Sobre las luchas ecologistas y la vigencia de la lucha de clases
Los últimos estudios revelados por instancias académicas y científicas de la ONU, entre ellas el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), eliminan cualquier duda sobre la crisis ecológica a la cual el modelo capitalista de producción, distribución y consumo nos ha llevado. El aumento de la temperatura global, el cambio climático y la extinción masiva de especies son los mayores síntomas de este sistema fallido.
El análisis debe ir por ahí y no solo tratar de identificar, de manera inconexa, las políticas y acciones fracasadas o insuficientes que se tratan de desarrollar para enfrentar la mayor crisis ocasionada por nuestra especie. Y, por otro lado, lograr vislumbrar la verdad detrás de los discursos que se construyen desde las posiciones oficiales en torno a todos los conflictos que se originan sobre la Naturaleza.
Es así como nos han contado una de las mayores mentiras: que todas y todos somos responsables de este declive ecológico; así de simple, general y extenso. Si bien es cierto que tenemos una responsabilidad sobre lo que está sucediendo, esta se manifiesta sobre todo al momento de exigir, construir y ejecutar soluciones. Es urgente cambiar nuestros patrones personales de consumo, minimizar nuestro consumo de carne en los centros urbanos y a las grandes cadenas cárnicas, por ejemplo. Sin embargo, aceptar el discurso de que todas y todos somos responsables-causantes de la debacle ecológica, es aceptar que nadie realmente lo es, logrando, convenientemente, invisibilizar a quienes han venido causando esta catástrofe: los grandes capitales del mundo. Porque, detrás de estos capitales que generan los mayores conflictos eco-sociales, existen nombres y rostros de corporaciones, Estados y personas, que toman o presionan la toma de decisiones sobre lo que se tiene que explotar y a quienes se debe sacrificar para satisfacer las necesidades del mercado global, con esa dinámica de crecimiento perpetuo que no contempla ni entiende, si quiera, los límites bio-físicos de regeneración que tiene la Naturaleza.
La minería metálica, de oro y plata, además de ser una funesta realidad que atraviesa nuestra territorialidad y nuestros derechos (humanos y de la Naturaleza), es un claro ejemplo de lo que anteriormente se menciona. La minería de oro es una de las actividades económicas que menos satisfacen necesidades sociales, los datos que arrojó el Concejo Mundial del Oro (2012) sobre los fines a los que se le destina a este material son contundentes. De la totalidad de lo que se demanda a nivel global, el 44% es por parte del sector joyero, 36% del sector financiero y el 10% del sector oficial (Arcas estatales), y apenas el 10% se lo destina para fines industriales. De igual manera, del inventario general del oro existente sobre tierra u oro extraído, nuevamente el sector joyero es el principal usuario de este metal (52%), le sigue el sector oficial (18%), luego el sector financiero (16%), el sector industrial (12%) y existe un 2% sobre el que se desconoce.
La demanda de oro por parte de la joyería es inmensa, así como es inmensa su inutilidad en términos sociales, pues no satisface ninguna necesidad real, sino las necesidades de un mercado global altamente exigente y sobre todo elitista. La realidad del consumo del oro en joyería en Estados Unidos pone esto en manifiesto. Es el país en el que más se la consume, 20 gramos per capita anuales; sin embargo, apenas 1 de cada 10 personas tiene la posibilidad de acceder a esta mercadería, en términos reales y gracias a un mercado interno totalmente favorecido por sus bajas regulaciones, aranceles y tributos.
Sin embargo, para satisfacer este mercado elitista, donde los grandes capitalistas del mundo, a modo de empresas transnacionales mineras, explotan territorios, ecosistemas y seres humanos para satisfacer los lujos de la clase burguesa mundial. La minería de oro no involucra únicamente a las empresas mineras, pues se genera un encadenamiento directo con otros sectores como el sector financiero, donde los grandes bancos financian y posibilitan esta actividad o el sector bursátil, donde se negocia a manera de especulación, en especial, por el poder que acumulan estos sectores que se articulan con los gobiernos para generar las políticas que permitan crear las condiciones propicias para desarrollar esta actividad.
La situación alrededor de la minería de oro es crítica, el mapa de la justicia ambiental generado por Naciones Unidas muestra más de 200 puntos de conflicto eco-social alrededor de la minería metálica en América Latina hasta 2015, pero cada uno de esos puntos significan varias comunidades en resistencia por su vida, vulneradas en sus derechos fundamentales, con altos niveles de violencia y su tejido social roto y ecosistemas esenciales intervenidos y destruidos.
Una constante se mantiene en los conflictos y las luchas ecológicas, la clase capitalista explotando no solo al proletariado, sino al resto de sujetos, incluida la Naturaleza. A modo de conclusión, no se puede entender los conflictos eco-sociales sin un enfoque de lucha de clases, pues sigue vigente y como decía Marx, el capitalismo tiende a destruir sus dos únicas fuentes de riqueza, el ser humano y la Naturaleza.