La guerra y el modelo productivo europeo
Según informa el poderoso sindicato alemán IGMetall, la transnacional automovilística Ford prepara 3200 despidos en sus fábricas europeas, la mayoría de ellos en Alemania. Otros grupos industriales europeos como Volkswagen han realizado recientemente estudios para explorar las posibilidades de trasladar actividad desde sus plantas germanas a otras ubicaciones.
Los medios de comunicación del Viejo Continente muestran su contento en las últimas semanas. El fantasma de una gran recesión provocada por la subida de los precios de la energía tras el inicio de la guerra en Ucrania, parece haberse conjurado. Gracias al recurso masivo al Gas Natural Licuado (GNL) traído en barcos metaneros desde Qatar o Estados Unidos, y re-gasificado en la Península Ibérica, y al uso extendido del petróleo noruego, las reservas de gas de Alemania han podido mantenerse en cerca del 90 % de su capacidad en los últimos meses.
Este invierno está siendo suave. La puesta en marcha de las plantas de renovables en Europa está generando una nueva burbuja de inversiones para los fondos globales. Se apuesta firmemente por el hidrógeno verde, pese a que todavía no está resuelta su viabilidad real. Las centrales nucleares francesas han superado la práctica parálisis técnica del mes pasado. Se reabren las minas de carbón en toda Europa. El gasto público se ha direccionado a los sectores más vulnerables para tratar de evitar un estallido social, y la inflación parece haberse instalado en cuotas altas, pese a la subida de tipos de interés del Banco Central Europeo, pero al menos ha dejado de crecer aceleradamente.
La clase dirigente europea se plantea profundizar la dinámica bélica, enviando tanques Leopard a Ucrania y multiplicando las sanciones contra Rusia y otros estados díscolos. Las tensiones entre los intereses de los Estados “orientales” de la Unión Europea, embarcados mayoritariamente en la dinámica belicista contra Rusia, y los “occidentales”, que tratan de sostener el “frente Sur” del Sahel y el Magreb, se resuelven con un aumento exponencial del gasto militar y una creciente ansiedad geopolítica. Alemania duda. En este texto veremos por qué. Si embarcarse, o no en una guerra abierta en el frente oriental, o buscar una salida diplomática al conflicto.
Pero no es oro todo lo que reluce en la situación social europea. La inflación no viene acompañada de alzas salariales, así que la clase trabajadora en su conjunto pierde cada vez más capacidad adquisitiva. La subida de los tipos de interés amenaza con provocar una densa ola de desahucios y quiebras de pequeñas y medianas empresas. La inflación se ceba en la cesta de la compra de la clase trabajadora: en España, los alimentos suben más del 15 %, aunque el Índice de Precios al Consumo general lo hace “sólo” al 8 %. La degradación de los servicios públicos, como la Sanidad y la Educación, es cada vez más evidente, y el despliegue de los Fondos Next Generation de Reconstrucción y Resiliencia de la Unión Europea es lento, con procedimientos de justificación muy burocratizados y su destino son fundamentalmente las grandes corporaciones y el fomento de los procesos de mercantilización de los servicios públicos.
La gran crisis energética se ha conjurado para este invierno, gracias a las compras efectuadas durante el verano, que han permitido mantener las reservas. Pero para el invierno próximo la fuente rusa de gas barato, que aún estaba abierta el pasado estío, estará definitivamente cerrada. Así, que el próximo será, sin duda, un invierno mucho más duro que este. El GNL es caro. Más caro que el gas ruso.
Y ahí encontramos el problema fundamental para el futuro económico de Europa. La locomotora industrial alemana, cuyos excedentes financiaban a las economías de servicios del Sur y del Este de la UE, basaba su competitividad internacional en la energía barata proveniente de Rusia. Eso ha implicado una dependencia fatal para Europa, pero tenía sentido desde el punto de vista económico. El proveedor de recursos energéticos y materias primas más barato y más fiable, era el más cercano, la Federación Rusa.
