Sobre el amor romántico y la domesticación
Mañana es San Valentín, o San Violentín, cómo leí en un cartel punk. Hace pocos días, Ingrid Escamilla fue asesinada por su compañero. No solo nos matan hombres, sino que generalmente nos matan hombres que amamos, o cercanos de alguna manera: nuestros compañeros de vida, nuestros esposos, nuestros novios, nuestros hermanos, nuestros tíos, nuestros primos, nuestros amigos, nuestros colegas, nuestros jefes, nuestros subalternos. En cifras, 3.529 mujeres fueron asesinadas en América Latina en 2018, es decir, que más o menos, tuvimos 3.529 hombres feminicidas en el subcontinente. Y si, también los hombres se matan entre ellos, y a ellos mismos.
El primer cuestionamiento que me hice fue con respecto al tema del cuidado y apoyo que estamos dando a los varones. ¿Qué entidades y qué fracciones del movimiento feminista se han dedicado a reeducarlos y sensibilizarlos, y en qué medida han sido significativos esos esfuerzos? No me interesa reabrir el debate acerca de que “los hombres deberían encargarse de ellos mismos”, porque además de vago, me parece esencialista y apolítico. La verdad es que aquellos hombres de los que no queremos encargarnos, nos están matando, violando, pegando, acosando, manipulando, menospreciando, y más. Urgen grupos de sensibilización y reeducación masculina con perspectiva feminista popular y antipatriarcal.
La segunda cuestión que me vino a la mente se refiere al amor romántico como mito domesticador y cosificador de los cuerpos femeninos, y la estrecha relación que existe entre la organización patriarcal del amor, y el orden político capitalista. Cómo ha evidenciado ampliamente la epistemología feminista, el control de los cuerpos femeninos constituye hasta hoy en día, el mantenimiento de los sistemas capitalista-patriarcal-colonial. Este control permitió la acumulación primitiva, y aún alimenta este modo de producción. Y cómo bien sostuvo Engels, es en la familia y la relación amorosa, es que se da la primera división de clase, entre el hombre y la mujer. Así como podríamos hablar extensamente de la heteronorma y el sostén del Estado.
A continuación, quiero pasar a referirme con mayor amplitud a una tercera cuestión que me pasa por el cuerpo. Mi propia domesticación. Acerca de cómo, por más teorizados que tenga los mitos violentos del amor románticos, aun me son un problema en la vida cotidiana, aun me asfixian. Jessica Benjamin se preguntó siempre, ¿de qué modo está anclada la dominación en el corazón de lxs dominadxs? Y es que es tan difícil ser y amar desde el feminismo en un mundo patriarcal. Tengo la necesidad de hablar acerca de cómo el amor romántico me explota a mí. Parece que siempre hablamos de como explota a las otras, a las no educadas, a las de color, a las del sur, a las no feministas a las gilas, cuando la gila es una.
Después de 30 años de socialización patriarcal con su versión repugnante de amor como domesticación y privatización de cuerpos y afectos, los años de militancia feminista y reeducación se quedan cortos. He perdido la cuenta de las veces que he llorado el menosprecio, la irresponsabilidad afectiva y el desapego. No recuerdo con exactitud las veces que tuve miedo de mi pareja, que pase del grito al golpe en un parpadeo. Perdí la cuenta de cuantas veces me dijeron “puta” o un sinónimo aceptable, y “por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa”. También he llorado y dicho, “no te vayas, no me dejes, quédate, te amo”, cuando la amenaza es el abandono. Hasta he pedido perdón por sus faltas. He tolerado que controlen unilateralmente el sexo. Y respondiendo a la pregunta que adivino de lxs lectorxs: sí, claro que me da vergüenza.
Pero es un error esa vergüenza que siento. Debería poder hablarlo abiertamente, confesarme adolorida y confundida, perdida en el mundo del amor y del deseo. Creo que uno de mis propios errores estratégicos ha sido minimizar la magnitud de la violencia que infringen los condicionamientos emocionales del amor romántico en mi vida. Pero la verdad es que me revientan la cabeza y el alma. Hemos llegado a naturalizar la violencia emocional de tal forma, que asumimos la domesticación afectiva con total agrado. Como si nos estuvieran haciendo un cumplido, queriéndonos suyas. Parece que el mito del enamoramiento absoluto ha encontrado otro nicho en la privatización de los afectos, claro está, con una cláusula sexual semiflexible, para decir que no somos del todo patriarcales.
¿Será que no sé amar? ¿Será que no sé cómo ser amada? No, sí sé amar, es más, amo, casi siempre, bonito. Es la mutación del amor romántico la que me mata simbólicamente. La necesidad de domesticarme que tiene el otro, la que me rebasa. A veces también es mi necesidad de domesticar al otro, lo que me destroza. Claro que estoy en capacidad de hacer daño. Es que darme de superada no me sirve para nada, ni nos sirve para mundos mejores. Sé que no quiero más que el amor romántico me coma la cabeza y la concha. Quiero un amor insurgente y antipatriarcal. Un amor que me abrace sin condiciones emocionales, sin cuerpos y afectos privatizados. Quiero deshacerme de esa versión feminicida del amor, pero sí que quiero amar.
Hay que asumir que amar es sufrir, todas las relaciones personales son problemáticas, no estoy planteando idilios, ni romantizaciones en las que a veces si caen algunos feminismos. Cómo decía la feminista Alexandra Kohan en una entrevista reciente, “claro que el amor duele”. Mi pregunta es: ¿hay forma de que no duela desde esas raíces patriarcales de las que proviene. Que duela, pero no desde la violencia y la dominación. Amar y desear por fuera de los marcos de sentido del amor romántico es una tarea que aun adeudamos. Superar las dinámicas de consumo emocional y sexual que se dan alrededor del amor libre y del poliamor, no necesariamente por su propuesta, sino por cómo los hemos llevado a cabo la mayoría, también es una deuda. Adeudamos también tematizar de manera crítica a nuestras relaciones monógamas, para que estas no caigan en el amor romántico.
Creo que uno de los grandes retos que tenemos desde los feminismos populares, uno que literalmente nos está constando la vida, es desaprender el amor romántico, y reaprender un amor desde otros puntos, con otras bases, desnaturalizando todas las violencias y jerarquías. Un amor contingente, antipatriarcal, liberador, cuidador, anticapitalista. Creo que ese amor insurgente, es el amor feminista que le debemos al mundo y a nuestrxs cuerpxs. Vencer o morir. Amar o morir. Resistimos.
Ilustración:
Caperuza – Beatriz Martín Vidal