El señor de la guerra en Oriente Medio

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Lunes 6 de Enero de 2020

El atentado perpetrado por EE.UU. el pasado viernes 3 de enero, que provocó la muerte de Qasem Soleimani, comandante de la Guardia Revolucionaria y la división Al Quds de Irán en suelo iraquí, presupone una agresión sin precedentes en contra de la República Islámica de Irán. Este acontecimiento parece arrojar incógnitas explícitas sobre el desenlace de la tensión generada en Oriente Medio de manera directa por EE.UU., además de representar una grave violación de las leyes internacionales. EE.UU. se esmera por aferrarse a una política exterior que impone sus intereses políticos y económicos por cualquier fuerza, incluyendo el derrocamiento de regímenes y la invasión militar, como lo ejemplifica el vecino de Irán, Irák y su invasión por EE.UU. en 2003.

 

Esta más reciente agresión por parte de uno de los Estados que de manera más vehemente defiende la democracia y la libertad, termina por exponer una vez más las verdaderas intenciones de EE.UU., las cuales constituyen tanto su lógica de Estado como la lógica misma del sistema capitalista. Tanto así que independientemente del gobierno que se encuentre en la Casa Blanca, EE.UU. mantiene su política de injerencia en todas las latitudes. Cuba, Venezuela y Bolivia terminan siendo ejemplos amargos y cercanos que permiten el entendimiento de lo que se está dando hoy en Oriente Medio.

 

La política exterior estadounidense a lo largo de los dos últimos siglos siempre se destacó por el amedrentamiento, el aislamiento y bloqueo, así como por el propiciamiento de cambios de régimen alrededor del mundo, que incluye también la invasión y el derrocamiento de gobiernos que no parecen subyugarse o simplemente persiguen un camino independiente. La declaración de la Doctrina Monroe en 1823 definía al continente americano como territorio predilecto y exclusivo para la imposición de los intereses estadounidenses y la práctica de sus mecanismos. Resulta claro que, a más de un siglo y medio desde esta declaración, EE.UU. replica en la actualidad parte de las amplias experiencias adquiridas en América Latina alrededor del mundo.

 

En cuanto a Irán, no cabe duda de que la República Islámica en su forma actual no existiría si no fuese por la injerencia de EE.UU. Al comienzo de la década de 1950, se había establecido un régimen secular y nacionalista presidido por Mohammad Mossaddeq, nacionalizando el petróleo iraní en 1951 como una de las medidas centrales del gobierno. Cabe recordar que Irán es el cuarto país con mayores reservas de petróleo en el mundo. Tan sólo dos años más tarde, un golpe de Estado aupado y auspiciado por EE.UU. y Granbretaña finalizaba con el corto periodo democrático en Irán, volviendo a imponer una monarquía absolutista bajo Mohammad Reza afín a Occidente, en 1953. Así, el petróleo iraní volvía a pasar a las manos de sus antiguos amos, la British Petroleum, la cual se apropió de este recurso desde su descubrimiento en este país. Este golpe de Estado, el cual termina por ser una expresión del intervencionismo anti soviético de Occidente en medio de la Guerra Fría, definiría el destino político de Irán hasta la actualidad.

 

Actualmente, es posible reconocer un debilitamiento de EE. UU. ante el ascenso de Rusia, China e Irán tanto en términos geopolíticos como en términos económicos. No resulta ser sorpresa alguna que EE.UU. se aferre a su autoimpuesto rol de “policía global” en un intento por recuperar la influencia escindida. Tal como en 1979, un posible conflicto tendría repercusiones en el mundo entero, pudiendo incluso significar el fin de la preponderancia de EE.UU. en Oriente Medio y el resto del mundo.

 

Dentro de la coyuntura actual, resulta extremadamente útil pensar la misma situación a la inversa. ¿Cuál sería la respuesta de EE.UU. siendo el caso que Irán ejecutase a una autoridad del rango de Soleimani, como por ejemplo Mike Pompeo, por medio de un atentado específico en su contra en suelo americano? Un presupuesto de tal magnitud no termina por ser retórico. Tal como el atentado de Sarajevo -el cual serviría como pretexto y detonante de la Primera Guerra Mundial- una clara y directa provocación por parte de un Estado que claramente evidencia una pérdida decisiva de influencia en la región, conlleva siempre a una dinámica de extrema volatilidad. Dentro de esta ecuación, una respuesta del régimen iraní termina solamente por ser una cuestión de tiempo. El izamiento de la bandera roja sobre la mezquita de Jamkarán el sábado pasado presupone un mensaje explícito de retaliación por parte del régimen islámico.

 

El reciente atentado perpetrado por EE.UU. en suelo iraquí en contra del segundo mando del gobierno iraní termina por ser un síntoma más del desvanecimiento definitivo del sistema internacional impuesto por EE.UU. Una escalada de tensión a nivel internacional podría simultáneamente desviar la atención pública hacia esta última, restándole importancia en términos políticos al proceso de impeachment que acaba de iniciar el congreso de EE.UU. en contra de Trump. El mismo que podría suponer una destitución de Trump, así como una obvia imposibilidad de volver a candidatizarse.

 

Esperemos que el advenimiento del fin de EE.UU. como superpotencia política, económica y militar no conlleve a una pérdida masiva e inútil de vidas humanas, repercutiendo sobre el resto de Oriente Medio y el mundo. Sin duda, que el Estado que más ejemplifica, simboliza y defiende el capitalismo en términos históricos se encuentre en decadencia estructural, termina sólo por ser un factor más que evidencia la crisis estructural, generalizada y múltiple que atraviesa el sistema capitalista como tal.

 

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