El fascismo está a la vuelta de la esquina
El sistema capitalista está en una profunda crisis estructural, y para salir de ella recurre a la profundización de la violencia y la explotación. Para este fin, la clase explotadora impone el mecanismo clásico de manual: el estado de excepción. Todo esto es un síntoma de la decadencia o desgaste del sistema capitalista, que ha demostrado el obsceno desbalance en la acumulación de la clase dominante.
Estamos atravesando una radicalización del capitalismo en contra de la clase trabajadora a nivel mundial, que muestra expresiones geopolíticas específicas. La clase dominante transnacional está decidida a medir la tolerancia de la clase trabajadora en todas las dimensiones imaginables. Los estados de excepción son cada vez más frecuentes en América Latina, con tientes antisubversivos evidentes; mientras que en Estados unidos las milicias de las más diversas/opuestas tendencias ideológicas se multiplican en todo el vasto territorio yanqui, con buena cantidad de representación en espacios de poder. En todo lado y bajo diversas formas, podemos ver al fascismo a la vuelta de la esquina.
Los escenarios alrededor del mundo se muestran a manera de un termómetro del rol geopolítico de cada uno de los territorios, en la fascistización global; además de indicar el inicio de una nueva etapa de agudización de la lucha de clases. El capitalismo inicia su fase de crisis más aguda, por lo que impulsa lógicas que destruyen la puesta en escena de la democrática liberal, que ya corresponde a otro momento del capitalismo. El rápido avance de la ultra derecha a nivel mundial enfrenta a los pueblos del mundo al retorno del fascismo, que se plantea en respuesta a la crisis global del capitalismo. El Estado fascista y el Estado liberal pertenecen ambos al momento histórico del capitalismo –ambos tienen diferencias, pero no contradicciones excluyentes-.
En América, el avance de la ultra se representa es distintos escenarios que describen la implementación local del neoliberalismo profundo. Estos se expresan de forma distinta en Ecuador con Daniel Noboa, en Argentina con Milei, o en el conflicto entre Texas -y 25 Estados más-, con la administración Biden. En EE.UU. los medios locales no dudaron en hablar abiertamente de una posibilidad de guerra civil a gran escala. Esto evidencia una crisis de hegemonía importante en el corazón del imperio. En argentina en cambio parecería que Milei está midiendo el nivel de presión que puede ejercer con modificaciones en el Derecho, que necesariamente repercutirán como mecanismos de regulación y control social, mientras la organización popular no sabe cómo reaccionar del aletargo progresista. La posición geopolítica de Ecuador coloca el escenario del narcoestado y su naciente narcoburguesía –emprendedores de la producción y distribución a gran escala de cocaína-, y el uso del recurso del estado de excepción a discreción.
Para la burguesía, la crisis se presenta como una oportunidad para preparar y disponer reformas radicales en el discurso, que le permitan pasar la actual frontera de la explotación y el control hacia la clase trabajadora. El estado de excepción es una respuesta autoritaria a la crisis de hegemonía. Es así que la burguesía utiliza el estado de excepción para incrementar la represión física y el control ideológico, mientras la crisis política teje el claroscuro de la lucha de clases. En el Ecuador, el estado de excepción representa la forma en la cual la burguesía logra imponerse en contra de la organización popular, mientras pone en escena una supuesta lucha contra las drogas. El autoritarismo de Estado se va cimentando al tiempo de la imposición radical del libre mercado. Así la fascistización social que se fue cocinando en la última década encuentra ecos en la institucionalidad del Estado, y viceversa.
La construcción del consenso que el estado de excepción logra con el shock de violencia generalizada, implica la disolución de cualquier ilusión de autonomía del sujeto frente al Estado, utilizando a una parte importante de la población como extensiones de los aparatos represivos del Estado. Una regresión conservadora profunda cala en un segmento importante del pueblo, que en reacción al miedo y la precarización, está dispuesta a justificar el uso de la violencia contra delincuentes y subversivos. La intervención ideológica construida desde el poder es suficientemente aguda como para legitimar la represión, incluso a costa de ver mermados sus propios derechos colectivos e individuales.
En tres semanas desde la declaración del estado de excepción el 8 de enero y el conflicto armado interno el 9 de enero, se han ejecutado 55.054 operativos de seguridad, con 4.488 detenciones. Un total de 22 estados de excepción han sido declarados en territorio ecuatoriano desde el 2019. Noboa se abre camino para imponer las medidas del FMI en las que Lasso fracasó: aumento del IVA al 15%, eliminación de subsidios a combustibles, reforma laboral con zonas francas y trabajo por horas, privatización de sectores estratégicos, etc. El Estado burgués institucionalizó el estado de excepción para imponer reformas antipopulares. Cuando se suspenden derechos constitucionales colectivos y personales, fortaleciendo a las fuerzas represivas y al Ejecutivo, las autoridades estatales aprovechan el momento para profundas reformas neoliberales.
