La colectivización del odio
Aquellos que, con aire de alegría por el triunfo de Lasso lo impostaron como la victoria sobre el correísmo, simplemente expresaron una ingenuidad política. Anónimo
La eficiencia de la colectivización del odio, logró su finalidad, vencer a aquellos que son depositarios del mal, esas innumerables racionalizaciones asociadas en forma perversa al dolor del otro. Por ejemplo: mimetizar el odio al extranjero, al del sujeto odiado -darle al menos un valor práctico portando un letrero- que deje de ser el enemigo momentáneamente, para señalar al “verdadero mal”.
“El discurso que se quiere imponer a partir de entonces es el correspondiente a la búsqueda de que la mayoría posible coincida en odiar a quien pasa a quedar localizado como enemigo y amar a quien lo señala como tal” (Gallo, 2017). Pero esta efectividad no operaría sin el proceso de desmantelamiento subjetivo en los últimos años, particularmente el provocado por el despojo de los recursos que permiten la subsistencia, al que la mayoría fuimos sometidos en el año de la pandemia.
Por tanto, “al mismo tiempo del malestar que produce la pérdida de acceso a los bienes materiales, estas formas de odio parecen aptas para resolver también lo que se sufre como daño en la autoestima y el reconocimiento social, que las crisis suelen diseminar en distintos grupos sociales (Ipar, 2019). Esto significó, maliciosamente desplazar y sustituir las causas reales de la angustia -situada por la precariedad económica y el desajuste del tejido social, acerca de la incertidumbre del proyecto de vida provocados por la manera en cómo se manejó la crisis-, al nuevo destinatario la frustración y el odio, colocar el discurso creando la ilusión que la eliminación del causante de las desgracias es la forma de la compensación del daño.
Los relatos construidos por la derecha, y asumidos por las izquierdas, por académicos, y otros, diseminados por los medios de comunicación privados, y las otras redes de comunicación, se internalizaron en las poblaciones, logrando una identificación que colectivizó el odio, bajo la forma del miedo. Presentándose una paradoja: el miedo fractura el tejido social y el odio colectiviza la frustración hacia el objeto que se vuelve depositario o causante de la tragedia.
El triunfo electoral de la derecha, desnuda la fragilidad de la izquierda que aparece desclasada e ingenua. Frases como “no voto por Lasso, sino contra Correa” “prefiero votar por un banquero y no por un correista” o “votar por lasso es defender la democracia”, son la muestra de que “el odio es un afecto que se objetiva en torno a ideas que forman parte de las representaciones sociales” (Gomez, 2021). Representaciones sobre unos sujetos y situaciones en los que puedo depositar la ira, el rencor, la frustración, a lo que Gómez citando a Freud, denomina acto sintomático.
Esta narración se incorporó en la gente, junto a la idea de la reivindicación prometida por quienes en realidad son los causantes de la crisis, los verdaderos beneficiarios de la pandemia. El odio obnubiló la conciencia de clase y facilitó las condiciones políticas para que vaya consolidándose el régimen neoliberal. Pretender que esto permitirá la verdadera resistencia es ingenuo, solo demuestra que la derecha aprovechó la fragilidad de nuestra subjetividad política, que la derecha construyó un enemigo a partir de sus propias prácticas de despojo, es decir se proyectó en el otro.
Lo cierto es que el neoliberalismo que retornó hace cuatro años, hoy se consolida. Tendremos que bregar con ello, al parecer la desmemoria ganó terreno. 30 años de neoliberalismo no fueron suficientes para aprender que, privatizar el mundo de la vida es la más grande de las tragedias.