parece dar un claro ejemplo de el modus operandi de los grandes consorcios, corporaciones, fondos de inversión y demás. No por coincidencia, América Latina se destaca como la región más desigual del mundo.
Mientras se proteja y enaltezca jurídicamente antes que los DD.HH. a la propiedad privada y al capital, el derecho de vivir en paz seguirá pareciendo utópico. Sin embargo, las utopías enseñan a caminar y los pueblos de América como el chileno, parecen haber despertado del trance neoliberal, en el que todos se comían el cuento. Eternamente agradecidxs a lxs muchxs compañerxs que dieron sus propios ojos para que los pueblos puedamos ver la realidad tal y como es. Las primeras líneas parecen haber entendido que no se puede dar marcha atrás, ni en Chile ni en cualquier otra latitud de nuestro continente y el mundo. El neoliberalismo no esperó encontrarse con pueblos despiertos y dignos, que luchan por el derecho de vivir en paz arrebatado y secuestrado por el capital. Más tarde que temprano, ese derecho se hará realidad, culminando finalmente en que en Latinoamérica una vida digna sea más que una frase linda sacada de un texto de la ONU.