La injerencia en América Latina
Este 2019 se cierra como un año de extrema volatilidad para el continente, tanto en lo político, como en lo económico y social. La regresión conservadora en la región ha demostrado una capacidad de fractura a las sociedades latinoamericanas en su conjunto, exceptuando a unos pocos países. La región vive un recrudecimiento de los conflictos sociales, los cuales terminan por explotar en su multiplicidad ante una vuelta agresiva al neoliberalismo, al endeudamiento con el FMI y a los golpes de Estado respaldados por la Organización de Estados Americanos (OEA).
En este sentido, parece existir un nuevo consenso entre la derecha continental: señalar a Cuba y Venezuela como los artifices de un plan de desestabilización contra gobiernos democráticos de la región. Esta lógica, que parecía enterrada por la Guerra Fría, vuelve a apoderarse del discurso que legitima una tendencia de crecimiento del autoritarismo entre los gobiernos de América Latina: el espectro del socialismo. Así, en el contexto ecuatoriano se pretende menoscabar el proceso popular de octubre como un proyecto importado por aproximadamente 250 personas con documentos diplomáticos, que habrían ingresado al país unos días antes para llevar a cabo su supuesto plan de desestabilización. Resulta difícil imaginar que ni las mismas bocas que entonan estas frases se crean tan descabellada invención. Toda esta estrategia es replicada a ojos y oídos ciegos por la prensa privada que se enarbola con la “defensa de la libertad de expresión”. Estos medios -por los intereses que representan y la posición en la que se encuentran- legitiman ideológicamente cualquier medida que se descargue contra el pueblo.
El consenso mencionado parece incluir, como también en el espacio discursivo, la misma indumentaria de la Guerra Fría en otros aspectos de su estrategia. El brazo ejecutor del imperialismo financiero vuelve a ser el Fodo Monetario Internacional (FMI), y su brazo político, la OEA. Recrear la imagen de un supuesto intervencionismo desde Cuba y Venezuela en toda América Latina tampoco presupone nada nuevo. La derecha latinoamericana lleva años repitiendo – y haciendo eco del precepto inculcado por el enfoque macartista de EE.UU.- que el castro-chavísmo estaba apoderándose del continente. En la actualidad, parece un escenario recabado de los sueños de un Donald J. Trump el hecho de que dos países soveranos -lo que en la actualidad no se puede presumir de la mayoría de países de este continente- puedan realmente encender toda la región con supuesto financiamiento externo. Solo es necesario recordar que tanto Cuba, como Venezuela tienen, desde hace años un bloqueo comercial, económico y financiero impuesto por EE.UU.; bajo estas circunstancias, un proyecto de tal magnitud sería imposible de materializar.
El pasado lunes 2 de diciembre, el Secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, anunciaba que EE.UU. piensa “apoyar a gobiernos legítimos de Amércia Latina para que las protestas no se conviertan en revueltas”. Lo cual pone en evidencia una vez más la vigencia de la Doctrina Monroe, como ya lo anunciaba victorioso John Bolton -antiguo asesor de seguridad nacional de EE.UU.- en abril de este año. Dentro de la construcción del adversario interno, o incluso regional, este discurso pretende direccionar un interés nacional dentro de los grupos de poder más conservadores afines al gobierno de Donald J. Trump, para aplicarlo y replicarlo bajo las banderas de varios países latinoamericanos. De tal manera, EE.UU. pretende utilizar a sus aliados regionales para continuar aislando y presionando a Cuba y a Venezuela, mientras apoya la represión contra los procesos populares del continente.
Parece indiscutible quién está detrás de la injerencia que hoy se vuelve a vivir de manera penosa en América Latina. Nuestros pueblos nuevamente son acechados por el imperialismo en sus más diversas y frontales expresiones: golpes de Estado, como el de Bolivia; regresión generalizada de derechos; autoritarismo; dependencia financiera y reformas obligatorias impuestas por el FMI; la lista parece ser interminable.
Ante el imperialismo, parece que la única alternativa es crear un proyecto endógeno, un nuevo camino que no se encuentre atado a imposiciones de cualquier índole o geografía. Es la hora de caminar juntxs, de vernos a las caras, de alzar nuestras voces por los derechos que nos corresponden, de responder como región, comprender las implicaciones que conllevan vivir bajo el neoliberalismo, de volver a mirar nuestra historia para no repetirla. El “laboratorio de la modernidad” - como siempre se nos quiso pensar desde el Norte- volverá a demostrar que, más que cualquier otro adjetivo, merece uno solo: vanguardia.
Fotografía:
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