El progresismo contraataca
Las elecciones seccionales, además de simultáneas al aplastante NO en la Consulta Popular, evidenciaron un profundo retroceso en la lucha de clases. El reformismo -o progresismo en términos actuales- volvió a irrumpir en el escenario democrático burgués como el ala “izquierda” de la burguesía, al reclamar triunfos electorales en las principales ciudades, como Quito y Guayaquil, además de sus respectivas prefecturas. En total, el progresismo ganó 61 alcaldías y 9 prefecturas. El “gran ausente” parece retornar en la imagen colectiva, cooptando y desmovilizando la organización popular.
El retorno al progresismo, atestando las recientes elecciones, se convierte en una legitimación de la democracia burguesa, oxigenando efectivamente un modelo de democracia que carece de representatividad real además de pretender desarmar procesos históricos populares en contra del capital. En este sentido, el progresismo se evidencia como el elemento más contrarrevolucionario de la democracia liberal, sirviendo como instrumento que ventila un sistema de representación disfuncional, y entendido para contener y contrarrestar la organización revolucionaria de la clase trabajadora. El triunfo electoral del progresismo se evidencia como el más reciente método de pacificación de los antagonismos de clase.
Para su propia sorpresa e inoperancia, tanto el oficialismo como la ultra derecha articulada en torno al Partido Social Cristiano, demostraron “civismo” y carácter democrático al reconocer su derrota electoral. El caudillo del puerto, Jaime Nebot, se mostraba despreocupado por haber perdido la alcaldía de Guayaquil -bastión histórica del social cristianismo- a su némesis político.
En contraste, la acumulación de fuerzas en lo electoral por parte del progresismo evidencia la necesidad fundamental fortalecer o incluso refundar el instrumento político de disputa electoral por parte del pueblo organizado. Que en esta contienda electoral fue representado por Pachakutik, al ser el órgano político del Movimiento Indígena con Leonidas Iza a la cabeza.
Resulta indudable que como una más de las fracciones burguesas, el progresismo ecuatoriano establece nexos con otras fuerzas políticas, entre las que se incluyen al PSC y a los demás partidos tradicionales de la ultra derecha, como ha hecho históricamente. En este sentido, su victoria electoral se evidencia como el más reciente de los pactos interburgueses de la derecha política, en uno de los peores momentos de estabilidad y aprobación del nefasto gobierno de la banca. Este accionar tan característico de la burguesía, incluye cambiar de inclinación política en el tablero de la democracia liberal a conveniencia, entre la ultra derecha libertaria y neoliberal, y la derecha articulada en torno al progresismo. El péndulo político en América Latina -metarrelato democrático liberal- se impone como cortina de humo, para establecer la ilusión de una supuesta diferencia entre partidos de una misma clase: la burguesía.
Mientras su variante libertaria demoniza el Estado, la inversión social y la propiedad pública, su vertiente progresista se apropia de demandas y luchas históricas, para vaciarlas de contenido, imponer su propia agenda -contraria a la clase trabajadora-, utilizar movimientos sociales y procesos populares como plataformas para impulsar su llegada al poder del Estado, y servir de muro de contención entre la clase trabajadora y la posibilidad revolucionaria. El progresismo, en definitiva, es apéndice y complemento al poder del capital, una cara “diferente” de la misma moneda, encaminada a dominar y someter al pueblo explotado, a favor de las élites económicas.
En este sentido, la victoria progresista se enmarca en un intento de capitalizar la verdadera victoria popular del pasado 5 de febrero -el NO en la consulta-, mismo que representa un voto masivo y generalizado de rechazo al neoliberalismo. Así, múltiples análisis pasaron a establecer una inexistente correlación directa entre el rechazo al modelo político en la consulta y la victoria electoral progresista, desconociendo una evidente hegemonía conservadora en el proyecto reformista. Tras dos estallidos populares antineoliberales -Octubre 2019 y Junio 2022-, el progresismo vuelve a ser un instrumento de control y desmantelamiento de la organización de clase trabajadora.
