Para el capital, la vida es un peso muerto

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Jueves 22 de Julio de 2021

Desde el inicio de la pandemia, a comienzos de 2020, una cosa parecía ser clara: la lógica de acumulación y expansión capitalista ha llegado a un punto de quiebre, del cual probablemente no exista retorno. La sexta extinción masiva de especies, característica principal del denominado “capitaloceno”, ha provocado desequilibrios (anti)naturales de una severidad tal que parecen irremediables. Tan solo en los últimos 40 años, el capitalismo ha aniquilado a más del 60% de especies silvestres sobre la Tierra.

Organismos alertan que este ecocidio tiene un peso especial en la biodiversidad de América Latina, siendo la región más biodiversa del mundo y también la más amenazada por industrias extractivas, políticas de expansión de la frontera ecológica y quemas intencionales de extensiones de bosque primario que rebasan el área de países enteros. Una de las conclusiones, con experiencia en la pandemia actual es, sin duda, que este evento será cada vez más recurrente en el futuro. Nos avecinamos a una época en la cual el peso del modelo económico desencadenará procesos de extinción autoinducida en dimensiones hasta ahora desconocidas y sin precedentes.

Época de pandemias

El capitaloceno es un término que describe una época en la historia planetaria en la cual las acciones humanas son determinantes para los procesos biológicos de reproducción de la vida. Con el inicio de esta era geológica, nuestra huella en el mundo, y en los sistemas de vida, parece haber adquirido una dinámica tal, que llega a exceder cualquier intento por remediar aquel impacto, desatando consecuencias catastróficas para la vida.

El capitalismo induce su lógica por excelencia: la continua reestructuración y expansión del sistema. Una crisis ambiental que amenaza nuestra existencia y la de todos los seres vivos, era completamente previsible. Así, ante un paradigma innegable, la finitud de los recursos naturales en el mundo, el capitalismo plantea la colonización de otros mundos. Bien para explotarlos, o bien para que la cúspide de la élite económica global se embarque en un viaje sin retorno, hacia un mundo que todavía no ha sido explotado y contaminado, un mundo libre de capitalismo. La colonización del espacio parecía una realidad distópica, pero en contra de todas las predicciones pasadas, ahora es un “logro civilizatorio”.

Así, después de su viaje espacial privado, Jeff Bezos -el CEO de Amazon y el hombre más rico del mundo-, declaraba que esto no hubiese sido posible sin los aportes de sus clientes y trabajadores. “¡Ustedes pagaron por todo esto!”. Este es, en definitiva, el mejor ejemplo de la acumulación capitalista  y la apropiación privada de la plusvalía por un puñado de magnates. La sola existencia de Bezos, Musk, o Gates -pródigos capitalistas- nos demuestra la perversidad y obscenidad del panorama actual.

Además de una extinción masiva de especies, el deshielo acelerado de la capa ártica, provoca también el deshielo de virus con los que el ser humano no ha estado en contacto por cientos de miles de años -la última era del hielo ocurrió hace 100.000 años- y por ende, no cuenta con anticuerpos para asimilar tales virus. De manera adicional, no contamos con ecosistemas sanos y fuertes para servir de especie de “colchón” o sumidero para la retención de patógenos, como ocurriría con sistemas de vida resilientes y robustos.

Después de un largo confinamiento y una aparente desaceleración de la maquinaria productiva a causa de la pandemia, la contracción industrial y productiva mundial, parecen no fueron más que una ilusión. La desaceleración inicial, llevó a que muchxs aseguren que la misma tendría un efecto favorable para el medio ambiente. Sin embargo, el mito de la desaceleración se desvaneció con la reapertura de las fábricas. China –la fábrica del mundo- se comprometió a producir lo que quedó pendiente en 2020, para este 2021, además de alcanzar las metas productivas del año actual.

En términos históricos, nos encontramos frente a una cuádruple crisis del capitalismo. El capitalismo depende –literalmente- de las crisis para su expansión, y esto nos ha llevado a una conjugación de la eterna crisis económica, su consecuente crisis social, la crisis ambiental  y su resultante crisis sanitaria. Esta ecuación presupone delinear los límites definitivos de un sistema que no reconoce límite alguno por sí mismo. En este sentido, el sistema insiste en sostener la lógica de la infinitud de recursos y ganancias, a la vez de negar el quiebre con esta lógica de manera categórica. Reconocer este quiebre presupondría una ruptura con el sustento ideológico mismo del mismo capitalismo.

Ecocidio y la lógica de lo desechable

El 60% de las nuevas enfermedades de las últimas décadas, proviene de su mutación y contagio entre animales no humanos y humanos. Así, con la aparición del SARS-COV-2 y su evidente origen zoonótico, se inaugura una nueva época de pandemias. El ejemplo por excelencia para reconocer los efectos de la destrucción ambiental en los sistemas de vida del planeta, es la deforestación en Brasil, bajo el mandato del negacionista Jair Bolsonaro. El territorio con el mayor porcentaje de bosque primario en el mundo, destruye el “pulmón del mundo” a un ritmo cada vez más acelerado. Tan solo en lo que va del 2021, la deforestación en Brasil se ubica en un aumento del 51%,  comparado al mismo periodo en 2020. Adicionalmente, el año pasado se constató un aumento del 10% del área deforestada respecto al año anterior. En los últimos once meses, la Amazonía brasilera perdió un total de 8.381 km².

Tan solo para lograr una modesta contención del calentamiento atmosférico y evitar un crecimiento de más de 1,5 grados en la atmósfera, es decir, para evitar un “calentamiento catastrófico”, es necesario que la industria capitalista disminuya al menos el 45% de los gases de efecto invernadero que emite, antes del año 2030. En este punto, llegamos a la segunda limitación del capitalismo: la imposibilidad de cualquier proyección futura.

Frente a la crisis ambiental, el capitalismo responde con la lógica del desecho. Desde el ecologismo se alerta la  finitud de condiciones materiales que sustentan la vida en la Tierra, y su acelerado aniquilamiento a causa de lógica depredadora del capitalismo. La respuesta capitalista a la aniquilación de toda vida, reside en plantear la posibilidad de colonizar el espacio, en una respuesta irracional -inherente a su propio modo de producción-, frente a la necesidad de saciar al Norte global. Lo cierto es que lo único infinito en el planeta es avaricia capitalista.

La capacidad del capitalismo para adaptarse en momentos de crisis, no le permite cuestionamiento alguno de sus propios fundamentos. Esto presupondría su desaparición, a causa de la contradicción indisoluble entre un sistema de infinitos y un mundo finito. Las contradicciones entre el sostén de la vida y la continuación del capitalismo se multiplican.

El alivio a las múltiples crisis que atravesamos -ante todo la crisis ambiental- no podrá ser conceptualizado bajo los marcos del capitalismo. Si en la ecuación de la supremacía del mercado, la vida es desechable; resulta imposible imaginar una salida a las crisis desde el capitalismo. Para el capital la vida en si misma parece ser un peso muerto. Como consecuencia y en definitiva, o desechamos al capitalismo, o el capitalismo nos desechará a nosotrxs.