¿Qué nos depara el 2021?
Quizás con implicaciones más drásticas que en otras ocasiones, la pregunta respecto a qué nos depara el nuevo año, se ha convertido en la gran incógnita de la mayoría. El 2020 seguramente fue uno de los años más desafiantes que muchxs tuvimos que vivir: la conjugación de exterminio entre la política neoliberal de Moreno, el desmantelamiento sucesivo del Estado y la privatización de (casi) todo, además de la pandemia del coronavirus, hicieron de la realidad ecuatoriana, una de las más desgarradoras de la región. En medio de esta realidad, en la que tenemos que enfrentar con dolor y rabia, escenarios cómo listas de espera para acceso a salud emergente, una tasa histórica de deserción estudiantil, decenas de despidos diarios amparados en la “Ley Humanitaria”, y la precarización de la vida tan tangible, necesariamente tenemos que leer entre líneas la política y actuar en son del bien común.
En este 2021, la doctrina de choque y la maquinaria de muerte que representa el neoliberalismo seguirán con su comedido en la profundización de las desigualdades estructurales, y una continua precarización de la vida. Indudablemente, la condicionalidad atada a la inmensa deuda externa -más de 35 mil millones USD-, se evidencia como insostenible.
El gobierno saliente todavía debe cumplir con lo acordado con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el BID y compañía. Entre estos dictados y condiciones, se encuentran la sostenida liberalización de los precios de los combustibles -iniciada en mayo del año pasado-, un continuo ajuste fiscal, además de reforma tributaria, la cual bien podría incluir el aumento del IVA del 12% actual al 15%, entre otros. De forma adicional, se discute la posibilidad de otorgarle “autonomía” al Banco Central, previniendo a cualquier gobierno a contar con poder legislativo y fiscalizador sobre el mismo. Además, Moreno pretende profundizar la austeridad estatal en forma de despidos, como lxs casi 700 funcionarixs de los infocentros despedidxs antes de fin de año.
Aparte del continuo y sostenido sobreendeudamiento, Moreno pretende concluir su mandato con el festín de privatizaciones en complicidad con la banca y la élite empresarial. El gobierno de Moreno bien podría darle los tiros de gracia al sector salud y al sector energético. El primero se vería desmantelado por completo en el caso de que los reiterados intentos de privatización del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social -IESS- tengan éxito; el segundo se fraccionaría a base de una posible concesión de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair. Adicionalmente, en este 2021 se concluirá con la venta a manos privadas de CNT y la privatización del Banco del Pacífico. Este último terminará de privatizarse en abril del presente año, a un mes de concluir el mandato de Moreno.
Ante este escenario de terror, no es que estemos planteando que la política real y el Estado sean el sueño rojinegro por excelencia; todo lo contrario, bien sabemos los grandes límites que se encuentran en el Estado -aparato de dominación de una clase sobre otra-, y la contienda electoral. Pero si reconocemos en el escenario político actual, una realidad innegable: o tenemos un nuevo gobierno progresista con un fortalecimiento del aparato estatal: salud, educación, trabajo, sectores estratégicos nacionales como electricidad, soberanía alimentaria libre de TLCs y renegociación de la inmensa e insostenible deuda externa; o tenemos 4 años más de exterminio, a los que muchxs seguramente no sobreviviremos.
Frente a esto, la izquierda en el país se ha hundido en un debate ficticio entre el correísmo o el anticorreísmo como elementos substanciales para definir el momento histórico en el que nos encontramos actualmente. La izquierda anticorreísta ha planteado al voto nulo, entre la ilusión y la autoficción de que podría funcionar como alternativa real a la contienda por el poder del Estado. La realidad es que no existe ni una sola experiencia histórica que indique que el voto nulo represente una posibilidad revolucionaria, quizás si en escenarios dictatoriales se proponen solo candidatos de la derecha, y en efecto no existe ni la mínima posibilidad transformadora en ninguna instancia. Podríamos colocar como ejemplo reciente a la candidatura Trump – Biden, y aun así, el nulo resultaría discutible.
En términos políticos ideológicos, lxs militantes de izquierda, de libertarixs, comunistas, antifascistas, feministas populares, animalistas críticxs y hasta socialistas, reconocemos y denunciamos que el manejo neoliberal del Estado, es la causa fundamental de la aceleración de la precarización de la vida durante los últimos 4 años. Que la privatización de todo lo común, la repartición descarada de recursos del Estado, la malversación de fondos, el retroceso en materia de derechos, y la sumisión a organismos crediticios multilaterales como el FMI, BM y BID, solo pueden comprenderse como una política de neocolonialismo, orquestada por el imperio yanqui, en la que el sometimiento a los pueblos del mundo es su razón de ser.
A un mes de las elecciones, nos encontramos ante la disyuntiva ente los proyectos políticos diametralmente opuestos del banquero Lasso y el progresista Arauz. El primero no intenta siquiera desdibujar sus coincidencias ideológicas con el gobierno neoliberal de Moreno, que nos asegura que su gobierno sería una continuación del proceso de restauración neoliberal. En conjunto y con el apoyo explícito de Jaime Nebot, Lasso se presenta como el proyecto de las élites financieras y empresariales, de perpetuar el modelo de gobierno arribista con el que contaron con Lenín Moreno. En este sentido, tanto con Moreno como Nebot, en la personificación personalísima de Guillermo Lasso, este significaría otros 4 años de neoliberalismo, con un sostenido y agresivo endeudamiento externo y una administración plagada de uno de los mantras favoritos del FMI: austeridad.
En el caso de que Arauz llegue a la presidencia, la posibilidad de renegociación de la deuda se volvería el escenario más plausible, o la entrada en default del Estado ecuatoriano, lo cual implicaría una suerte de situación de impago de la deuda y sus intereses a lxs acreedorxs de la misma –desde ya tiembla la banca-. Se podrían recuperar sectores estratégicos, revertir las medidas neoliberales de Moreno, y reinvertir en salud, educación y la pequeña y mediana industria nacional –trabajo-.
En este sentido, plantear que por medio de autoorganización espontánea, existe la posibilidad –a corto plazo- de cambiar las condiciones materiales del pueblo, no es más que una ilusión irresponsable. En estos momentos de neoliberalismo franco, las elecciones de febrero son realmente decisivas. Aunque tengamos nuestros reparos ideológicos con los progresismos, necesariamente el voto revolucionario tiene que estar del lado de Arauz y el fortalecimiento del Estado, como condición mínima para poder construir -a posteriori- los mundos mejores posibles que queremos vivir. En este momento histórico, el espacio en disputa es el Estado, y la alternativa real de cambio de posibilidades de vida -no necesariamente de transformación estructural- es el voto por los progresismos como estrategia política.