Ganadería y paramilitarismo en América Latina
El animalismo crítico plantea que la explotación animal es uno de los tantos mecanismos de cosificación, explotación y opresión de un gran sistema de sistemas, al que llamamos capitalismo patriarcal colonial especista. Lo que se plantea desde esta perspectiva analítica es que los animales no humanos son sujetos de explotación y cosificación, dolor y muerte del que el capitalismo se apropia cuantiosamente. Entonces, el animalismo crítico no solo plantea el respeto a la vida y la dignidad de los animales no humanos, al reconocerles como personas sensibles y conscientes, sujetas de derechos, sino que desenmascara el nivel de apropiación capitalista que hay a costa de las vidas de esos cuerpos.
A lo largo de la consolidación del capitalismo como sistema rector de las relaciones sociales y de producción, una serie de sistemas auxiliares de explotación, ayudaron a jerarquizar todos los cuerpos. El patriarcado a los cuerpos femeninos y feminizados, el colonialismo a los cuerpos racializados y de color, y el especismo colocó a los animales no humanos en un proceso de proletarización. En este sentido, cuando hablamos de la intersección de los mecanismos de opresión sobre los distintos cuerpos, lo que planteamos es un análisis global de las varias perspectivas de cómo en un cuerpo específico y en cada realidad social, se materializan los distintos mecanismos de opresión, cosificación y explotación de este gran sistema en el que estamos inmersxs, que es el capitalismo patriarcal colonial especista.
Este gran engranaje de sistemas de cosificación, opresión y explotación, es el reproductor de las desigualdades, en el que los marcos de sentido y de realidad, colocan a los cuerpos en distintas posiciones jerárquicas. Dentro de esta jerarquización, el varón humanos blanco heterosexual propietario se encuentra en la punta de la cadena, colocando y relegando al resto de cuerpos en posiciones inferiores, y que en la norma, llegan a ser cuerpos que importan más que otros. En la subjetividad y en la creación de los mitos que sostienen la vida social, hemos llegado a cosificar de tal manera los cuerpos animales no humanos, que se han convertido en cuerpos que no importan, o que importan solo en medida del servicio que le puedan brindar a la humanidad.
Esta cosificación, opresión y explotación de los cuerpos animales no humanos, está relacionada directamente con grandes industrias, como la farmacéutica, la cosmética, pero en mayor medida, con la industria de producción cárnica.
En América Latina se perdieron 100 millones de hectáreas de superficie forestal entre 1990 y 2015, siendo la expansión de la frontera agro-ganadera, la mayor causa de deforestación en el mundo. Los países más deforestados son Brasil, Bolivia y Colombia. Recordemos en los últimos años las quemas masivas e intencionales de bosques, páramos y selvas para volverlas “productivas”. En el neoliberalismo, este fenómeno cobra una magnitud mayor, por ser su característica principal la depredación y el exterminio. En el Brasil de Bolsonaro, las quemas y la deforestación cobraron 1 millón 360 mil hectáreas en 2019 y 1 millón 700 mil hectáreas de bosque primario en 2020, perdiéndose el 30% del total del pantana. La deforestación creció más del 50% en pandemia, solo en el 2020 a nivel global, ratificando que la explotación en pandemia se multiplicó por todos los frentes. ¿Qué tiene que ver deforestación con animalismo crítico? Que la mayor cantidad de producción agrícola se destina a la producción ganadera, ya sea en pastizales para vacas o en la producción de soja para alimentar el ganado.
En América Latina, la producción de carne o animales destinados al consumo humano representa el 46% del PIB agrícola. Su tasa de crecimiento, es del 3,7% superior a la tasa promedio del crecimiento global del resto de industrias. Así, América Latina y el Caribe es la región es la mayor región exportadora de carne bovina y de ave del mundo, siendo la productora del 23% de la carne bovina, y 21% de carne de ave del mundo. En esa misma lógica, la producción de carne y leche de vaca es responsable de la mayor cantidad de emisiones en América Latina, con 49% y 29% respectivamente. Esta termina siendo realmente una lógica insostenible y contraria a toda posibilidad de vida.
Acompañado de la deforestación, esta siempre se encuentra ligada al desplazamiento forzado de poblaciones enteras, principalmente pueblos y nacionalidades indígenas, poblaciones negras y poblaciones campesinas empobrecidas. Estas terminan siendo la mano de obra barata de los mismos campos productivos, bajo las mismas prácticas de esclavitud moderna como en Furukawa en Ecuador, de los ingenios azucareros en el norte de Argentina y cuantos ejemplos más que se puedan nombrar. O en su defecto, son poblaciones obligadas a migrar a las ciudades, para convertirse también en mano de obra barata y trabajar en condiciones de semi-esclavitud en las fábricas y textileras, trabajadoras de servicio doméstico, convirtiéndose también en cuerpos que no importan para el gran capital.
