¿Dónde está el pueblo en el pacto histórico?
La semana pasada fue la estocada final de las inscripciones al congreso de Colombia. Quien esté al tanto de la política electoral del terruño, sabe bien que la publicación final de los nombres de las listas del Pacto Histórico, sólo se puede comparar con un juego decisivo de eliminatorias de algún deporte popular.
Las listas inscritas arrejuntaron a un montón de partidos y movimientos que parecieran sólo tener en común la necesidad de una transición, así sea moderada, de este viejo modelo de capitalismo a uno más moderno, más eficiente, más “humano”. Lejos de llamar a la dictadura del proletariado, la transición que le proponen Petro y compañía al país, es un salto de las posiciones más bajas de la pirámide de la división internacional del trabajo a un renglón más bien medio: sustitución de importaciones, fortalecimiento de instituciones públicas y otro intento de cerrar esta etapa del conflicto armado. Pare de contar.
Ojalá estuviésemos en los albores de la denunciada revolución. Ojalá esta fuese la Bolivia de 2005 con victoria de un candidato indígena, bajo un movimiento orgullosamente socialista, con 84% de participación y arrasando en primera vuelta. Ya quisiéramos esa dicha, o mejor, ya quisiéramos merecer esa dicha. La realidad es que el panorama Colombiano es bastante diferente: hay descontento, pero sin organización de la gente, lo que es una invitación a pescar en río revuelto.
Al parecer es cierto que el uribismo en la versión que lo conocemos, y como protagonista de la política nacional, está en sus últimos días. La pregunta que queda es: ¿qué sigue? Estamos transitando de una parodia de proyecto nación eternamente agonizante a ¿qué? ¿Una versión remendada de esta vieja Colombia? ¿Una democracia liberal moderna? ¿Un Estado benefactor keynesiano? ¿Una revolución neoliberal? ¿Una toma definitiva de las instituciones por el narcotráfico?
Las casas electorales de los diferentes grupos económicos -que mucho saben de política- se la juegan y hacen sus apuestas. También uno que otro personaje y partido que quiere preservar cómodamente su lugar de oposición, pero en todo esto ¿dónde está el pueblo? Desafortunadamente es el gran ausente. La guerra y la paz de los poderosos acabaron prácticamente con el movimiento social con horizonte político y vocación de poder. Las organizaciones sobrevivientes y las que han emergido hacen esfuerzos valerosos por encontrarle rumbo a la pelea. Caminan en círculos y se chocan entre sí intentando dilucidar la eterna quimera de la unidad. Caminan y caminan, pero nada que se encuentran. Con un panorama así, un combustible tan potente como la rabia es insuficiente para echar a andar, sólo explota y deja el desastre. Así las cosas.
¿Qué es el Pacto Histórico? Su nombre da pistas suficientes: es una propuesta de unidad de acción para hacer las reformas más urgentes, tal vez las posibles, ojalá las fundamentales. En el PH cabe cualquiera (sí, cualquiera) que sume en ese propósito, esa es la naturaleza de la unidad de acción: juntarse con enemigos para llegar a una situación más deseable. No es la paz con el enemigo, es la tregua necesaria para la supervivencia. La segunda vuelta presidencial del 2014 es el mejor ejemplo: comunistas y neoliberales acérrimos haciéndole fuerza a Santos para evitar el ascenso de Zuluaga; cumplido el objetivo, se disuelve la unidad y nuevamente todxs a la pelea. ¿En serio a alguien se le ocurre que personajes como Luis Perez o Roy Barreras de pronto están en las filas de eso que llaman izquierda? Me parece más sensato reconocer que con ellos, y con otros sectores claramente enemigos, se comparte una pequeña porción de la agenda política, sea por las posibilidades de negocio que abre el cese de la dimensión armada del conflicto, o porque también hay sectores de la burguesía nacional que ya no les conviene un Estado débil y un libre mercado sin frenos.
Para hacer síntesis de todo este cuento, las transformaciones estructurales no llegarán por vía electoral, asumirlo de entrada nos evita muchas decepciones; pero sí, por la vía electoral es posible allanar el camino para que ese pueblo se organice. El asunto es que no se tiene claro qué le corresponde a quién: si a liberales les corresponden hacer reformas que faciliten la organización para que el pueblo transforme, entonces de entrada la pelea está perdida, porque se ha decidido pelear en el campo del enemigo creyendo que también es nuestro campo. Por supuesto que es necesario pelear en el campo del enemigo, pero conscientes de que la pelea allí tiene por objetivo la desarticulación del enemigo y no la articulación propia, pues la articulación propia sólo se puede dar en el marco de la política popular, no en el marco de la política liberal-electoral.
Es cierto que la nueva Colombia puja por nacer, pero es responsabilidad nuestra que no nazca muerta.