El Estado neoliberal y las perversiones del capitalismo (III)
Como describía en las dos primeras partes de este artículo dedicado a comprender las perversiones del Estado neoliberal, el capitalismo-patriarcal-colonial-especista, se sostiene mediante una replicación cíclica del proceso de acumulación primitiva, que necesariamente genera procesos de re-expansión capitalista –Luxemburgo-. Como es lógico, en el momento histórico del neoliberalismo, la cosificación-explotación-opresión a las personas y la naturaleza se extreman.
La des-democratización del acceso a derechos, bienes y servicios, se intensifica y profundiza como mecanismo de exclusión. En el contexto de pandemia, la inoperancia en la respuesta de los Estados, además de ser una cuestión ideológica, termina siendo una estrategia política para la privatización de todo, incluyendo los Bancos Centrales, como ya sucedió con la Ley de Defensa de la Dolarización de Moreno, o con el proyecto de reforma a la LOES, de Lasso.
En este contexto, la situación de las mujeres y las diversidades sexo-afectivas se ha agravado. El coronavirus se convierte en un arma de limpieza social y exterminio, con el que el Estado refuerza sus mecanismos de exclusión. La instrumentalización de la pandemia se ha mostrado como una perversidad inherente del sistema, evidenciándose como oportunidad para extremar la precarización de la vida, exacerbando las contradicciones de clase, de todas las clases.
En cuanto a la violencia explícita, la vida de las mujeres se ve particularmente vulnerada en esta crisis. Para muchas mujeres y niñas, el confinamiento significó estar aisladas con sus agresores, disparándose la intensidad y la frecuencia de abusos físicos, psicológicos, patrimoniales, verbales y sexuales. El aislamiento quebró redes de sostén de la vida por fuera del hogar para las mujeres, inclusive en términos políticos de autodeterminación, reduciendo el repertorio de acción de muchas mujeres y niñas para denunciar abusos y pedir auxilio.
Para otras mujeres, la pandemia implicó la reducción significativa de sus ingresos, como política pública del Estado neoliberal. Las primeras en ser despedidas, o precarizadas fueron las mujeres, así como la mayoría de población en trabajo informal es femenina. Ni hablar siquiera de acceso a trabajo formal, vivienda y salud de las poblaciones lgbtiq+, especialmente compañerxs trans. Para las trabajadoras informales, el acceso en tiempo al espacio público -lugar de trabajo- disminuyó, al mismo tiempo de un aumento en la exposición a la enfermedad, así como su exposición a agentes represivos del Estado. La persecución y criminalización de la pobreza aumentó considerablemente durante la pandemia.
La pobreza tiene cara de mujer: tenemos menos acceso a salud y educación, tenemos menor acceso a trabajo formal y también percibimos menores salarios, teniendo menos espacios de representación-organización. La tasa de desempleo en mujeres en el Ecuador es de un 8%, frente a un 5% de hombres. De todas las personas que tienen trabajo, el 51% es trabajo informal, y de ese porcentaje, la tasa en mujeres es del 63%, mientras que la de varones es del 36%. La tasa de empleo adecuado es de apenas el 30%, de la cual 32% son mujeres, y 68% hombres. Eso evidencia que las mujeres estamos sometidas a condiciones laborales aun más precarias que los varones. Esta realidad nos vuelve más vulnerables a la violencia patrimonial, por ejemplo, llevando también a repercusiones directas en la calidad de vida de nuestras familias.
De la totalidad de hogares en el continente, tan solo un 28% tienen como jefas de hogar a mujeres, y de esa totalidad, el 20% no tiene instrucción formal alguna, y el 58% solo alcanza la educación básica. En cuanto a la tasa de pobreza, en el 2020 rondaba el 33%, y de pobreza extrema 14% (casi 6% más que en el 2019), siendo los cuerpos de las mujeres los más empobrecidos. La CEPAL plantea cifras de desempleo regional, en las que el desempleo en mujeres es del 12%, versus un 9% en varones, mientras advierte que 118 millones de mujeres eran pobres en AL en el 2020, cuando en 2019 eran 23 millones menos.
