¿Quién nos cuida de la policía?
Ante la precarización de las condiciones materiales en los nuevos ensayos neoliberales en la región, el Estado burgués vuelve a mostrar su cara más represiva con permisividad y elogio a la violencia que se ejerce contra el pueblo por parte de las instituciones policiales y las FF.AA. Los actos de brutalidad policial no quedan en la impunidad a causa de una falla en el sistema de justicia, todo lo contrario, la institución policial de todo Estado capitalista es servil a la burguesía, precisamente porque esa es su función principal: utilizar el monopolio del uso de la fuerza, para mantener el orden de la superioridad de una clase sobre otra. En toda América, estos abusos han desatado procesos populares de respuesta y rechazo al autoritarismo del Estado. La dictadura de la burguesía, materializada por el Estado burgués, impone el mercado y el derecho a la acumulación, a costa de cuántas vidas se lleve a su paso, y utiliza la violencia como mecanismo domesticador.
Estamos ante un momento histórico en que el neoliberalismo ha forzado a tal punto los antagonismos de clase, precarizando la vida de la mayoría de la población, que cómo única posibilidad para sostenerse en el poder, la clase dominante invierte opulentamente en los aparatos represivos del Estado. Recordemos el flamante armamento que la ministra María Paula Romo obsequió como premio a la Policía Nacional, después de su ejemplar accionar contra el pueblo en octubre pasado. Este enardecimiento no solo se da con recursos presupuestarios exorbitantes, sino que implanta un discurso de enaltecimiento a estas instituciones –policía y FF.AA- con la excusa, tanto del enemigo interno, como de la seguridad contra el delito común y el control en tiempos de pandemia. Convirtiéndose este mecanismo de refuerzo y exaltación al monopolio de la violencia, en el condicionante principal para la política neoliberal.
El reforzamiento de las fuerzas represivas por parte del Estado burgués, permiten a los cuerpos policiales y a las FF.AA desembarazarse descaradamente del cumplimiento de protocolos mínimos de derechos humanos. Les faculta a violar la integridad física de las personas y a menoscabar el derecho a la vida del pueblo de múltiples maneras, entre las cuales prima el ejercicio brutal de la violencia. Este modus operandi rememora a las décadas de las dictaduras latinoamericanas, que servían de laboratorios y escenarios en donde se ensayaban y perfeccionaban la tortura, la desaparición forzada y el exterminio, enaltecían la persecución y el asesinato sistemático como mal menor frente a la amenaza del comunismo. Esta semana, la policía bonaerense, conocida históricamente por su gatillo fácil y brutalidad, sitiaba la Casa Rosada en Argentina, con la excusa de un alza salarial, pero más parecida a una amenaza y una demostración de fuerza.
Esta paralela refleja el carácter estructural de la violencia, el cual es inherente al Estado burgués como ente e institución reguladora de las relaciones sociales, económicas y políticas bajo la premisa de la dominación de la burguesía por sobre el resto de clases. Este mismo Estado brutalmente represivo, es el que multiplica las desigualdades todas, para sostenerlas a través de tiempo y espacio bajo la única premisa: la violencia sistemática en contra de todx aquel que ose a cuestionarla.
Sin embargo, un aumento en la ejecución represiva de las “fuerzas del orden”, bien puede indicar no solo una exacerbación del conflicto de clase, sino que también testifica un agotamiento y estancamiento del Estado burgués como tal. Una potencial obsolescencia del modelo de dominación impuesto por el Estado burgués. Los ciclos de violencia estatal tienden a perpetuarse, y representan un síntoma de la decadencia de la sociedad capitalista en su conjunto.
Las imágenes que se logran registrar de la brutalidad de las fuerzas represivas del Estado, se multiplican día a día ante la incesante agudización de la precarización de la vida. Videos, fotografías y testimonios de la policía descargando cartuchos de munición en contra del pueblo, electrocutando a civiles, torturando y abusando sexualmente de jóvenes, detenciones arbitrarias, mutilaciones oculares intencionales, y más. En respuesta, a lo largo de todo el continente americano se ha alzado la voz de denuncia y hartazgo contra la violencia policial.
El levantamiento popular masivo y sostenido en EE.UU. posterior al asesinato de George Floyd a manos de la policía. En México, varias mujeres y colectivas feministas tomándose la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en respuesta a la in-justicia patriarcal. También lxs normalistas que enfrentan cara a cara al neodesarrollismo profesado por López Obrador. En Colombia, con dos jornadas de resistencia a la violencia extrema de la policía, cientos de heridxs y al menos 13 muertes, entre las que se incluye el detonante asesinato a Javier Ordóñez, detenido y subsecuentemente torturado hasta la muerte dentro de un CAI, en manos de la policía de Bogotá. El pueblo boliviano resistiendo en las calles a la dictadura. Chile que después de meses de revuelta ha logrado convocar a un referéndum que se celebrará con militares en las calles, ya que Piñera, el día de la conmemoración de los 47 años del golpe de Estado fascista de Pinochet, renovó el estado de excepción.
Esta lógica de represión brutal que se refuerza en tiempos de pandemia, demuestra que existen cuerpos y vidas que no le importan al mercado. Marcan el advenimiento de una nueva ola de autoritarismo, expresada en las políticas de exterminio profesadas por Trump, Moreno, Áñez, Duque, Piñera, Bolsonaro y compañía. Esta profunda crisis social, económica, ecológica y política que se encuentra atravesando el mundo -agravada por la pandemia del Covid-19- prepara y augura al menos dos escenarios posibles. Por un lado, un escenario como la dictadura eclesiástica-cívico-militar de Áñez en Bolivia, tiene una gran potencialidad de replicarse en otras partes de la región, normalizando la militarización de las calles, para “mantener el orden interno”. Por otro lado la materialización de la lucha de clases en los procesos de revueltas populares en respuesta a la indiscreción por la vida frente al mercado y los intereses de la burguesía, podría permear y reconfigurar de forma drástica la relación entre Estado y sociedad. La tarea es organizarnos.