Frente a la guerra que nos imponen

Marxito
Lunes 16 de Diciembre de 2024

Frente a la guerra que nos imponen. Lo primero que a preguntarse es ¿Cuál de todas? Las guerras que nos atraviesan han ido poco a poco colonizándolo todo: la supervivencia, los sentidos, las relaciones, los sueños. Todo.

Ahora mismo, en este diminuto territorio, varias guerras nos aquejan. Por un lado está el CAI -Conflicto Armado Interno-, declarado desde el 9 de enero con el decreto 111 por el hacendado presidente. Hace casi un año, una “toma” mal performada generaba caos en las calles. Ya las masacres carcelarias y la criminalidad habían sembrado la semilla del miedo entre la población.

El Estado -Narcoestado- no tuvo que hacer mayor esfuerzo para que el terror se apodere de la suficiente cantidad de gente, como para legitimar la nueva o mejor dicho, perfeccionada forma de gobierno: el estado de excepción. Golpizas, apresamientos arbitrarios, torturas, desapariciones, disciplinamiento; en fin, el racismo y aporofobia se hicieron carne en pocas horas.

He aquí la clave, la llave maestra que abrió y abrirá todas las puertas de nuestra desgracia. Nicos Poulantzas plantea que el Estado de excepción es un mecanismo específico de control, para un momento específico del desarrollo de las fuerzas productivas.

En otras palabras, el mecanismo del estado de excepción responde a un momento histórico de profundización de las contradicciones de clase: los pocos ricos son cada vez más ricos, y los muchos pobres somos, cada vez, mucho más pobres.

Inevitablemente, este momento histórico se dibuja a sí mismo como una maraña de crisis múltiples, que se interconectan y alimentan entre sí. La crisis de empleo alimenta la criminalidad y la ola migratoria. La crisis sanitaria directamente lleva a la desprotección y a la muerte.

La crisis de la institucionalidad facilita que el narco permee a los destacamentos especiales de hombres armados - la policía y el ejército-, que se fusionan con el crimen organizado para garantizar los intereses de sus empleadores, la burguesía local y transnacional, que al tiempo depreda territorios de pueblos y nacionalidades. Esta depredación de recursos fuerza desplazamientos y despoblamientos. Esto genera subsecuentemente otras dos crisis.

La primera, una crisis en la capacidad de sostener la soberanía alimentaria. Agua contaminada con mercurio y otros compuestos tóxicos des-nutren nuestros alimentos, y por último luego no quedará ni agua sucia para beber y regar. Por otro lado, el desplazamiento forzado deja a la tierra sin trabajadores que la labren. ¿Sin campesinos y campesinas que trabajen la tierra, de qué come la ciudad?

Nos enfrentamos a un nuevo proceso de cercamiento y expropiación de tierras comunales. Si la violencia estatal y paraestatal nos obliga a las y los trabajadores del campo a migrar a las urbes, entonces termina siendo la falta de oportunidades de trabajo: recordemos que se están expropiando tierra, es decir, su medio central de producción.

Como si este mecanismo no bastara, entonces también actúa la “justicia” con la judicialización de la protesta y la resistencia. Más de 100 campesinos y campesinas y militantes antimineros están siendo procesados por terrorismo en el caso de Palo Quemado y las Pampas. Un buen ejemplo de la intersección colaborativa entre empresa privada -en este caso la Atico Mining de Canadá-, el Estado -desde la fiscalía y las fuerzas represivas-, y el crimen organizado, que estuvo presente en la contienda en marzo-abril de este año.

En segundo lugar, cuando se van los indios y campesinos -o les obligan a irse-, entonces también se van las y los guardianes de la vida. Menuda tarea que les ha dejado la historia, 532 años de resistencia al genocidio colonial, y contando.

Si se van las y los guardianes de la vida, entonces empeora la crisis climática. No es coincidencia que cuanto más se agudiza la explotación minera, maderera e inmobiliaria, más se agrava el cambio climático.

Recordemos que el capitalismo tiende a destruir las dos únicas fuentes de riqueza: a la naturaleza y a las personas.

La crisis provocada por el cambio climático profundiza la crisis estatal auto-inducida. Los parásitos que nos gobiernan, llevan décadas en su perverso plan de privatización de lo común. Desfinanciamiento -como los 400 millones que Noboa le quitó a CELEC a principios de año-, la falta de mantenimiento y el caso omiso a las advertencias de los técnicos, sostienen al país entero -a casi 20 millones de personas-, en la oscuridad. “Ecuador retrocedió al siglo XVIII”, versaba un titular reciente de la BBC.

La crisis energética, por su parte, ahonda la crisis de empleo. Casi 5.000 nuevos desempleadxs en los últimos 3 meses, y 700 actas de finiquito ingresan al día al Ministerio de Trabajo. Quien sabe cuáles serán los número reales.

La extrema violencia siempre ha sido el mecanismo de imposición de nuevos mecanismos de explotación. La pedagogía de la crueldad se hace presente una vez más, para imponer al capital sobre la vida.

Ahora, hay algo que tenemos que cuidar en este discurso, porque fácilmente puede encapsularse en la crítica y denuncia a un gobierno específico, que hay que hacerla por supuesto, pero sin perder de vista que esta crisis que nos aqueja, definitivamente no responde nada más al gobierno de turno.

Esto implica una reflexión mucho más ideologizada, construida desde una posición teórica-histórica más minuciosa. Es decir: tenemos que reconocer que el Estado como aparato en sí mismo, es producto de un modelo de sociedad específico, que es la sociedad de clases en la que el modo de producción capitalista se sustenta.

Existe Estado porque los intereses entre las dos clases -explotadores y explotados-, resultan irreconciliables. Lxs explotadorxs quieren acumular más y más, y nosotrxs queremos vivir con dignidad, justicia y verdadera libertad. Es imposible que estas dos premisas coexistan.

