“La ecología sin marxismo no es más que jardinería”

badsbhad
Miércoles 1 de Julio de 2020

En tiempos de pandemia, las opiniones críticas al sistema capitalista parecen cobrar una especial relevancia al momento del análisis del panorama actual y al modelo económico que impera en casi todas las latitudes del planeta. No cabe duda de que nuestras formas de vida en los términos actuales se evidenciaron -una vez más y de forma latente- como insostenibles e incluso parasitarias en un mundo en el cual nos comprendemos como especie dominante bajo el marco del capitalismo. Durante siglos nos permitimos apropiarnos y explotar lo que consideramos como “recursos” naturales para solventar las vías a un aparente “desarrollo” capitalista, profundamente vinculado a un consumismo compulsivo y la acumulación privada. Esto parece carecer de límites conceptuales, porque el capitalismo no los reconoce ni en la vida humana ni en el resto de formas de vida que nos envuelven y de las que somos parte.

El capitalismo ha propiciado un escenario en el cual, como especie, dependemos profundamente de lo que consideramos “recursos” no renovables, reproduciendo la misma lógica respecto a nuestra propia existencia: los círculos capitalistas de producción y sostén de la vida se demuestran no solo como insostenibles, sino también como irrenovables. Resulta inviable extraer una cantidad determinada de petróleo, oro, coltrán, gas natural o cualquier otro “recurso”, sin tener en cuenta los límites naturales que forzamos y las consecuencias adversas que desencadenamos con la presión que imponemos sobre la totalidad de ecosistemas y seres vivos. La expansión agresiva de la frontera ecológica sin duda ha sido el detonante de la situación en la que nos encontramos actualmente.

Los sistemas y patrones de producción y consumo son -por naturaleza sistémica- insostenibles, contrarios a la vida y a todo lo que esta comprende, incluyendo a la naturaleza y todos los seres que habitamos en ella. La ecología, la vuelta a la tierra, el cooperativismo y los mundos mejores posibles, se vuelven también inviables sin una reconsideración fundamental de los patrones que definen nuestras vidas en términos generales. Las alternativas planteadas dentro del sistema capitalista no son más que intentos de maquillar una realidad que precisa de un cambio profundo y fundamental en la manera de comprender el mundo cómo totalidad entre los seres vivos. El antropocentrismo, característica de este sistema económico, presupone el primer elemento que nos permitió apropiarnos de algo que nunca fue nuestro y explotarlo a conveniencia para generar plusvalía y riqueza privada.

La megaminería y la deforestación, al igual que la explotación de lo que comprendemos como “recursos” naturales en general, la cual incluye otros seres vivos que “producimos” para nuestro consumo, se encuentran atravesando por un momento de auge sin precedentes, en tiempos en los cuales muchos otros sectores productivos se encontraron en stand by. El capitalismo salvaje sigue arrebatando el sustento natural a las personas, atentando en contra de la vida, al mismo tiempo que formula procesos de explotación que se profundizan de forma continua, los cuales conllevan a una consecuente precarización totalitaria de todos los aspectos que permiten sostener la vida.

Recortes en educación y salud, además de un aumento en las industrias digitales, entre las cuales destacan sobre todo las aplicaciones de telereuniones y entregas a domicilio, denotan una expansión del capitalismo hacia otros mercados antes no explotados de la misma forma. Esto conlleva a un incremento en la alienación crónica y sistemática en la que vivimos en esta fase del capitalismo global hipertecnológico. Esta es la alternativa que nos propone el capitalismo en sus marcos ante la pandemia, terminando por representar una penosa caricatura de cambio en nuestras vidas insostenibles.

En Ecuador como en otros territorios, el sector campesino demuestra ser el sostén de la vida y el alimento para el pueblo en las ciudades y centros urbanos, evidenciando la incompatibilidad de nuestras formas de vida con la cuantificación, aglomeración y alienación continua y sistemática en la que vivimos una gran porción de la especie humana. Las ciudades como centros de producción y consumo no están planificadas -ni parece este ser su propósito- para dotar de una sostenibilidad real a nuestra especie.