Adicionalmente, la mentira de Lasso, de lograr reducir significativamente la deuda externa, se evidenció como una medida con carácter estético. En términos reales, la deuda pública del Estado bordea los USD 81 mil millones y la clase empresarial en el poder, a la que se le perdonan USD 2.000 millones anuales en impuestos, rechina al momento de exigir impuestos a fortunas, empresas y a la banca privada. Por su parte y en menos de dos meses de asumir el gobierno, Noboa vendió una parte de las reservas públicas en oro por un valor de USD 250 millones, mientras propone recortar 1.000 millones en recursos estatales, profundizando la desfinanciación crónica del Estado a favor de los bolsillos privados de la clase empresarial.
En términos históricos, la ultra derecha mundial ha impuesto el modelo del estado de excepción para desarticular y atacar la organización de la clase trabajadora, en momentos en la que está en auge. Estos experimentos políticos en tiempos de crisis también se les salieron de las manos, como lo demuestran los fascismos clásicos en España, Alemania e Italia.
Tanto en Alemania como en España e Italia, el avance del neo(?)fascismo se materializa a pasos agigantados, encontrándose con pueblos desorganizados o individualizados, más allá de las corrientes históricas minoritarias del sindicalismo combativo y el antifascismo. Las masivas manifestaciones que se desarrollan en Alemania se sostienen por más de una semana, mientras campesinxs franceses bloquean las vías de acceso a la mayoría de ciudades y paralizan Paris. En general, Europa atraviesa una fase de conmoción colectiva, al reconocer por primera vez en 79 años, la existencia de estructuras fascistas organizadas. Las décadas de negación y ocultamiento empiezan a tomar forma.
En Palestina el fascismo se expresa con su rostro más franco y perverso, por medio del exterminio sionista y la ocupación colonial. En este mismo momento, las Fuerzas de Ocupación Israelíes -IOF- están entrando por tierra Nablus, en el norte de la Cisjordania ocupada, en una notoria agudización del hostigamiento que la ocupación israelita impone sobre el pueblo palestino. El genocidio en Gaza no ha disminuido en lo absoluto, a pesar de los pronunciamientos dela Corte Internacional de Justicia -CIJ-, y a pesar de que las IOF están sufriendo bajas cada vez más significativas entre sus filas. El sionismo inauguró un nuevo momento en la historia, en el que puso a prueba la tolerancia mundial al fascismo más franco, y logró develar la polarización social, que tiene una marcada connotación de clase. El imperialismo occidental le respalda ciegamente, y los pueblos del mundo le repudiamos hasta la memoria. El heroico pueblo palestino, resiste.
El holocausto europeo no se cometió en primera línea para exterminar a los pueblos judíos -mentira repetida una y otra vez para justificar el sionismo-, sino para destruir al proyecto histórico de la clase trabajadora: el comunismo. Mientras el fascismo termina siendo nada más que capitalismo en crisis, la única opción y proyecto viable para combatir al fascismo, la representa el comunismo. La victoria sobre el nazifascismo de los pueblos soviéticos y el glorioso Ejército Rojo, no dejan lugar para la duda. La descontextualización de la historia de la clase trabajadora, estrategia capitalista anticomunista, genera el mito de que el nazismo y el comunismo representan lo mismo, cuando el primero es re-creado una y otra vez por el capitalismo y el otro se le contrapone para vencerlo, siendo su contraproyecto histórico y la etapa final de su superación definitiva como sistema.
No cabe duda de que -una vez más- es la violencia la que sostiene el sistema capitalista. Quien no crea en la lucha de clases, que revise la historia. Los 1930s y 40s en Europa y el triunfo histórico de la clase trabajadora sobre el fascismo, la resistencia palestina y Octubre 2019 como Junio 2022 -como ejemplos contados de nuestra vasta historia- son la eterna evidencia de que la historia hasta ahora, es la lucha de clases, y la historia la hacen los pueblos. En este sentido, tan solo un proyecto histórico colectivo y clasista, radicalmente opuesto a las lógicas fascistas y autoritarias que conjuga la clase empresarial y el capitalismo, podrá contraponerse a la degeneración definitiva de un sistema insostenible e inhumano. El fascismo está a la vuelta de la esquina. La hora de los pueblos es ahora o nunca.