¿Y si despertamos el buen sentido?
La izquierda siempre se ha jactado de ser “culta, leída, instruida, generadora de teoría y conocimiento”, muchos se atreven incluso a llamarse a sí mismos – Gramsci los perdone - “intelectuales orgánicos”, y todo con una ligereza que da susto. Con la misma liviandad actúan quienes sin llegar a tal temeridad, aplauden y se hacen eco de “movimientos populares y revoluciones” sin más informaciones que las que proporcionan las cuentas Instagram de Ricky Martin y Bad Bunny.
La coyuntura de Puerto Rico ha evidenciado una preocupante falta general, de algo que en el periodismo conocemos como contraste. Contrastar la información antes de publicar es algo así como una regla sagrada, que nos evita meter la pata y perder la muy preciosa credibilidad. Debería aplicar para la expresión ciudadana sobre cualquier tema, pero especialmente para quienes nos calificamos como militantes. No es posible que se diga cualquier cosa. No vale alegrarse locamente por la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló, si no conocemos o nos molestamos en investigar quién es, la naturaleza de su cargo en un país con estatus de estado asociado de los EE.UU, si no nos cuestionamos cómo se filtró el chat que generó la reacción de la gente, o si, mínimamente, no nos da suspicacia que ante tamaña manifestación popular, el imperialismo haga mutis.
No es que no haya derecho a expresar contento ante la idea de que un pueblo hermano como el Borinquen reaccione ante quienes lo atropellan. No es negar la particularidad de una protesta- encabezada inicialmente por movimientos organizados y luego por los artistas del Star System de la isla- sino el deber de mostrar curiosidad ante la naturaleza de la misma. Rendirse sin miramientos ante la “maravilla” que representa que un reggaetonero (del cual reniegan los círculos de izquierda de manera notoria) sea elevado a líder de masas, o que se piense que - como por arte de magia- se logró que “el pueblo” considere a la protesta social algo tan cool como el perreo intenso, resulta poco menos que sorprendente.
Desde acá decimos con frecuencia que la izquierda no tiene capacidad de adaptación, que es dogmática, cuadrada y aburrida, y que no encuentra la fórmula para atraer a la gente y convencerles de organizarse y cambiar el mundo. A primera vista, la crítica que se expone en estas líneas parece contradecir esto, pero ojo, no es lo mismo adaptarse y transformar que caer de culo y sin escalas en el juego perverso del capitalismo.
Más allá del beneficio de la duda que se merecen los artistas que participaron en las marchas del país caribeño, y de una simpatía inicial con “la causa” (que en el discurso es coincidente con lo que la mayoría de nosotros puede pensar, es decir: no a la corrupción, la homofobia, la desigualdad), lo lógico es que un militante de izquierda se cuestione las cosas y los procesos antes de salir corriendo a proclamar al pop y al reggaetón como salvadores del pueblo.
¿Alguien oyó hablar a Ricky de anticolonialismo? ¿o solo sucumbieron ante su imagen heroica y bella, ondeando la bandera LGBTTTIQ+ junto a la puertorriqueña, en una fotografía que hace palidecer a Chris Hemsworth como Thor, rey de Asgard? ¿Se fijaron en las banderas blancas y negras, iguales a las que la oposición fascista ondeó en Venezuela mientras quemaban gente viva? ¿No les hace ruido que fachos reconocidos como Miguel Bosé o Alejandro Sanz felicitaran la iniciativa?
En estos momentos en que a la izquierda parece que se le suelta el patín, es importante prestar atención, estar alertas, estudiar y recordar a quienes si fueron productores de teoría y conocimiento, como Antonio Gramsci, quien nos explicó aquello del sentido común: “la sedimentación de diversas concepciones del mundo, de tendencias filosóficas y tradiciones que han llegado fragmentadas y dispersas a la conciencia de un pueblo (…)". Y el buen sentido:“elaboración de una conciencia autónoma y crítica de las condiciones materiales y, en su caso, de lucha por la hegemonía”.
Para el querido italiano, las colectividades – siendo las más importantes las clases sociales, por su clara expresión de las desigualdades – podían apropiarse del conocimiento y alcanzar consciencia en sí mismas (ayudadas por la intelectualidad orgánica), es decir, elevarse del sentido común (“el sentido común dominante es el sentido común de las clases dominantes”) al buen sentido, para así lograr influir en el mundo. Tomando esto en consideración, la militancia de izquierda debería replantearse seriamente a cuál sentido le está dando más importancia.
El sentido común indica que Ricky y el Conejito Malo son héroes apolíticos, sin ideología, luchando solo por “su tierra” y por los derechos de las minorías. El buen sentido nos obliga a analizar todos los elementos para poder reafirmar o negar esos postulados. Esa es la tarea. Solo así podremos avanzar en la lucha histórica, que es la lucha de clases en su inmensa complejidad, en Puerto Rico y en cualquier rincón del mundo.
Bibliografía
Crehan, Kate. El sentido común en Gramsci. Ediciones Morata. 2018.
Gramsci, Antonio. Cartas desde la Cárcel. Editorial Losada. 2014.