La dupla bananera y su discurso de odio
La próxima segunda vuelta de las actuales elecciones anticipadas, sitúa a discursos nefastos en la esfera política pública. Las dos formulas presidenciales parecen sobrepasarse mutuamente en términos de incoherencia ideológica y programática, demostrando una vez más la lumpenización de las élites políticas y económicas, además de su latente conservadurismo y su profunda crisis interna.
La dupla bananera Noboa-Abad -pareja política que refleja el pensamiento colonial-hacendatario de la clase empresarial-, parece dedicarle la fase de precampaña exclusivamente a presentar una imagen denigrante y misógina de las mujeres, además de volver al discurso de odio en contra del pueblo. Así, en la retorcida imagen que destila el binomio bananero, mujeres se convierten en madres “por interés económico”, para cobrar un bono estatal que no alcanza siquiera a cubrir el 15% de la canasta básica.
La clase empresarial imagina un Ecuador en el que personas llegan voluntariamente a los centros de exterminio llamados cárceles, con el ridículo argumento de que en estos lugares inhumanos se les brinda “comida y salud gratuitas”. Como la clase empresarial no conoce la cárcel -porque esta existe solo para encerrar al pueblo- se la imagina como un hotel de 5 estrellas, sin entender que sostener a un familiar PPL representa el costo de prácticamente una canasta básica.
Al mismo tiempo, se persigue un modelo en el que el libre mercado regule el Salario Básico Unificado, al estilo de la definición mensual del precio de la gasolina Súper u otras mercancías que cotizan en la bolsa de valores. En reiteradas ocasiones, la dupla bananera declaró las intenciones del futuro gobierno de profundizar la privatización de la salud, la educación y el seguro social, ya que el empresariado no los considera como derechos.
Continuando con la misoginia, la probable futura vicepresidenta, declara que la predisposición biológica define la desigualdad salarial. En sus palabras “si escojo ser madre no puedo ganar igual que un hombre”. Adicionalmente, Abad argumenta que “las mujeres quieren ser feas y que ahí tiene que ver mucho el marxismo”. Así y producto de un profundo desconocimiento incluso de sus propios términos, Abad recae en la repetición vacía de argumentos de sus coidearios libertarios como Milei, Bolsonaro o Trump, de los cuales profesa admiración.
En contraste, el progresismo incurre en la romantización de un “pasado perdido”, desconociendo totalmente que ningún momento histórico -por más pusilánime que haya sido- puede repetirse ni emularse, porque la historia es dialéctica. Así, el discurso de “lo hicimos y lo volveremos a hacer” se vacía de contenido, pretendiendo reciclar la imagen desgastada de un proyecto progresista que no generó cambio estructural alguno, como puede constatarse pocos años después de la supuesta “década ganada”.
El proyecto progresista viene recargado de conservadurismo tapiñado, como en su momento lo fue la imagen de Correa. Así, un personaje pro-vida cercano a los círculos rancios de poder del PSC, pretende reforzar programas sociales del Estado para -una vez más- contener, cooptar y desmovilizar a cualquier proyecto organizativo proveniente de la clase trabajadora. En esta fábula se parece omitir que también estos programas serán de mucho mayor corte conservador, ya que las rentas petroleras no volvieron a recuperarse a un nivel anterior al desplome de 2014, excepto que sostengan el afán de ampliar la minería.
Definitivamente, estas elecciones anticipadas evidencian el desgaste y agotamiento de un sistema democrático burgués que carece de representación alguna, excepto de la clase dominante. Los dos males menores -como lo define cada uno de sus campos- terminan siendo nada más que dos caras de una misma moneda: o un capitalismo light o un capitalismo radical, pero siempre un mismo sistema de dominación y explotación. Ambos perpetúan la economía de mercado, en donde el Estado está direccionado a sostener marcos legales, tributarios y comerciales que benefician siempre a las élites empresariales. En este contexto, tanto el progresismo como el empresariado son proyectos burgueses.
La profunda crisis política que induce el empresariado, evidencia nuevamente que el poder popular no se construye por medio de los instrumentos políticos que se utilizan para sostener un sistema de explotación, en los marcos impuestos por la clase dominante, completamente ajena a la realidad del Ecuador. El poder popular es otra cosa y se construye desde abajo.