Así mismo, las mujeres históricamente ejercemos los trabajos de cuidado, tanto en los espacios privados, como en la vida pública. En los espacios privados, la manutención de una casa llena 24/7 ha generado una sobrecarga de trabajos de cuidado a las mujeres del hogar, que en términos capitalistas, ha significado una nueva dimensión de apropiación del capital a costa del trabajo de las mujeres. Las condiciones actuales significan también un desgaste físico y emocional aumentado para nosotras. Mientras que en el espacio público, la mayoría de trabajadoras de la salud son mujeres precarizadas: desde las auxiliares de limpieza, pasando por enfermeras, cuidadoras de ancianxs, terapistas físicas e internas rotativas, hasta médicas de especialización: todas ellas expuestas al virus y a los recortes presupuestarios.
Por otro lado, el recorte presupuestario en políticas públicas específicas para niñas y mujeres también se ha vuelto evidente en el país. El 2020 cerró con un aumento en todas las cifras de violencia contra las mujeres: violencia psicológica 57%, violencia física 35,5% y violencia sexual 33%, esta última subió en un 7%, a sabiendas de que más de la mitad de agresiones no se denuncian. Datos provenientes del INEC, el cual no cuenta con una cantidad considerable de datos desglosados para poblaciones lgntiq+.
En medio de este escenario, también se recrudecen las violaciones sistemáticas a mujeres como mecanismos de domesticación. La violencia sexual ha sido parte de los mecanismos perversos del patriarcado para someter, domesticar y disciplinar a las mujeres, niñas y cuerpos feminizados. La violación se constituye como un mecanismo de dominación física y moral, y necesariamente tiene que ser analizado como como mecanismo histórico de sometimiento, en el que se expropia a la víctima de su propio espacio-cuerpo y de su voluntad y agencia. La violación es la tortura física y moral más profunda a la que una persona puede ser sometida. Conjuntamente con el feminicidio, la violación es la expresión máxima del odio contra las mujeres, niñas y cuerpos feminizados.
Así mismo, en América Latina los partos de niñas y adolescentes están en aumento -todo embarazo en una niña de menos de 14 años no es consentido-. En el Ecuador diariamente 7 niñas menores de 14 años son obligadas a parir, -aproximadamente 2500 al año-, destruyendo su autonomía y su proyecto de vida. Así como en los dos últimos años en el país, se ha incrementado un 74% los embarazos en niñas menores de 14 años. El 15% de las muertes maternas se deben a abortos clandestinos, mientras 21.939 mujeres llegan al sistema de salud pública con un aborto en curso, con más de 435 mujeres ljudicializadas por aborto desde el 2013. La criminalización del aborto afecta de forma desigual a mujeres, niñas y cuerpos gestantes racializados.
En cuanto a las cifras de feminicidio, estas hablan por sí mismas. En 2019, 95 mujeres fueron asesinadas por el hecho de ser mujeres, mientras que en el 2020 fueron asesinadas 101 mujeres por la misma causa. Únicamente hasta junio de 2021, 105 mujeres fueron víctimas de feminicidio. Cada 41 horas en el país, una mujer es asesinada por razones de género. Los feminicidios son uno de los mecanismos fundamentales de las perversiones del capitalismo patriarcal-colonial-especista.
Si bien el neoliberalismo es el momento histórico en el que se profundizan los mecanismos de exclusión contra todxs lxs subalternxs, esxs otrxs no deseadxs -pero necesarixs para la explotación y la subsecuente acumulación del capital-, estos mecanismos de exclusión se materializan de formas específicas sobre los cuerpos femeninos y feminizados. Adicionalmente, la clase trabajadora se encuentra conformada por una serie de jerarquías, entra las cuales constan el género, la raza-etnia y la especie. La única forma contundente de hacerle frente al neoliberalismo a largo plazo, es mediante la lucha ideológica, mediante la constitución de un frente popular antineoliberal que tenga como consigna fundacional las políticas del cuidado, al antipatriarcado, los feminismos, el anticapitalismo y el antiracismo. Nos encontramos frente a un momento histórico en que no solo precisamos de unidad, sino también de cohesión ideológica, empatía y solidaridad como ejercicios fundamentales de consciencia de clase.
Fotografía: SEMlac