Pensar la realidad: sobre las subjetividades culturales y el imperialismo cultural
Ante la crisis actual de sujetos políticos y la acción social, cabe reflexionar sobre uno de los fundamentos de su articulación, la cultura, entendiendo a esta como un sinnúmero de procesos sociales de formación de identidades populares, colectivas y finalmente políticas. Más allá, resulta menester tratar de concebir cualquier representación de la realidad de manera crítica, invocando además de forma activa los elementos de las múltiples identidades que nos conforman como sociedad. La disyuntiva entre el pensamiento y la realidad concreta, en un sentido histórico, ha condicionado nuestra forma de articular lo común. Siendo este un elemento de crítica puntual a la academia, no solo se limita a esta, ya que nuestro pensamiento colectivo condiciona, además, la forma de relacionarnos a nivel social. Latinoamérica sigue siendo, en gran parte de su pensamiento, eurocéntrica y dependiente. La intención no es caer en romanticismos ni esencialismos culturales, sino reconocer positivamente todos los aspectos que nos conforman como culturas, para que sirvan como base de articulación de un sujeto genuinamente colectivo, pos-colonial y anti-capitalista.
Ciertamente, la(s) realidad(es) ecuatoriana(s), como la(s) latinoamericana(s), nace(n) de interpretaciones tan diversas como las culturas que la(s) conforman. A diferencia de Europa o el norte global en general (excluyendo, obviamente a los remanentes del genocidio hacia los pueblos indígenas en el norte de América, confinados a reservas en EE UU y Canadá), lugares en los que se procedió con una violenta homogenización cultural durante los procesos de formación nacional, en América Latina siguen coexistiendo varios imaginarios sociales, varias interpretaciones, varias cosmologías que conforman un todo. En otras palabras, en nuestras geografías aún se manifiestan, en pleno desarrollo, varias cosmovisiones de forma paralela, las cuales conviven, no sin roces, encuentros y desencuentros, pero sobre todo en una relación de constante dominación y jerarquización, que influye de modo fundamental nuestras formas de representar y pensar el mundo, además de nuestras relaciones colectivas en general.
La cultura de la “comida rápida” alcanzó a dominar a nuestras geografías, existiendo en la actualidad pocos lugares que escapen a las multinacionales, además de la gigantesca máquina de propaganda norteamericana. El sueño “americano” ha sido impuesto sobre la gran mayoría de las masas, dejándolas estupefactas ante el último modelo de celular “inteligente”, mientras los problemas sociales pasan al último de los planos, al menos que estos se vivan en carne propia. La apatía de la tecnología nos convida a reunirnos frente a un ordenador en vez de socializar en las calles, en los bares y en los espacios públicos. Nuestra condición contemporánea nos confina a estar aislados, separando y desarticulando efectivamente una dinámica social que en el pasado ya habría tomado la delantera en los procesos.
La imposición de la ley del mercado, ha conllevado a la desarticulación de los movimientos sociales, coincidiendo con el desmantelamiento sistemático del poder estatal y el devenir del estado-nación como soberano histórico. En un sinnúmero de casos, el pueblo que vota a un gobierno no posee ni el más mínimo control sobre su administración, sino que esta responde directamente al poder financiero externo como interno. Este proceso, que además de ser económico y político, es profundamente cultural, corresponde a una lógica que pretende dominar cualquier aspecto de la vida colectiva.
El imperialismo cultural atraviesa nuestras sociedades, dominadas por imaginarios de consumo, una ilusoria pero añorada abundancia exuberante y el materialismo desmedido, resultando en un desequilibrio crónico de lo social y acentuando las relaciones de dominación capitalistas. De tal manera, se naturaliza una lógica de dominación que pretende apropiarse tanto de los recursos naturales como de los imaginarios colectivos de las sociedades. La colonialidad del ser, como diría Walter Mignolo, sigue estando hoy más presente que nunca.
¿De qué sirvió una década de aparente “avance progresista”, si tal proyecto concebía a lxs ciudadanxs únicamente como consumidorxs, reproduciendo un enfoque fundamentalmente capitalista? ¿Será que la lógica de la dependencia nos condiciona de tal manera como colectivos, que no logramos escapar del neo-desarrollismo y el neo-extractivismo, en una suerte de círculo vicioso de dependencia? El Ecuador es y sigue siendo, según todos los datos estadísticos disponibles, el país con la administración que ha logrado la mayor disminución de la desigualdad a lo largo del continente. ¿Por qué entonces, ante un avance tan positivo en materia social, nuestra sociedad se encuentra más adormecida, dividida, cooptada y apática que nunca?
Frente a este escenario, resulta fundamental incorporar a todas nuestras formas de saber y representar al mundo en un imaginario diverso y plural, para de tal manera poder articular un nuevo sujeto revolucionario colectivo, rescatando las experiencias históricas, culturales y políticas. Aglutinar a las luchas y los sujetos sociales únicamente terminará en beneficio de las luchas populares. Sin embargo, será imposible construir nuevas formas de lucha, nuevos sujetos revolucionarios, sin aceptar completamente nuestra pluralidad de culturas, de saberes, cosmologías y resistencias, sin integrar plenamente a los sujetos subalternos en el colectivo de lucha. Ciertamente para tales fines se concibió una deconstrucción conceptual e ideológica y sin ella, estos sujetos colectivos no surgirán mientras la sociedad siga imaginando para sí retazos de películas de Hollywood, mientras siga sin reconocerse la sobreposición de idearios occidentales sobre el resto y no interroguemos como totalidad social la definitiva dominación del imaginario del consumo por sobre todo el resto de los aspectos de la vida en común.
Nuestras luchas seguirán separadas y desarticuladas, mientras el enaltecimiento de un “estatus” ficticio y dependiente de fuera, la glorificación del fetichismo de la mercancía como símbolo último de la autodeterminación y la jerarquización del saber, del comprender y del interpretar sigan viniendo del norte. Si pretendemos, como colectivo, el desarrollo de un proyecto pensado desde nuestras latitudes, una suerte de respuesta propia a la (pos-)modernidad, reconociendo nuestra condición y rol en ella, un enfoque genuinamente anti-capitalista, una mirada hacia adentro resulta inequívocamente fundamental y necesaria.