De la resaca electoral al indispensable baño de verdad
La victoria de Guillermo Lasso el pasado 11 de abril marcó un punto de quiebre con el proyecto progresista ecuatoriano. Con ello no busco sobredimensionar el triunfo electoral de Lasso. Sin embargo, es justo decir que el momento histórico en el que esta victoria tiene lugar, marca un antes y un después para el progresismo en Ecuador. La resaca electoral con la que nos hemos levantado los votantes de izquierda dentro del correísmo será quizás lo más difícil de sobrellevar, pero mientras más rápido nos sacudamos de la derrota, más rápido empezará la construcción de una nueva izquierda, más fuerte, más coherente, más social y más diversa. Antes de aquello, hagamos un breve recorrido por los errores que a mi entender, fueron decisivos para perder de la manera en que se perdieron las elecciones. Primeramente, desde la salida de Rafael Correa, los ejercicios de autocrítica han sido pocos, por no decir inexistentes: un movimiento que no se cuestiona, no es movimiento.
Las siguientes reflexiones están centradas en los errores comunicacionales, ideológicos y estratégicos cometidos por la Lista 1 encabezada por Andrés Arauz, dejando de lado los aciertos o desaciertos del adversario. Con ello tampoco intento desmerecer a Guillermo Lasso y sus casi 10 años de campaña. Pero a mi juicio, fueron las debilidades y las falencias del proyecto progresista el principal motor de su victoria electoral.
El baño de verdad
Nadie duda de las inmensas adversidades a las que tuvo que hacer frente el progresismo para poder participar en la contienda electoral, luego de que le fuera arrebatado Alianza País -Lista 35-, posteriormente Compromiso Social -Lista 5- y el boicot frente a la candidatura a la vicepresidencia pretendida por Correa. Sin embargo, el furor de la lucha resultó en asumir que la participación electoral al precio que fuese, era el camino propicio para el proyecto y para el país. Que gran equivocación. El partido político es más, mucho más, que un órgano reconocido por la autoridad electoral, más que una etiqueta o un número. El partido es - o debe ser - la condensación de un largo proceso de diálogos, confrontación ideológica, construcción de alianzas y definición de estrategias. El partido es en definitiva, el príncipe moderno de Maquiavelo.
Recibir el auspicio de un partido ajeno a dicho proceso es equivalente a eliminar el elemento estructurante de un proyecto político. Alquilar un partido es, en definitiva, no entender la importancia del mismo. En esta misma línea, al alquiler de la organización se le sumó la designación de un candidato poco preparado para el momento histórico que transcurría y que aún transcurre. Arauz no es quien carga con la culpa, sino aquellos que lo designaron. Seguramente en esta decisión se sobrepusieron las ideas de que un outsider -y principalmente, alguien incapaz de traicionar al proyecto progresista- supondrían mayores beneficios electorales que un referente político e ideológico que pueda llevar a cabo su propia agenda. Esto último fue por ejemplo el caso de Bolivia, donde pese a la afinidad entre Evo Morales y Luis Arce, el segundo se mantuvo siempre firme en declarar que su gobierno no apelaría a la memoria de un candidato como Morales, sino que construiría el camino al andar. El desenlace de esta historia es conocido: Arce llegó a ser el presidente actual de Bolivia y goza de un apoyo popular considerable. En definitiva, la figura omnipresente de Correa, la tibieza ideológica de Arauz y un partido con el cual pocos se sentían representados, mermó las posibilidades de un gobierno progresista en Ecuador.
Alianzas, alianzas y más alianzas
La articulación de la diversidad en un proceso político, no solo en cuestiones étnicas o culturales, sino principalmente en corrientes de pensamiento ideológico, termina siendo crucial en la construcción de un proyecto progresista que pretenda vencer al neoliberalismo y a su poder mediático. En este elemento particular aparece nuevamente la figura de Rafael Correa como principal obstáculo. Los diferentes movimientos sociales y grupos organizados de la sociedad civil, quienes no tenían una plena confianza en Correa, percibieron en su activa participación durante la campaña un riesgo para sus intereses, luchas y reivindicaciones. El recuerdo a la persona de Correa terminó atando de manos al binomio Arauz-Rabascall, dificultando alianzas estratégicas con, por ejemplo, el Movimiento Indígena, organizaciones feministas, colectivos ambientalistas, entre otros.
Pese a este considerable error político, lo llamativo se encuentra principalmente en las alianzas que sí logró construir el candidato del correísmo. Dos de las más “celebradas” o mediatizadas fueron la alianza con el empresario Isidro Romero y la alianza con el presidente de la CONAIE, Jaime Vargas. En relación a la primera, realmente queda poco que añadir: el error político parece ser evidente. Pactar con un empresario ajeno en todo sentido a la lucha popular y a los principios progresistas, denotaba que no estaba claro el horizonte al cual se pretendía llegar con la candidatura de Arauz. Pactar por pactar, con un ex-candidato ajeno a los principios políticos y que no logró ni el 2% de votación en la primera vuelta, deja muchas dudas en torno a la estrategia política del equipo del candidato Arauz.
