Ansiedad encarnada: el monstruo invisible de la modernidad capitalista
Son las 03:27 am no puedo dormir, me sudan las manos, siento como si tuviera taquicardia, la respiración está un tanto acelerada y los pensamientos en mi cabeza parecerían atados a un círculo vicioso de tormento. Durante las últimas semanas me han agobiado los problemas en el trabajo, temas familiares y una soledad que considero crónica. Estos pensamientos asedian mi cabeza como narrativas tortuosas e interminables que solo conducen a la desesperación y la angustia.
Veo el reloj, han pasado tan solo 10 minutos, la idea de no poder dormir me atormenta. Al otro día habrá que asistir a la reunión para planificación del taller X que se dictará en la jornada Z del Congreso de las polainas y las lentejuelas. En fin, el sin sentido de la tecnocracia cotidiana -propio del ejercicio profesional de las ciencias sociales- parecería brindar algún orden, al menos en términos discursivos. Aun así no puedo dormir.
Tic, toc, tic, toc, tic, toc… siguen pasando los segundo, los minutos y las horas. Ahora los problemas que transitaban mi mente se transformaron en pesadillas vívidas. Todos mis pensamientos, súbitamente, agarran un carácter catastrófico y parecería que la realidad se convierte en un apocalipsis. Lo primero que viene a mi cabeza es perder a mi mamá, a mi papá, a mi hermano, a mi cuñada y hasta a mi sobrino perruno; sin ninguna razón aparente. Solo llegan a mi mente imágenes o noticias de un accidente fatal donde participó toda mi familia. Si fuera a terapia seguramente mi psicóloga me diría que esto habla del miedo a perder el control, y que no va a pasar nada. Sin embargo, ese cuento mi cabeza no se lo cree y consigo pasar del terror al sufrimiento y la tristeza total. Este miedo absurdo, se apodera de mi toda la madrugada dificultándome la respiración, es como si en mi cabeza solo hubiese una sola película dramática que no para de reproducirse. La víctima en esta trama, según mi cabeza, siempre soy yo.
Por la mañana anterior tuve una reunión donde mis jefes desconocían mi trabajo y me acusaban de no haber hecho nada los últimos meses. Todos los informes, planificaciones y estrategias para la empresa parecían no contar un pepinillo porque, en teoría, no presentan datos. Cualquier esfuerzo que se hizo no tenía valor alguno puesto que, al ser yo un supuesto soñador, no logro ser concreto y pragmático; mi mal es ser muy académico en mi discurso (básicamente aburro a las personas).
Entonces, siendo las 04:38 am, el supuesto no consentido de quedarme sin trabajo, en medio de unas de las crisis más crueles de la historia, no parece ser un buen negocio. Uno de mis jefes en aquella reunión deslegitimó todo mi trabajo frente al equipo que dirijo por lo que, nuevamente, mi cabeza comienza a inventar historias conspiranóicas. La crisis del desempleo, no solo implica que la población no tenga acceso a un trabajo digno. Esta también significa un sentimiento constante de angustia por perder el trabajo, porque la competencia que existe por el cargo que se ocupa puede ser muy fuerte. Las personas que ocupan puestos de autoridad se dan cuenta de esto y sacan provecho de la situación para ejercer violencia.
Esta estructura sistémica de violencia, propia del devenir cotidiano de la modernidad capitalista, causa a lxs trabajadorxs severas etapas de angustia y depresión. En mi caso, de insomnio, donde paso pensando y repensando cosas que no tienen sentido, todo es una mera especulación mal intencionada de mi cabeza. En esos días solo logro dormir unas 2 a 3 horas y de ahí todo es un infierno donde el tiempo pasa lento, muy lento. A las 05:34 am pienso que ya pronto debo levantarme para iniciar con la cadena de la reproducción social. Desayunar, lavar los platos, llamar a mi madre, bañarme, prender la computadora, responder correos, asistir a reuniones, escribir informes, cocinar, firmar documentos aburridos y tantos otros quehaceres de la vida, que inundan mis días sofocándome y asfixiándome.