Es decir, el Estado garantiza la dominación y opresión de la clase trabajadora, por medio de la legalización de los mecanismos de explotación. Un ejemplo puntual y contemporáneo de esto, es el Acuerdo Ministerial N°200 del Ministerio de Trabajo, que impuso el famoso pico y placa eléctrico, mismo que flexibiliza la jornada laboral. Miles de obreros y obreras murieron alrededor del mundo para lograr la jornada laboral de 8 horas. Sin embargo, en medio de esta crisis autoinducida, el Estado -que está gobernado por la clase dominante-, toma la oportunidad para imponer regresiones en materia de derechos laborales.

Durante el proceso progresista en cambio, no se flexibilizó descaradamente la jornada laboral, pero se generaron mecanismos y trabas a la sindicalización, además de un discurso de ataque constante al movimiento obrero, que ahora nos pasa facturas, cuando tenemos la necesidad urgente de construir un sindicalismo clasista y de nuevo tipo.

Jodidos y jodidas

Es decir, nos gobierne la ultraderecha o el progresismo, el Estado sigue siendo el aparato por medio del cual, la clase dominante genera los mecanismos de fuerza -o amenaza del uso de la fuerza-, para garantizar la explotación de la fuerza de trabajo de las inmensas mayorías, en pos de la acumulación privada de una degenerada minoría.

El capitalismo se alimenta de la crisis, es algo así como su modus operandi. En cada crisis, el capitalismo -que es brillante en su lógica intínsica de supervivencia-, renueva sus esfuerzos para generar nuevos mecanismos de explotación y opresión. Ejemplo de esto es el Narcoestado, que sitúa a la población en una nueva situación de presión y precariedad, mientras coloca a la organización popular en una doble situación de riesgo. ¿Recuerdan cuando veíamos horrorizadxs los atentados a dirigentes populares en Colombia y México? Bueno, está pasando aquí y ahora.

En medio de todo este panorama, caen críticas absolutamente fundamentadas: el lenguaje que usamos es muy ideologizado, y eso hace que sea difícil que mayor cantidad de personas se sientan apeladas con estas enunciaciones que hoy comparto con ustedes. Y totalmente: si es una construcción analítica súper específica.

Sin embargo, también es el momento de la radicalización. Y necesariamente para poder radicalizar las consciencias y llegar a la acción, en necesario que mayor cantidad de gente se acerque a la comprensión material de porque su vida -la vida colectiva-, es una mierda. Porque sufrimos tanto, porque no podemos ni enfermarnos o accidentarnos porque nos podría costar la vida, porque no hay como dejar que lxs wambras anden jugando en la calle, porque podrían desaparecer, o el crimen organizado lxs podría reclutar, porque no podemos estudiar, porque vivimos forzadamente en manadas porque no podemos pagar el arriendo solxs, y peor comprarnos o construirnos una casita, ni trabajo remunerado tenemos, y si tenemos es precario y nos pagan una miseria. Y entre tanto chapas, milicos y narcos/paracos, hacen inhabitables los espacios públicos.

Entonces, si le bajamos la intensidad del discurso, lo que ha sucedido es que caemos en la práctica del progresismo, que oportunistamente utiliza fraseología socialista, para movilizar votos, básicamente, pero vacía de contenido crítico el análisis de la realidad. Y nosotros y nosotras -comunistas-, lo que queremos es precisamente lo contrario. Queremos que la gente sepa a detalle cómo funciona este sistema de mierda, que nos sostiene en la esclavitud y la desesperanza. Porque las y los trabajadores y precarizadxs sabemos las consecuencias del sistema capitalista, pero luchamos mejor si además, reflexionamos acerca de ello y nos organizamos.

En otras palabras y para resumir y terminar, la guerra que nos imponen y nos han impuesto históricamente, es la guerra consecuencia de la sociedad de clases, donde unxs muchxs trabajamos, y otrxs pocxs se apropian de los resultados de nuestro trabajo. El fantasma que está detrás de esta organización social es la acumulación privada. Si soy ladrón es por culpa de la propiedad privada, decía irónicamente Facundo Cabral.   

Ahora en cambio es el tiempo del qué hacer, como decía Lenin. La respuesta, lejos de ser un recurso retórico, es la organización. El reconocer que entre nosotros y nosotras habrán mil y una diferencias y desigualdades, pero que nuestros intereses son comunes entre nosotrxs, y completamente contrarios a los intereses de gente como Noboa, Lasso, Topic, Gonzales, los Egas o los Wright.

Reconocer también que nadie nos va a dar haciendo nada. Eso sí tenemos claro, porque somos camelladorxs pues, sabemos que no existe nada sin trabajo, literal, ni siquiera la comida. Entonces la respuesta está en organizarse, en el grupo de amigos y amigas, con la gente del trabajo, del barrio, en la propia casa si es posible.

Organicemos grupos de estudio, cooperativas productivas, asociaciones de trabajadores y sindicatos, clubes o círculos de lectura, espacios de autoconciencia masculina, grupos de danza y teatro. Todo espacio que pueda construir la capacidad de reaccionar colectivamente para la movilización, termina siendo valioso.

Es el momento de la construcción del Poder Popular Plurinacional, pero esa construcción depende de cómo logremos cultivar nuestra voluntad colectiva de transformación. Y sobre todo compitas, reconozcamos de una vez por todas, que el capitalismo nos enfrenta a la destrucción total de la vida, porque en la barbarie ya estamos, podemos preguntarle a una comunera en el Napo, y nos lo confirmará.

Comunismo o extinción.

Ponencia originalmente presentada en las XVII Jornadas Académicas del Rockmiñahui 2024

 

 

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