Si realmente pretendemos aprender algo de la pandemia, este proceso necesariamente debe llevar a reconocer la necesidad de un cambio urgente. Esto frente a un panorama que denota la llegada de una época en la historia en la que las pandemias se convertirán en un fenómeno y amenaza recurrentes y permanentes: en la actualidad, el 70% de los virus que se han desatado en los últimos 30 años, se encuentran correlacionados de forma directa con la zoonosis. La deforestación, la desertificación, el comercio con especies silvestres y la destrucción y fragmentación de los ecosistemas como tales han conllevado a que estos pierdan su capacidad de absorber efectivamente a bacterias y virus entre el colchón ecológico, permitiendo y acelerando la transmisión directa de los patógenos hacia la especie humana. Nuestra expansión agresiva hacia otros espacios de vida significan y conllevan a una convivencia insostenible y problemática con especies y patógenos a los cuales no nos encontramos acostumbrados ni preparados biológicamente como especie, además de derrumbar las barreras ecológicas que nos separaban de ellas.

Marx argumentaba hace más de 150 años que el capitalismo tiende a destruir las dos únicas fuentes de riqueza en el mundo, el ser humano y la naturaleza. Estos dos últimos se suponen conectados de manera intrínseca; sin embargo, nuestro camino hacia la dominación y doblegación de todo para la acumulación, nos ha llevado hasta el momento actual. Considerar que la naturaleza es algo ajeno a nuestra especie, en una suerte de antropocentrismo enfermizo que caracteriza al capitalismo salvaje, presupone la condición que nos permitió apropiarnos de la naturaleza de manera agresiva, contando el precio de un árbol, un animal, el suelo sobre el cual habitamos o hasta el agua que bebemos y el aire que respiramos.

Los países del Sur jamás se desarrollarán como promete el Norte, ya que este último acumula su base material de riqueza por medio de la explotación desenfrenada de los sistemas naturales de vida en el Sur, sometiendo al Sur a una relación perpetua y consciente de dependencia, subyugación y opresión sistémica. Estas lógicas se naturalizan, llevando a un quiebre de las formas sociales que sostienen efectivamente la vida, y las que se demuestran como profundamente parasitarias: la capitalista.

Sin un cambio fundamental en la relación con la naturaleza, además de ser nuestra posibilidad de existencia, la cual comprende todos los sistemas de vida, los ecosistemas y las especies como un solo organismo interdependiente; sucumbiremos como especie. El sistema capitalista se apropia y privatiza todo, destruyendo la vida en nombre de la plusvalía. En una suerte de lectura superficial del problema fundamental, el virus es el Covid-19; pero metafóricamente, el virus es el capitalismo y nosotrxs el parásito que lo esparce y fomenta. O eliminamos al capitalismo, o este terminará por eliminarnos a nosotrxs.

Un enfoque anticapitalista, anticolonial, antiespecista y antipatriarcal dentro de la ecología se demuestra como el único que puede contrarrestar esta tendencia a la autodestrucción. No podemos seguir comprendiendo a la naturaleza como un ente separado a ser dominado y explotado a nuestra conveniencia: esta conceptualización profundamente capitalista, contraviene y atenta de forma directa contra todos los sistemas de vida. Lo que realmente se encuentra sobre la mesa en estos momentos es nuestra superviviencia como especie: la vida digna solo es posible si se contrarresta efectivamente el capitalismo salvaje.

Nos encontramos ante el momento histórico de cambiar nuestro sistema de raíz o sucumbir en el intento y ser eliminadxs de forma definitiva e irreversible por nuestro propio sistema de dominación. La disyuntiva se presenta entre la construcción de un modo de producción anticapitalista –y todas sus implicaciones- para sobrevivir; o seguir en la lógica pérfida de la destrucción de nuestra especie, y llevarnos por delante a todas las formas de vida de las que podamos apropiarnos en el camino.

Dentro de esta disyuntiva, la ecología sin marxismo no dejará de ser más que jardinería. En los marcos actuales, existe, impera y se profundiza una desigualdad constitutiva de la apropiación capitalista. Tenemos que aprovechar el momento histórico que se evidencia como contingente para generar marcos y espacios de vida profundamente ajenos y contrarios al capitalismo. O cambiamos o sucumbiremos: estas son -hoy por hoy- las dos alternativas que nos propone la Tierra en la que habitamos. El momento es ahora; mañana será demasiado tarde.