Militancia comunista por el feminismo popular
Como movimiento feminista en su extensa diversidad y deferencia, nos enfrentamos a un escenario social y político cada vez más extremo y polarizado, que coloca a varios sectores del feminismo frente a deudas históricas que hemos sido incapaces de resolver. A pesar de que la teoría política del feminismo se construye y bifurca por más de 100 años, el feminismo marxista-comunista ha sido incapaz -en términos concretos- de interpelar efectivamente al conjunto heterogéneo de mujeres y disidencias populares, peor aún si colocamos en la ecuación al llamado a la despatriarcalización de nuestros compañeros varones y de nuestras organizaciones. La desproporcionada hegemonía del feminismo liberal, oenegero y transexcluyente, ha logrado tergiversar desde los objetivos estratégicos del movimiento, la propia teoría política del feminismo, hasta su supuesto “sujeto histórico”.
Resulta fácil descubrir el éxito y sostenimiento detrás del feminismo liberal; este termina siendo solo cuestión de seguir el dinero. En cambio, la situación del feminismo marxista-comunista es más grave: nuestra lucha es colosal, la tarea consiste, nada más y nada menos, que en evidenciar que las jerarquías sexuales y que el patriarcado son parte importante de la estructura clasista del capitalismo. Y entre tanto, debemos lograr apelar a todo el conjunto popular, que incluyen sí, a las mujeres trabajadoras, pero también a las disidencias y a los varones. La militancia del feminismo liberal se enuncia desde el privilegio de “no aceptar y ser irreductibles” frente a las expresiones patriarcales, se puede dar de separatista y radical, con todas las condiciones materiales a su favor. El feminismo liberal plantea una rebeldía parcial y accesible a unas pocas mujeres bien acomodadas, que ya están en posiciones de poder, materialmente resueltas y en toda la capacidad de rebelarse contra “todo”. Una rebeldía dentro de los esquemas permitidos, que poco o nada ponen en duda los sistemas de explotación elementales, cómo la división internacional del trabajo y la colonización del mundo del mercado sobre el mundo de la vida.
¿De qué le sirve a la mujer de abajo, a la trabajadora, a la obrera, a la campesina, a la lesbiana, a la marginal, a las mujeres negras, a las mujeres trans, a los hombres disidentes de la masculinidad hegemónica; un feminismo del techo de cristal, un feminismo de las que ya están arriba, un feminismo que no critique la mismísima base económica clasista que sostiene las jerarquías sexuales? (Davis 2017).
Mientras tanto, la militancia del feminismo marxista-comunista, tiene que lidiar con la imperfección del campo popular, precisamente porque nace del seno de la clase trabajadora. Nosotras tenemos necesariamente que negociar con una infinidad de expresiones patriarcales, que marcan todo el espectro de nuestras vidas, desde nuestras casas con nuestros compañeros, esposos, hijos y padres, en las calles -que en muchas ocasiones también son nuestros espacios de trabajo-, en nuestras organizaciones y con nuestros camaradas. El feminismo liberal puede darse el lujo de negarse a negociar durante el largo y tedioso proceso de despatriarcalización de la sociedad en su conjunto, porque habemos marxistas-comunistas que estamos poniendo las cuerpas todos los días, haciendo el trabajo pedagógico y de resistencia, de cara a la organización popular inevitablemente patriarcal. En otras palabras, nosotras no podemos esperar a que se den las condiciones para sentirnos seguras y reconocidas; nuestra labor política es construir esas condiciones desde las bases, contra el capital y con todxs quienes somos pueblo.
Aun así, y con todo el trabajo del mundo, el feminismo marxista-comunista no logra eco ni siquiera dentro del propio movimiento comunista. Aún tenemos camaradas que intentan descontextualizar a Luxemburgo, Zetkin o Collantai para despotricar contra el feminismo en su conjunto; que simplemente son incapaces de reconocer el papel de la degradación de las mujeres y disidencias durante el proceso de acumulación primitiva; o que simplemente el hiper economicismo al que tiende el comunismo ortodoxo le impide reconocer al patriarcado y al colonialismo como elementales para la estructura capitalista. Pero tampoco hemos logrado generar identificaciones fuertes entre las mujeres populares y el feminismo marxista-comunista.
Un feminismo popular sigue siendo un horizonte lejano en el escenario político actual, y esta es una deuda de todo el conjunto del movimiento comunista. Si queremos lograr una organización popular en capacidades efectivas de librar una revolución, el momento de acumulación de fuerza tiene que contemplar necesariamente a la organización de las mujeres y las disidencias desde una perspectiva de clase. El patriarcado y las jerarquías sexuales han logrado permear tan profundamente y de manera tan específica en la propia organización comunista, que las demandas de las mujeres y las disidencias siguen leyéndose como liberales o secundarias, desconociendo que las demandas de las mujeres y las disidencias, son las demandas de toda la clase trabajadora. Somos pueblo, y el pueblo es mujer, es marica, es negra, es obrera, es jornalera, vive con discapacidad, es travesti, es indígena. Reconocernos extremadamente diversxs y desiguales es precisamente el ejercicio que logrará generar los canales adecuados para interpelar a la lucha revolucionaria a todxs y cada unx de nosotrxs, lxs pobres, lxs desposeídxs de la tierra.
Si cómo comunistas no somos capaces de evidenciar al desarrollo del capitalismo como un proceso que contempla la domesticación de las mujeres y las disidencias, la desposesión de conocimiento, propiedad y relevancia a la figura femenina, y un proceso de control de los cuerpos y la natalidad, seremos incapaces de plantear cambios normativos en todas las estructuras, incluyendo las de nuestras propias organizaciones. El feminismo marxista-comunista tiene el deber revolucionario de profundizar las vagas y superficiales nociones que se manejan desde feminismo liberal. Dar la batalla epistemológica para reconstruirse en la capacidad de calar para siempre en los vastos sectores populares, desde los mismos sectores populares, con mujeres trabajadoras en la vanguardia de la lucha.