¿El decrecimiento como alternativa? (I)
El planeta Tierra está siendo destruido por sus propios habitantes. Los índices de contaminación, en lugar de disminuir, siguen en aumento. Las cumbres internacionales, los acuerdos, tratados, y reuniones, no han tenido el efecto esperado. Es más, cada uno de los acuerdos firmados por los diplomáticos, suelen ser pactos que se estiman durarán años en hacerse efectivos. El mismo Acuerdo de París, el cual ha sido ratificado por 100 de 197 países, se considera como un gran avance en esta lucha. Sin embargo, las críticas principales a este acuerdo resuenan en el hecho de que las metas climáticas son puestas por cada país. En otras palabras, no existe una línea clara de cuántas emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) se compromete a reducir cada país firmante del acuerdo, sino que este mecanismo presupone una confianza plena en que cada actor involucrado está trabajado para hacer lo mejor por el planeta.
Es ahí donde surgen las siguientes interrogantes: ¿se comprometen seriamente en hacer lo mejor por el planeta, o estas intenciones solo representan un cumplimiento de forma protocolaria con los acuerdos internacionales?, ¿reducirán sus emisiones o sólo firmarán papeles y seguirán con la pantomima de la lucha por el cambio climático?, ¿cómo puede tener la confianza la población mundial de que cada país hará los necesario para cuidar a nuestro planeta, si estos acuerdos se plantean a largo plazo? Los científicos nos alertan de la realidad en un futuro próximo, quedándonos aproximadamente 2 décadas para frenar casi totalmente nuestras emisiones, antes de llegar al punto de no retorno (“Hothouse Earth”). Sin embargo, los acuerdos diplomáticos mencionados anteriormente se centran en la disminución de porcentajes mínimos de sus emisiones para el 2030, por lo que podríamos decir que estamos en una lucha contra el tiempo y la misma voluntad de cada país.
Frente a este escenario, las soluciones que se han planteado de forma masiva son la disminución del uso de plásticos como el sorbete y la disminución del uso de fundas en las compras diarias, con el fin de que los peces no perezcan a causa de plástico en sus estómagos o narices. La reducción del consumo de carne de vaca contribuye a evitar problemas de salud y disminuir las emisiones de GEI; además, el reciclaje de productos como medida de evitar la generación de basura promete un desarrollo significativo en los próximos años.
En base a estos preceptos la industria vuelve a tener partido, creando maquinaria que se dedica a reciclar llantas y a limpiar el mar, a crear sorbetes de pepas de aguacate y fundas a base de algas que se disuelven en el agua. Otras empresas, con una actitud de mayor cinismo, ofrecen productos de etiqueta “verde” por haber mejorado ligeramente sus empaques o envoltorios. El caso más curioso es el de la cervecería que diseñó un envoltorio biodegradable para mantener juntas las latas de cerveza. También se observan casos de empresas que usan plástico reciclado para hacer sus envases… de plástico. Tomándolo desde un punto de vista simplemente ecológico hasta sería posible asentir en un: ¡está bien! Pero todas estas ideas van creando nuevamente la ilusión capitalista de que “estamos mejorando” sin tomar en cuenta las necesidades de fondo.
En este contexto resulta plausible asumir que la solución estaría en nuestro lado de la cancha. Dejar de usar los plásticos, dejar de comer animales, comprar la marca de plástico reciclado, etc. Y en esto consiste una parte del trabajo que debemos hacer, pero el problema no esta solo en no usar, sino en DEJAR DE PRODUCIR. Y eso es un problema aun mayor, el que ni siquiera se encuentra a discusión.
Dejar de producir es un tabú empresarial que resta seriedad a cualquier proyecto ecológico y un dolor de cabeza para economistas y expertos en desarrollo en general. Dejar de producir resulta ser concebido como sinónimo de pobreza y no solo eso, sinónimo de falta de ingenio, falta de ganas de ser mejor en la vida y hasta de vagancia. Sin embargo, para alcanzar los niveles de emisiones que los científicos afirman que necesitamos, es urgente plantearnos este decrecimiento como alternativa. El inconveniente está en que alcanzado cierto nivel de “lujo”, la población encuentra que dejar de producir sorbetes es algo con lo que nuestra civilización no podrá lidiar, y ahí es donde entran las nuevas ecoempresas, que buscan mantener la calidad de vida actual, tal cual como la conocemos. No existen cambios significativos en las supuestas soluciones ecológicas que buscan remediar todo el daño causado. Pero en lugar de darle sentido al panorama, quedamos con más dudas frente a: ¿cuál es el nivel de vida digno y mínimo que nos merecemos los seres humanos, o más concretamente los ecuatorianos?, ¿serán suficientes las soluciones que hemos tomado en 10, 20 o 30 años?, ¿qué estamos dispuestos a dejar de tener, usar y consumir para tener una buena calidad de vida?, ¿y qué estamos dispuestos a exigir para que aquello ocurra?
Finalmente, sabiendo que este es un problema planetario, donde cada uno de los seres humanos está involucrado, sería un error tratar de simplificar todo a estas preguntas. Por tal motivo, este primer texto está dirigido expresamente para todos aquellos que tenemos la oportunidad de leer una revista en línea, para aquellos tenemos la oportunidad de elegir, para los que tenemos la oportunidad de analizar y de plantearnos que existe un problema climático grave y urgente.