¿Sirven de algo las elecciones?
Históricamente la izquierda ha considerado a las elecciones como un espacio de disputa legítimo o un circo. Pocos han sido quienes sin recurrir al “basismo” o al “realismo político”, le han dado un valor táctico inmerso en una estrategia general de construcción y disputa del poder. El actual panorama político que vive nuestro país – y región – requiere una urgente evaluación y caracterización de las elecciones, sin exageraciones o reduccionismos, para encarar los problemas esenciales que necesitan resolver las fuerzas revolucionarias para no sucumbir bajo los cantos de sirena del Estado y la legalidad burguesa.
El problema del poder
La Federación Anarquista Uruguaya (FAU) en 1972 decía que “una organización es realmente revolucionaria, si se plantea y resuelve adecuadamente el problema del poder”. Estas palabras tienen pleno sentido cuando tratamos de comprender al poder más allá del Estado, ese preciado “botín de guerra” con el que la izquierda moderna vive obsesionada.
Para plantear y resolver plenamente el problema del poder, es necesario considerar que este no puede obtenerse simplemente llegando al Estado, sea por la vía pacífica o de legítima defensa. El poder se conquista construyéndolo, no existe otra manera.
Aspirar llegar al “poder” por medio de las elecciones sin contar con la existencia real de organizaciones e instituciones de gestión, producción, comunicación y autodefensa, constituidas antes, durante o después del acto revolucionario, con o sin apoyo del Estado, es como tener una pistola sin municiones. Podemos comprobar esta tesis mirando la derrota de la Revolución Ciudadana, su obsesión con un Estado garantista dentro de los márgenes del capitalismo y el desinterés por “transferir el poder” del Estado a la sociedad.
“Basismo” y “realismo político”
Las elecciones despiertan cada cuatro años en nuestro país las más variadas pasiones, casi siempre desde una perspectiva del deber ser ideológico. Por un lado, están quienes, sin perspectiva histórica, consideran que la sociedad auto organizada prescindiendo de cualquier tipo de institución representativa/delegativa, puede asumir las funciones del Estado simplemente como si fuese cuestión de voluntades y “conciencia” colectiva, por lo que consideran a las elecciones como una farsa. En el otro bando se encuentran quienes sacrificando el todo por el todo, apuestan por las elecciones sin una respuesta clara al quehacer respecto al Estado, considerando que la llegada al poder estatal es suficiente para transformar la sociedad, centrando su atención en el rol del Estado.
Ambas posiciones, a la primera que hemos denominado “basismo”, como una lectura idealista de un potencial “innato” de las fuerzas populares para hacerse cargo de la sociedad entera, y la segunda, “realismo político”, en su maraña de justificaciones dentro de los límites de la democracia burguesa, no alcanzan a resolver la sentencia de los anarquistas uruguayos que mencionábamos líneas atrás.
¿Entonces, las elecciones son válidas?
Es imposible considerar un proceso de transformación que no contemple todas las formas de lucha posibles con miras al socialismo, en este sentido, las elecciones vienen a ser un espacio de disputa válido si responden a dos objetivos imprescindibles: a) la certeza de que llegado una vez al poder del aparato estatal por la vía electoral, esta táctica se inmiscuye dentro de una estrategia general de construcción del socialismo, que plantea obligatoriamente la desarticulación de su forma burguesa, transfiriendo y motivando gradualmente la iniciativa de administración, producción, consumo y distribución a la sociedad y sus organizaciones, en un proceso complejo apoyado en una correlación de fuerzas favorables, b) que las elecciones son un espacio legítimo si contribuyen a desmantelar desde adentro y desde afuera, apoyándose en la organización popular, al Estado de la modernidad capitalista, en una forma que si bien aún no hemos llegado a determinar exactamente su naturaleza, sería radicalmente distinta a lo que hoy conocemos como Estado.
Lo electoral debe ser visto como una de las tantas trincheras que el pueblo debe ocupar en la larga marcha hacia la liberación del yugo capitalista, el Estado en este sentido, expresado como una fatalidad histórica, no es más que un ente con el que se batalla y convive, resultando imprescindible la interacción con este – y sus instituciones – en cualquier proceso revolucionario.
¿Si las elecciones sirven?, diremos que sí, con el único objetivo de barrer con el Estado burgués, el capitalismo y el patriarcado.