Revuelta: poder popular y lucha de clases
El tiempo es episódico. La revuelta es episódica. De una chispa, se desatan torrentes de insurrecciones imparables, implacables, acuareladas. De la aparente calma, de la normalidad con la que enfrentamos la cotidianidad de la brutalidad del sistema, la revuelta rompe, corta como una navaja, el curso de la prehistoria[1]. Este otro tiempo es episódico en cuanto tiene valor en sí mismo, más allá de las consecuencias posteriores del acto de la revuelta en sí. Se diferencia categóricamente con el concepto de revolución, porque este último es inevitablemente lineal y progresivo.
La lucha de clases se manifiesta a través de la insurrección popular. La desobediencia al orden jerárquico estructural: al capitalismo, al patriarcado, al colonialismo reinante. Se mide por medio de las barricadas populares, prácticas de autodefensa; la capacidad de hacer resistencia a la violencia legítima ejercida desde la fuerza pública. El mito de la lucha de clases se materializa excepcionalmente en esos escenarios callejeros, en medio de fuego, humo, piedras, gas y balas.
La relevancia del sentido de la revuelta se crea en la noción de comunidad, de común, de comunitarismo, de colectivo, de cuerpo articulado. El carácter colectivo del sentido responde al valor que se le otorga a la experiencia. La revuelta se convierte en un llamado espontáneo a colectivizar una lucha que de todas formas cada sujeto, cada cuerpo está dando solo, cómo individuo enajenado de su entorno, que es la lucha por la supervivencia.
La revuelta se construye como una serie de narrativas comunes, afectos, modelos identitarios, una dislocación del sistema hegemónico de creencias, de lo que es verdad, de lo que es auténtico, de lo que es legítimo. La participación en una revuelta se vuelve la expresión máxima de la materialidad de la lucha reivindicativa sobre el cuerpo de cada sujeto, que supera cualquier expectativa táctica a futuro, cualquier proyecto político; porque en ese momento, en ese tiempo episódico suspendido, se tienen que defender la vida, la dignidad, la justicia, el todo por el todo. Un grito de autonomía y autodeterminación, un sentido común -comunitario y compartido por cada integrante de la revuelta- sin una dirección necesariamente explícita.
En un escenario de revuelta, la dinámica autodetonada de la lucha de clases se refleja en su expresión más pura, en que desposeidxs, oprimidxs y subyugadxs intentan con violencia, destruir los aparatos de poder, o tomarlos. La agenda en realidad no está clara y las dirigencias pierden poder sobre la actuación de sus dirigidxs. Desborda cualquier cálculo, supera inclusive la moral militante, el deber ser de la estructura política, si es que la hay.
Parafraseando a Cavalletti , la revuelta se convierte en el acto de sacrificio y autodestrucción del dispositivo burgués del sujeto, de la sociedad, del movimiento, y la puerta interdimensional a otro tiempo y mito. La suspensión del tiempo histórico, se refiere a la “dislocación” del etapismo marxista del desarrollo de la historia. ¿Qué va a pasar después de la revuelta? La respuesta es que no importa. Cómo sea, ya habremos ganado como pueblo: ganado porque aún estamos vivxs y nos multiplicamos, porque ahora estamos rabiosxs, porque hay esperanza, porque por fin entendemos el mito del poder popular.
[1] Marx dice que la historia se escribe de mano de hombres y muejres libres, por lo tanto, vivimos en prehistoria.