Día de la Bandera: consideraciones sobre Patria y Estado
El 26 de septiembre de 1860 mediante decreto ejecutivo, el entonces presidente Gabriel García Moreno, estableció la desaparición del pabellón que se utilizó en la revolución Marcista de 1845 y ordenó que se adopte nuevamente el iris colombiano, es decir los colores amarillo, azul y rojo. El 31 de octubre de 1900, en el Gobierno del general Eloy Alfaro, se regula de manera oficial los colores del pabellón nacional, cuya franja amarilla tiene el doble de ancho que las restantes y en el centro se diferencia por la presencia de su escudo de armas. Finalmente, en 1955 el Congreso Nacional emitió un Decreto Legislativo estableciendo el 26 de septiembre como el Día de la Bandera Nacional.
Bien, esta brevísima semblanza histórica nos servirá para hacer fluir la reflexión en torno a nociones como patriotismo, patria y nacionalismo. Así también nos permite, con suerte, sembrar la duda sobre la pertinencia que hallan estas nociones en el mundo contemporáneo. Desde los soldados en los cuarteles a los miles de cuasi bachilleres, es un acto común el de jurarle lealtad a la bandera y por defecto mecánico a la patria. Pero ¿Qué quieren decir con “jurar lealtad”, y sobre todo a la patria de quién? Y es que esta patria que nos pintan en los cuarteles y los colegios ¿qué tan nuestra es?
Cuando pensamos en patria la noción podría presentársenos un tanto problemática ya que puede ser tan amplia como reducida, por ejemplo, Bakunin sostenía que su patria era el mundo y la humanidad su familia, en cambio para Jefferson o Washington the homeland nunca fue más que las trece colonias de norteamérica. Sin embrago, la mayoría, tiene por patria a la tierra en que nació, en que vivió y en que fue feliz. Dejando la ironía del lirismo, podemos afirmar que la patria aparece como un elemento constitutivo de los seres humanos; individuos antropocéntricos y cegados por la ilusión de autonomía; que construyen una sociedad atomizada que, para generar pertinencia a un todo social específico se vale de puntos en común, lugares de referencia que aportan seguridad y nos permitan reflejarnos cómo un todo compacto pero heterogéneo. La patria, la familia (heterosexual), la Nación son algunos de estos lugares en dónde se refugia el individuo ya sea por incapacidad, mediocridad o conveniencia. Es por eso que las glorias de la patria se sienten las glorias de uno mismo, aunque poco o nada hayamos tenido que ver con ellas. Parecería que la patria responde a un código más “sentimental” que “racional” y así mismo permite entrever la idea de una partía metafísica y omnipresente que, está a la vez tan dentro del individuo como fuera de él.
Y entonces, si llevamos tan hondo a la patria. ¿Por qué esa patria que amamos y a la que juramos lealtad va de mal en peor? Ensayar una respuesta es osado y requiere tiempo y líneas, sin embargo, aventurando conjeturas a la brevedad del pensamiento podríamos quizá entender este fenómeno introduciendo otro concepto, que tiene que ver con la patria y sus asuntos. El Estado.
Las definiciones de Estado son sin duda numerosas, debatibles y en buena medida heterogéneas, en esta ocasión ensayaremos una que nos facilite orientar nuestras posteriores elucubraciones. Sea que lo veamos cómo “el comité de asuntos de la burguesía” o cómo, “La entelequia jurídico política que debe encargarse de facilitar las condiciones para el libre mercado”, lo cierto es que deberemos convenir en que se entiende como parte de un todo más grande en dónde cumple una función específica. El Estado aparece de esta forma como la burocracia que se encarga de la administración pública mientras que permite a través del ejercicio de la política procesar la toma de decisiones colectivamente vinculantes. Lo presentamos, así como un instrumento de desarrollo y organización de la modernidad capitalista.
Siguiendo esta línea encontramos que el Estado entonces responde a un sistema, el sistema del Capital, y a la hora de administrar los asuntos de la patria quizá, el Estado, los encuentra incompatibles con los suyos propios dando pie a una tensa unidad. Aunque ligados, no terminan de ser lo mismo. El Estado aparece entonces como aquel ente que se encarga de hacer cumplir la agenda del poder, poder que difiere con los intereses de la patria y al mismo tiempo se apropia de ella. Vemos al estado como la materialización efectiva del poder y la coerción y no desarrollamos un sentimiento de apego o pertinencia como con la noción de patria. Además, dotamos de un carácter de fático y concreto al Estado, rompiendo con la comodidad de la metafísica patriótica y enfrentándonos a algo que existe, al Estado como ente concreto organizador de la realidad material, objetivado en instituciones, edificios, monolitos, funcionarios, burócratas, policías y milicos. Pero aparece incapaz, por su carácter precisamente de real, de hacerse con la omnipresencia con la que cuenta la patria. A dónde llega la patria no llega el Estado.
Considerando los procesos de globalización apreciamos sin embargo que la sociedad mundial deja a las patrias por el piso y trabaja con los Estados-Nación, el sistema mundo es avasallante, para la metrópoli mundial las patrias existen, pero aparecen irrelevantes, los intereses de la patria difieren de los intereses del Estado.
¿Tiene lógica entonces mantener ese fervor por la patria? ¿Qué tan rentable es el patriotismo? Los nacionalismos en la era del mundo global pueden ser vistos como taras al desarrollo, cómo recursos del sistema del capital para fragmentar a la especie. O bien son la respuesta autárquica y soberana pero no, pero eso menos necia, al mandato de la sociedad global.
Ahora bien, entre quienes se precian de ser discípulos, albañiles y profetas del mundo nuevo, entre las izquierdas; la discusión de, si es más urgente tomarse el Estado o rescatar la patria se ve agotada ya que al parecer nace de conceptos igualmente apagados e incapaces de movilizar, en todo caso a la patria todavía se la puede exprimir ideológicamente.
Creemos firmemente que el Internacionalismo debe usarse como consigna que ayude en rescate del género humano como especie. Socialismo o barbarie, dijo Luxemburgo, yo creería que bien podíamos afirmar ahora que las opciones que tenemos son internacionalismo o extinción.