Alemania ha demostrado que puede sustituir el gas ruso durante un tiempo, e intentar en ese lapso la victoria militar sobre el régimen de Putin. Pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Y a qué precio?
En economía el precio es importante. Los costes determinan el margen de rentabilidad. Y los mercados son globales. Alemania tiene que vender sus productos industriales con costes cada vez más elevados (el GNL que viene en metaneros es caro), mientras sus competidores obtienen el gas ruso más barato que nunca. Recientemente, en una entrevista en el diario económico español Expansión, un alto ejecutivo de una gran empresa energética europea lo dejaba claro: “tarde o temprano habrá que retomar la relación privilegiada con Rusia o aceptar la desindustrialización de Europa”. Quizás el colapso brutal, con racionamientos, que se esperaba era una exageración, pero los mercados no perdonan: producir con un gas más caro es vender más caro. Y si no es competitiva, la industria europea tendrá que ir cerrando plantas y trasladándose a otros lugares del Globo.
Por supuesto, con la industria se irá el Estado del Bienestar, el “Modelo Social Europeo” del que tan orgullosos estamos. Esa trama de servicios públicos que las últimas décadas de neoliberalismo ya han dejado muy degradados.
La clase trabajadora europea lo sabe y empieza a agitarse, como despertándose en medio de un mal sueño. Millones de franceses paralizan el país galo en una huelga general contra los recortes en las pensiones públicas. Hace pocos meses habían bloqueado las refinerías y gasolineras en una oleada de huelgas que desbordó al sindicalismo de concertación y forzó la reciente huelga general. En el Reino Unido se habla del “nuevo invierno del descontento” por la proliferación de huelgas de trabajadores del transporte, la sanidad, la función pública y otros sectores. En Italia se suceden las movilizaciones sindicales contra la guerra. En Alemania los trabajadores bloquean los aeropuertos reclamando la subida de los salarios. En España, un rosario de huelgas locales y sectoriales fuerza a los sindicatos mayoritarios y burocratizados a elevar el tono de sus comunicados frente a un Ministerio de Trabajo que consideran cercano.
Además, la ultraderecha avanza en toda Europa. Giorgia Meloni, exfascista declarada, se convierte en la Primera Ministra italiana. El Reagrupamiento Nacional francés obtiene el grupo parlamentario más grande de su historia. La ultraderecha se vuelve decisiva para la investidura del gobierno sueco. Vox parece el único socio posible para un hipotético gobierno de la derecha en España. La polarización crece en Europa. Las posiciones se extreman. La sociedad se tensa.
Este es el resultado de la aventura bélica en el Este: la ruptura de la máquina industrial alemana y del proceso de reciclado de sus excedentes en el Sur y Este de Europa. Veremos cuánto pueden aguantar así Alemania y Rusia. Quién cede primero. O asistiremos a una escalada bélica sin control que puede llevarnos a una guerra nuclear devastadora.
Frente a esta Europa de la guerra y de la inflación, sólo nos queda, a quienes pertenecemos a las clases populares europeas, una única salida. Organizarnos, movilizarnos, actuar.
Movilizarnos por otra Europa muy distinta. Una Europa que promueva la paz y la solidaridad. Una Europa federal y solidaria, donde se impulse el desarrollo económico equilibrado, armonioso y autocentrado, y una industrialización sostenible y basada en formas de control obrero y autogestión. Una Europa que no redistribuya sólo una parte mínima del excedente, sino también las actividades productivas para evitar los desequilibrios territoriales y sociales. Una Europa en paz con sus vecinos y capaz de colaborar con los pueblos del Sur del mundo en su proceso de emancipación (y también de emancipación de la propia Europa). Una Europa soberana que sea un actor estratégico en un mundo multipolar y un vector de civilización y justicia en su propia tierra.
No tenemos la solución mágica para la guerra. Tenemos el hastío con las muertes inútiles de los jóvenes eslavos y con la pobreza creciente de las clases populares, desde los Urales hasta Gibraltar. Debemos movilizarnos.