Respecto al respaldo de Vargas, este evidenciaba claramente una alianza más apegada al objetivo de construir un frente progresista antineoliberal. El voto del Movimiento Indígena puede terminar por ser decisivo en las elecciones, tanto a nivel nacional, como local. Este tibio acercamiento del correísmo a la CONAIE y a la CONFENIAE, el cual se consolidó con un acto público en la Amazonía ecuatoriana, fue rápidamente criticado y principalmente deslegitimado por figuras importantes dentro del MI. El proceso de acercamiento tuvo como resultado que el apoyo pase de ser una aparente victoria, a un logro agridulce, que permitía entrever grandes fracturas en la capacidad organizativa y principalmente en la capacidad de convocatoria por parte de Arauz. ¿El resultado? Una apoteósica derrota en la Sierra y Amazonía ecuatoriana y una reducción de la diferencia obtenida en primera vuelta frente a Guillermo Lasso en la Costa. En otras palabras, las alianzas parecen haber generado poco, nada o incluso haber afectado negativamente las aspiraciones de Arauz y del progresismo. Arauz concluyó la campaña electoral aislado, arrinconado y con pocos movimientos posibles.
¿Cuándo llegó el jaque mate para el binomio Arauz-Rabascall? Un elemento transversal de la campaña de Arauz fue la tibieza de sus propuestas y la ineficaz instrumentalización de ciertos fenómenos políticos, que podrían haber reforzado la posición del progresismo como principal alternativa al desgobierno de Moreno. Las propuestas de Arauz -como la mal llamada “1.000 de una”- carecían de todo elemento necesario para cambiar la percepción del votante. Desde su nombre, su aplicabilidad, ejemplos de otros países, posibles outcomes para los más pobres, etc. No importa ya si esta propuesta era o no idónea para el momento económico del país. Lo que sí se sabe y resulta hasta evidente es que ninguna propuesta electoral va a ser beneficiosa para uno u otro candidato, si es que la misma no crea un vínculo con el votante. Las propuestas electorales, en definitiva, no compiten en el mundo de la aplicabilidad o posible efectividad, sino en el mundo de las percepciones, en el cómo llegan estas propuestas al votante y cómo estas podrían cambiar el futuro de las mayorías.
Exactamente lo mismo sucedió con la temática referente al plan de vacunación. En un principio, la oferta consistía en 4,4 millones de vacunas resultantes de un acuerdo de cooperación con el gobierno de Argentina, pero su impulso para la candidatura fue reducido. Sin mencionar que dicho acuerdo fue puesto en duda por el mismo presidente argentino, Alberto Fernández, pocos días después de ser anunciada. Poco o nada generaron estas propuestas en el debate público, que hasta el final, se jugó a la merced de los intereses del adversario.
Finalmente, seré breve respecto a la instrumentalización de fenómenos políticos y comunicacionales durante la campaña electoral. Las luchas electorales en América Latina, desde que tengo memoria, han apelado con significativa fuerza al ataque personal, a la desacreditación del rival, a la instrumentalización del pasado, etc. En todo caso, la estrategia comunicacional de Lasso superó con creces a la de Arauz. Desde el slogan ¡Andrés, no mientas otra vez!, la supuesta cercanía ideológica del binomio Arauz-Rabascall con el castro-chavismo y la también supuesta financiación de grupos guerrilleros colombianos, el discurso de la corrupción, la supuesta estafa de Arauz al Banco Central y la crítica por supuesto títere de Correa, terminaron invadiendo todos los espacios del debate público.
La incorporación del estratega político Jaime Durán Barba a la campaña de Lasso ante la segunda vuelta vaticinaba justamente aquello: una orquestación del discurso y la proyección del odio, como estrategia comunicacional. El equipo de Arauz, por su parte, no logró anticipar los movimientos de Durán Barba y se atrincheró tras la figura del enemigo común alrededor del banquero, elemento que ciertamente se ha ido desgastando con el paso de las campañas electorales. Ni el feriado bancario, ni la instrumentalización de los hechos de Octubre de 2019, ni la cogobernanza Lasso-Moreno pudieron hacerle frente a la avalancha de desinformación por parte del equipo de campaña de Lasso. Con ello, regresamos al mundo de las percepciones, donde Lasso ganó ampliamente.
Jaque mate, derrota y fin de una era
¿Es este el fin del proyecto progresista? No, no es el fin. Es una derrota. Todo proceso político es siempre derrota, lucha, victoria, lucha, derrota, derrota, lucha, victoria … Esa es la vida del militante, así nos lo demuestra la historia. Este es el momento de reflexionar y definir los nuevos horizontes, porque sin duda mejores tiempos están por venir para el progresismo, siempre y cuando estemos dispuestos a darnos un saludable baño de verdad.