Las batallas del futuro

khvh
Jueves 18 de Febrero de 2021

Desde el Nixon Shock de la década de los 70s y la reconfiguración de la economía global con el fin de los Acuerdos de Bretton Woods, las contradicciones más atroces del capitalismo se han recrudecido. En la actualidad, vivimos en el éxtasis del desarrollo y pero rodeados de privaciones, creyendo ciegamente en el progreso. Al mismo tiempo de hundirnos en las desigualdades más crueles, la generación de riqueza se convirtió en la razón de ser de nuestra existencia, pero a donde quiera que miremos, la miseria se recrudece.

En otras palabras y tomando prestada la metáfora de Ícaro, utilizada por el ex ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, en su libro El Minotauro Global: nos hemos convertido en ese joven, que por la codicia de querer volar más alto, nos acercamos tanto al sol que nuestras alas dejaron de funcionar y caímos al abismo con un desenlace fatal. Las sociedades, a diferencia de lo sucedido con Ícaro, han sobrevivido al impacto de las grandes crisis, desde la caída del precio del petróleo en los 70s, pasando por la crisis de la burbuja punto-com de los 2000 hasta llegar a la Segunda Gran Recesión del 2008. Hasta ahora, después de la caída nos hemos levantado, nos sacudimos y tomamos nuestras alas para emprender vuelo en la misma dirección. Es casi como si una ley divina del capitalismo dictara que, entre más cerca estamos del objetivo, más nos acercamos también a nuestra propia destrucción.

La crisis del covid-19, pese a sus diferencias de forma con las crisis antes mencionadas, guarda en su interior las mismas contradicciones de ocasiones pasadas. Las desigualdades sociales, la pobreza, la precarización laboral, y las debilidades de los tejidos institucionales erosionados por la lógica privatizadora, han hecho que esta pandemia también exacerbe la lucha de clases. Esta encrucijada en la que nos encontramos desde hace décadas, pero que se ha recrudecido en el año 2020, no solo debe animar la discusión en las esferas políticas, sino debe ser un llamado de atención también a la sociedad civil, que muchas veces con su silencio y pasividad es cómplice de lo que sucede. Es momento de condensar las lecciones aprendidas, y traducirlas en batallas sociales que marquen el camino por el cual queremos transitar, un camino hacia un mundo más justo, más social y, sobre todo, más humano.

Debemos empezar a pensarnos agentes sociales de cambio. El filósofo francés George Sorel nos decía que el conflicto evita la osificación del sistema social, forzando la innovación y la creatividad. Es hora de que nos volvamos a permitir creer, imaginar, soñar. Por eso, cada batalla es una oportunidad, tanto individual como colectiva, para hacerle frente a un enemigo que nos supera ampliamente en poder, pero no en número. Las Batallas del Futuro solo pretenden invitarnos a construir nuestras propias trincheras y luchar, sabiendo que, somos y seremos miles.

El renacer del Pensamiento Negativo

La primera batalla se encuentra en el mundo subjetivo de nuestra inconsciencia y conlleva replantear nuestro rol político frente al entorno que nos rodea. Las grandes transformaciones del pensamiento humano constituyen el legado más importante para las generaciones del presente. Desde el nacimiento de la filosofía, gran parte de los pensadores se han enfocado en la búsqueda de la razón, es decir, la búsqueda de lo que es. Para el sociólogo Herbert Marcuse, es una sociedad unidimensional, donde la libertad creativa y la imaginación del individuo han sido suprimidas y reemplazadas por un mundo de ideas preconcebidas en las altas esferas académicas, políticas y económicas.

No hemos entendido – sostiene Marcuse – que el mundo nació siendo bidimensional, es decir, dentro de cada uno de nosotros, hay un espacio importante dedicado al tan anhelado razonamiento, pero hay también otro, más cercano a nuestro inconsciente, que tiene la capacidad de imaginar más allá de lo que este mundo aparenta ser. Este espacio nos permite crear obras artísticas, hacer poesía y componer piezas musicales que trascienden cualquier lógica existente. Nos permite construir un mundo en el imaginario individual que esté dominado por el deber ser y no por el es. A esto, Marcuse lo denominó el pensamiento negativo.

La segunda mitad del siglo XIX marcó un punto de quiebre decisivo para la construcción de un sistema de represión de la libertad instintiva. Hombres y mujeres dejaron de ser sujetos y fueron convertidos en objetos al servicio de un sistema. La automatización de las formas de producción, la supresión de puestos de trabajos inservibles para el sistema capitalista, y fundamentalmente, el monopolio de la información al servicio de intereses particulares, nos hace pensar que, no deberíamos hablar de una alienación de las clases subalternas por un sistema injusto, sino que hoy en día debemos hablar de una colonización del mundo capitalista, hasta en lo más remoto de nuestro ser.

Es ahí donde encontramos nuestro primer campo de batalla. La eliminación del deber ser ha provocado que vivamos en las contradicciones más inimaginables. Al tener de referencia solo al es, pensamos – por ejemplo – que la paz es la ausencia de guerra, incluso llegamos a justificar en algunas ocasiones la búsqueda de lo que creemos que es paz con la guerra, porque así es, porque no somos capaces de ir más allá de lo que aparenta ser real y razonable. Hemos puesto la etiqueta de democrático a gobiernos que han utilizado la política para beneficios privados. Hemos perdido la capacidad e incluso el deseo de pensar en lo que debería ser un mundo realmente pacífico y democrático.

Por este motivo debemos plantearnos como primera batalla, un renacer del pensamiento negativo, con la mirada clara en los problemas cotidianos de nuestras sociedades, pero sin dejar de pensar ni un solo momento en lo que este mundo todavía no es. Es ahí hacia donde tenemos que caminar. Debemos tener muy claro que sin la recuperación absoluta de los sueños, de la imaginación, de la creatividad y sobre todo de la capacidad crítica de cada individuo frente a lo que está mal, no seremos capaces de entender los siguientes retos. No seremos capaces de entender que la recuperación del trabajo como un espacio de realización personal solo podrá ser posible, si primero nos reconocemos como sujetos sometidos a un sistema económico-político que se fundamenta en la explotación. Sin esta introspección, tampoco podremos cambiar los sistemas educativos y de salud excluyente, los sistemas electorales injustos, las instituciones corrompidas, el racismo y la discriminación y la desigualdad.

Una vez librada esta batalla, estaremos listos para enfrentar  la siguiente batalla: la recuperación del poder popular. La historia de principios del siglo XX nos ha demostrado que la izquierda muchas veces a subestimado su propia capacidad organizativa. Asaltaremos cada calle, cada plaza, cada barrio, con hombres y mujeres libres, para alzar la voz frente a lo que está mal, frente a las injusticias, frente a la opresión, frente a una maquinaria de muerte llamada capitalismo. Nuestra mejor arma ha sido, es y será siempre, el poder popular.

 

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