Parece que todo esto no tiene sentido, la modernidad capitalista exige que la “gente exitosa” escale distintos estratos para llegar a la cúspide lo más temprano posible, nos hacen creer que nos atrasamos. El deber ser para muchxs de mi generación consiste en que a los veinte y tantos años tengamos el trabajo perfecto, pareja, hijos e hijas, un carro y hasta perro con un pedigrí cuyo ex libris es uno más de los elementos de un capital simbólico-cultural. Consumir. Si no es así, si decides tener una vida distinta con tus ritmos y formas de construir diversos mundos, estas mal. Todo gira en torno a la productividad. Por ende, comienzas a transitar por los caminos inciertos de la ansiedad que te llevan de un extremo al otro en cuanto al estado de ánimo. ¿Será que cumplo con mi deber como ciudadano del mundo de la “libertad”? La explotación laboral se expresa también en nuestra configuración emocional y en nuestros cuerpos.
A lo lejos se escucha el reloj del vecino que suena dando las 07:00 am. Mi primera reunión es a las 08:30 am y no tengo apuro porque, con la pandemia, apareció el “bendito” teletrabajo. Mi oficina es uno de los rincones de la sala del departamento que alquilo. Traté de ubicarla cerca de una ventana para recibir algo de luz y así fingir que todo se rige bajo las normas del panta rei, es decir: todo fluye. Sin embargo, un impulso consigue negar dicha posibilidad puesto que conozco los postulados del método histórico, el cual no me permite caer a merced de las mentiras de un discurso hegemónico que te dice que eres libre de escoger; siempre y cuando tengas los recursos necesarios.
Ya en la reunión me anuncian que debo viajar a otra ciudad para acudir a un congreso que organicé y en seguida mi mente comienza a transfigurar todo. Primero pienso que el bus en el que me voy a transportar sufrirá un accidente y moriré. Luego, me imagino que quizás eso no va a pasar; pero aun así siento angustia por dejarle sola a mi gata, porque no conozco la ciudad a la que voy, porque me toca ponerme traje de gala, porque traigo el cabello largo y pienso que me van a juzgar por eso; en fin, todo puede ser motivo de repudio cuando algo significa un cambio en mi vida. Parte de la ansiedad que habita mi cuerpo consiste en intentar bajo cualquier medio que todo esté bajo mi control. Una de las mentiras más grandes de la modernidad capitalista es la idea del control total. Las personas no podemos ni debemos tener el control total de nada, porque eso tiene nombre y apellido: es autoritarismo y/o fascismo. Entonces no es plausible que el supuesto éxito signifique tener el poder suficiente para conseguir que todo suceda a nuestro antojo. El orden y el desorden coexisten y son parte inherente de la vida de todas las personas.
Finalmente, mi día transcurre como uno más de los mil por lo que he transitado y transitaré. No tengo claro si esta es la vida que quiero para mí, sé que es la que tengo. Sin embargo, me niego a creer, positivamente, que todo va a cambiar por acción de magia o por que el mercado al fin reguló la vida de las personas. La única forma que encuentro para romper con este círculo es tratar de incluir en mi vida elementos del comunitarismo y militancia. Atacar la soledad. Espero algún día estar bajo las lógicas del apoyo mutuo por siempre. Trato de poner en palabras, como práctica militante, aquello que siento y veo, porque estoy seguro de que no soy el único que piensa lo mismo. Entiendo que cambiar la estructura que perpetúa la violencia que genera mi ansiedad y a la de muchxs trabajadorxs, no es un camino fácil y tampoco próspero. Sin embargo, me mantendré en pie de lucha porque he encontrado pequeños atisbos de esperanza que no responden a lógicas de la competencia. La revolución será hecha desde la ternura de nuestros corazones y con la fuerza del fuego que surge de nuestras almas.