La larga sombra progresista
El diagrama que se presenta comúnmente en los momentos electorales acerca del ciclo capitalista, grafica de forma adecuada el eterno retorno que encierra la democracia burguesa: existe un periodo de auge y luego se produce una crisis -periódica cada 7 o 10 años-, seguido por otro periodo de auge y una nueva crisis. En esas intermitencias existe otro ciclo -también manufacturado por la burguesía- en que vienen y van sucesivamente gobiernos de ultraderecha y progresistas (en algún momento autodenominadas demócratas burgueses), jugando papeles distintos pero con el mismo fin: garantizar la continuidad del capitalismo como modo de producción, y consecuentemente la acumulación capitalista a costa de la explotación, opresión y cosificación de toda la clase trabajadora. Por medio de la pantomima ejecutada por la democracia burguesa y la falsa contienda entre partidos “enemigos”, cada cierto tiempo, se somete al pueblo a un ejercicio ficticio en el que tiene que elegir entre dos representantes de la clase dominante para el siguiente periodo al mando del Estado.
La presentación usual, es la siguiente: un periodo de crisis aguda genera una creciente consciencia de clase entre el pueblo, el cual se demuestra inconforme con sus condiciones materiales y los responsables más evidentes de las mismas, y mientras inicia o profundiza un proceso de organización popular, se encuentra envuelta en una nueva contienda electoral. En esta, el progresismo aprovecha el descontento popular y la precarización de la vida, para resonar sus demandas en sus propuestas mediocres o reformistas, y es así como los progresismos utilizan la fuerza de la clase trabajadora para hacerse del poder del Estado una vez más. Dada ya la contienda electoral, los progresismos empiezan poco a poco a desarticularse de las demandas radicales de la clase trabajadora –vida digna para todxs-, logrando amortiguar la fuerza transformadora de la clase trabajadora con miserias que se verán disueltas al poco tiempo: cuando vuelva el periodo conservador del ciclo.
Una y otra vez la historia nos ha demostrado que el progresismo no solo traiciona al corto plazo las demandas de la clase trabajadora, sino que desarticula la voluntad colectiva de transformación de quienes somos la inmensa mayoría. En la historia particular del Ecuador, el ciclo progresista ha vuelto a entrar en marcha, disfrazando las limosnas efímeras de justicia social, presionando para que la clase trabajadora olvide su misión histórica: la abolición total de la propiedad privada, y por lo tanto la destrucción absoluta de la sociedad de clases. Es necesario recordar en este momento histórico, que todas las fuerzas y mecanismos de la burguesía orquestan una cruzada para destruir cualquier posibilidad de transformación, y que esa cruzada, la burguesía se presenta como una moneda de doble cara: una progresista, y otra neoliberal.
Todos los valores impulsados por el progresismo atentan en contra de la tarea histórica de la clase revolucionaria -la clase trabajadora-: primero concentran la acción colectiva en los marcos del Estado burgués, engañan las conciencias del pueblo con un ligero y pasajero aumento de la capacidad adquisitiva, convirtiendo a los sujetos en consumidores y depositando en esa característica todo el valor social de las personas. Revaloriza la meritocracia, misma que fomenta la competencia -valor intrínseco del capitalismo- impidiendo la solidaridad y empatía entre trabajadorxs. Falsea una bonanza que permite una accesibilidad a derechos como salud y educación, a costa de un neo extractivismo brutal y sin precedentes, que genera despoblamientos forzados en territorio, violencia extrema contra pueblos y nacionalidades, y desatando ecocidios. Recordemos que el capitalismo tiende a destruir las dos únicas fuentes de riqueza: a las personas y a la naturaleza. No nos equivoquemos: el regreso del progresismo es una verdadera desgracia para el pueblo y la clase trabajadora. Implica la puesta en escena de una pantomima descarada, un proyecto que propone como premisa fundamental que el capitalismo puede ser reformable.
Nos encontramos en un momento histórico en el que se nos presenta la oportunidad de destruir las estructuras que sostienen al capitalismo y sus tantas perversiones. La clase trabajadora tiene que resistir a los engaños del progresismo para construir estructuras organizativas que sean capaces de sostener la radicalidad de nuestras demandas: un mundo libre de clases.
"Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia; Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo; Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza" Antonio Gramsci.