En esta misma lógica, la industria agro-ganadera en el mundo, está en manos de grandes terratenientes, que reproducen o son las lógicas mismas de la cosificación, opresión y explotación del capitalismo patriarcal colonial y especista. En América Latina el 79% de la tierra productiva está en manos del 1% de la población. De aquella población propietaria de tierras, el 97% son hombres, y solo el 3% son mujeres. Siendo la distribución de la tierra en América Latina el más desigual del mundo con un coeficiente GINI del 0,79. En Brasil, esta fue una de las demandas y consignas más importantes del histórico Movimiento de los Sin Tierra –MST-, así como de toda la izquierda revolucionaria del mundo: “la tierra es de quien la trabaja”. En Colombia, el 82% de la tierra productiva, está en manos de menos del 10% de la población.
Lo que está viviendo en estos momentos y desde la colonia misma el pueblo colombiano, responde a la intersección de todos los mecanismos de cosificación, opresión y explotación del capitalismo patriarcal colonial y especista. Colombia consolidó la formación de su Estado a partir de la explotación ganadera. En el siglo XVII ya era condición y requisito para la formación de poblaciones, la crianza de ganado en altiplanos y llanuras, concentrándose así la tenencia de la tierra en grandes hacendados. Cómo pasó en toda América Latina, los gobiernos daban fuertes incentivos para que la tierra se vuelva productiva. En Ecuador, Ponce Enríquez y Plaza Lasso regalaban 100 hectáreas de tierra “no habitada” a europeos y estadounidenses para que las vuelvan productivas. Pero esas tierras si estaban habitadas, por pueblos y nacionalidades indígenas. En este sentido, se volvió una práctica común de ganaderos y grandes terratenientes agrícolas, formar ejércitos paramilitares, para forzar a las poblaciones a dejar sus tierras, a punta de fusil y sangre.
El mismo proceso se desarrolló en Honduras y Guatemala, cuando en 1906 los grandes terratenientes alemanes conformaron un gran ejército paramilitar, despoblando casi el 50% de la tierra productiva del país para sí mismos. Estos ejércitos paramilitares se encuentran latentes en la actualidad. Pasó en Brasil, en Argentina, en Chile y en toda la región. Sin olvidarnos jamás de las violaciones y abusos sexuales a niñxs, mujeres y hombres campesinos, indígenas y afros, que se practicaban y se practican sistemáticamente para el sometimiento y destrucción de la moral de los pueblos. De esta forma, el capitalismo patriarcal colonial y especista, se convierte en un destructor y depredador absoluto de toda la vida.
En Colombia, el paramilitarismo está directamente relacionado y financiado por los grandes terratenientes ganaderos, que al mismo tiempo son los grandes accionistas del resto de industrias del país, reproduciendo las mismas lógicas feudales del pasado, siendo la región de Antioquia una de las más afectada. La para-política en Colombia se convirtió en la rectora de todo el orden social, siendo uno de sus mayores exponentes, Matarife, terrateniente y uno de los más grandes ganaderos del país, el señor Álvaro Uribe Vélez. Durante su mandato, la política de exterminio neoliberal, y en complicidad de las grandes agrupaciones paramilitares generaron más de 6402 falsos positivos –ejecuciones extrajudiciales-, y cientos de fosas comunes, siendo Colombia el territorio de América Latina con mayor cantidad de fosas comunes. Así mismo, cuando las FARC-EP se desmovilizaron y dejaron las selvas y montañas, la deforestación en esas zonas, antes controladas por la guerrilla, aumentó en un 50%.
Todas las vidas del pueblo colombiano, que se ha llevado desde hace décadas el gran capital, el paramilitarimo y el uribismo criminal, tienen una relación directa con los intereses del capitalismo patriarcal colonial especista. Particularmente en Colombia, el poder del gran capital está directamente en las manos de productores y terratenientes ganaderos, y sus prácticas fascistas de exterminio popular y esclavización. Definitivamente, la lucha por la liberación animal, tiene que ser una lucha anticapitalista, antifascista, antipatriarcal y anticolonial. La industria de la carne en el mundo, en América Latina y específicamente en Colombia, derrama sangre de animales humanos y no humanos, todos los días. Pueblo y animales somos proletariado.