Lasso, el enemigo interno y la pacificación
En este ciclo de restauración neoliberal en América Latina, parece materializarse un eje central a lo largo del cual se estructuran la totalidad de los discursos en torno a la pacificación de los gobiernos de la ultra derecha continental. Lo que bien pudiese parecer un simple enaltecimiento a las fuerzas represivas del Estado, trasciende al imaginario colectivo como un Estado fuerte en lo represivo, liberal en lo político y fundamentalista del libre mercado, como el gobierno de Guillermo Lasso.
El discurso anticomunista, reciclado de la Guerra Fría y las atrocidades cometidas en nombre de la democracia, vuelve a consolidarse como un articulador ideológico. Esto permite y favorece crímenes de lesa humanidad y terrorismo de Estado, desde Chile hasta Colombia, pasando por Bolivia, Venezuela, Ecuador y Perú, como respuesta a movilizaciones populares, revueltas, y en marcos político-electorales.
El pasado viernes 11 de junio, se posesionaba la nueva cúpula militar en la Escuela Superior Eloy Alfaro. El presidente Lasso, como Comandante en Jefe de las FF.AA., en su discurso dejó un contundente y alarmante mensaje para los movimientos sociales y organizaciones populares: pacificación o nada. Lasso se posicionó claramente con respecto a las movilizaciones populares, planteando que “no habrá tolerancia para grupos que actúen fuera del marco institucional y pretendan, con anarquía, desestabilizar (...) Los derechos humanos son los primeros en desaparecer cuando se derrumban la ley y la civilidad”.
La lectura de la democracia que hacen Lasso y su gobierno, es la precisa. La democracia se ejerce como una dictadura de clase, en la que las élites someten al pueblo. El simulacro del enemigo interno se convierte en la mejor excusa para la pacificación como política de Estado y cómo moral colectiva. La pacificación se plantea como una alianza entre el Estado -desde la coerción-, y la moral de las élites -como cohesión-. Este código se convierte en la complicidad necesaria para ejecutar represión y persecución a los movimientos sociales, organizaciones populares, medios militantes y cualquier oposición política que pudiese tener el “Gobierno del Encuentro”.
Todo un aparataje Estatal y de la clase burguesa, se despliega para establecer la campaña de pacificación: las promulgaciones legales y lawfares, como primer frente. Conjuntamente con el fortalecimiento de los organismos de inteligencia con un despliegue tecnológico, y la militarización territorial e institucional. Así mismo, el refuerzo presupuestario a los aparatos represivos del Estado, y la colaboración en mecanismos contrainsurgentes desde Colombia, Chile, EE.UU., Israel y Turquía. Y finalmente, la simulación de escenarios de miedo y amenaza “a la estabilidad y propiedad privada”, con la fabricación de un enemigo interno, que logren generar una opinión pública de apoyo a la represión del Estado.
El enemigo interno se instrumentaliza como excusa para aplicar nuevamente el libreto de la contrainsurgencia. La militarización de las sociedades viene acompañada de la fabricación del enemigo interno como “anarquista” y “narcoterrorista” con financiamiento externo, que pretende atentar contra la democracia de las élites políticas y económicas, enquistadas en los espacios de poder. Este discurso posiciona a los movimientos sociales y la organización popular como enemigo interno, y a éste cómo sinónimo de la anti democracia, volviendo a evocar al espectro del comunismo en América Latina. Este discurso alude precisamente a la “gente de bien”, el lado “bueno” del pueblo, un concepto centrado en las virtudes de la ciudadanía, la libertad, la democracia y ante todo, la propiedad privada.
En el contexto colombiano, el enemigo interno se volvió la justificación para lxs falsxs positivxs, la tortura y las desapariciones sistemáticas, perpetradas por décadas por los gobiernos de Colombia, siempre tan cerca de los EE.UU. Esta maquinaria de muerte se replica en el 2021 contra el grueso del pueblo organizado, en el marco del Paro Nacional Indefinido. La democracia como dictadura de clase, se ha convertido en el significante hegemónico en términos políticos. En este sentido, el enemigo interno pasa a personificar la anti democracia como una amenaza que debe ser exterminada a cualquier precio, convirtiéndose en la cúspide del discurso y la ideología anticomunista.
La Doctrina de Seguridad Nacional, vuelve a adquirir una centralidad ideológica. Esta fue desarrollada por la Escuela de las Américas, la creadora del concepto mismo de enemigo interno, y de la cual se decanta también el uribismo y sus estructuras paramilitares y parapolíticas. En su visita a Duque, Lasso declaraba que junto a Colombia y otros gobiernos latinoamericanos, se embarcaría en una “lucha por la plena vigencia de la democracia” en la región. Durante estos cuatro años, no cabe duda que la injerencia yanqui en el Ecuador y la región vivirán una remontada, la cual contemplaría una mayor injerencia imperialista en Venezuela y Cuba.
Esta alianza pacificadora entre Estado y élites, logra su cometido al convencer a un sector importante de la sociedad de la importancia de la pacificación, y la democracia como valor en peligro. Esta se alía a la atmósfera regional ultraconservadora de la “lucha contra la insurgencia” y su discurso anticomunista en re-ascenso. Uno de los peligros más grandes, es que este puede revivir el mecanismo de terror con el que las élites políticas, en asociación con el imperialismo yanqui, han intervenido en los movimientos sociales y organizaciones populares en América Latina, cuando estas no le han convenido al poder del gran capital.
Las élites que se encuentran en el centro del poder político, adquieren un nuevo aire autoritario en torno al gobierno de Guillermo Lasso. En este escenario, la injerencia de EE.UU. se profundiza, y la doctrina del choque neoliberal pasa a un nivel superior. En el mismo acto del pasado 11 de junio, el comandante saliente Luis Lara, declaraba: “la insurgencia interna es una de las mayores amenazas para la integridad de la Nación”. Recordemos también que hace dos semanas, el Ministro de Defensa, Fernando Donoso, firmaba la Carta de Madrid, un manifiesto frontal del neofascismo de la “Iberósfera”.
En la lógica de la pacificación, toda respuesta popular en rechazo a las medidas de choque, pasa a enmarcarse automáticamente en esta dinámica, que contempla el trato militar a la protesta social. En este discurso, las revueltas populares no se constituyen como lo que son: procesos espontáneos de colectivización de sentidos. Sino como expresiones planificadas con meses de anterioridad, con financiamiento externo, el claro objetivo de la desestabilización y un presunto intento de toma del poder.
En este contexto, Lasso declaraba en el encuentro de la Fundación Internacional por la Libertad, el 23 de mayo: “no, no me como el cuento de que de la noche a la mañana se levantan unas protestas tan organizadas (…) eso está organizado amigos, y yo no estoy libre de que me pase”. El 11 de junio, frente al Comando Conjunto de las FF.AA., volvía a declarar que “vamos a luchar duro, vamos a defender la democracia”, llamando a la unidad de los poderes del Estado para combatir con toda la contundencia imaginable al enemigo interno.
El revivir de la lógica contrainsurgente, parecería indicar que la historia tiende a repetirse. Los gobiernos ultra derechistas en la región, la fascistización social que generan, y la vuelta al discurso anticomunista, son premonitorios para la consolidación de modelos crecientemente autoritarios en América Latina, todos conjugados en torno a la guerra interna en contra de sus propios pueblos. Parecería que, el espectro del comunismo está más vivo que nunca.