La rebelión de los parias y el abismo de los desencuentros

gc
Lunes 12 de Abril de 2021

El Perú de hoy es un país roto, sin rumbo, pero también es un país zombi y snob. “Atracción por el abismo”, “salto al vació”, “la amenaza comunista” -“senderista”-, son las primeras reacciones a los resultados del domingo, en donde un profesor de primaria, del lejano pueblo de Cajabamba en Cajamarca, ha puesto en jaque el tablero de ajedrez político de la última década.

Son las reacciones propias de determinados grupos sociales privilegiados, de una clase media timorata, de cierta prensa adicta al sistema y de una izquierda liberal incapaz de leer el presente. Pero también son los miedos al grito popular y a los rostros marginados de los humildes intentando tomar el poder por las urnas, para plasmar por fin esa promesa de una nación postergada desde el inicio mismo de la república, como diría el historiador Jorge Basadre.

A la luz de los resultados, lo más saltante es la confluencia de los desencuentros. Estremecedores desencuentros en los que más de un partido de “izquierda” limeñocéntrico, que busca relacionarse con ese Perú que le es ajeno, fracasa. La impotencia que genera esa falta de química se expresa incluso en ácidos exabruptos. Una postulante al Congreso de la República por Juntos por el Perú (liderado por la socialdemócrata Verónika Mendoza) describe así su desencuentro con ese otro Perú:

“… yo lo que necesito es que tengan voluntad, no de hacer una campaña de mierda en la que vayamos solo a visitar asentamientos humanos desperdigados por el mundo, y que la gente nos mire diciendo sí señorita, sí señorita, y luego se olvida de nosotros y vote por, puta, por cualquiera que le regale un táper. ¿Me entiendes? Tu voto, tu voto, aunque no te guste, está en la clase media…”

Efectivamente, Juntos por el Perú intentó ganar el voto de los sectores de la clase media en estas elecciones: su fracaso ha sido espectacular. Con el pasar de los días, su campaña devino en un efecto semejante a los juegos artificiales: bullicioso, pomposo, con muchas luces, pero que detrás solo ha dejado mucho humo forjado al calor de las redes sociales y del impulso de las ONG a la que coronaron con la paporreta propuestas por el Fondo Monetario Internacional para tiempos de crisis. El giro liberal de Verónika para este 2021 le llevó a vestirse muy temprano con una camiseta blanca y abandonar el discurso radical. La consecuencia: ganó un 8% (principalmente en la clase media), pero perdió en todo el territorio nacional, incluido en su natal Cuzco.

El profesor de primaria José Pedro Castillo Terrones, quien dirigió la histórica huelga de los maestros en el 2017, supo capitalizar esos votos bajo tres principios básicos: nacionalización de los recursos naturales, renegociación de los contratos mineros, y un cambio de la Constitución fujimorista de 1993, para poner fin al neoliberalismo en Perú.

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En el otro extremo, la derecha peruana mostró tres representantes que, en este momento, pelean respectivamente el segundo (Keiko Fujimori: 14.5%), tercer (Rafael López Aliaga: 12.2%) y cuarto lugar (Hernando de Soto: 10.7%). Todos estos candidatos son defensores del modelo económico neoliberal y de la Constitución Política de 1993, que privilegia una economía social de mercado. Estamos ante el fujimorismo y sus sepas, que tres décadas después de implantado el modelo, tiene una serie de representantes con posibilidades para convertirse en presidentes del Perú. Su reinado no parece tener un final en el mediano plazo.

Ahora bien, ¿qué condiciones permitieron al profesor Pedro Castillo hacer de su partido Perú Libre la primera fuerza política del país? Las grietas profundas de un país en duelo producto de una hecatombe sanitaria. Perú se ahoga literalmente por falta de oxígeno, pero sobre todo por el abandono sistemático de un Estado que privilegió el mercado por encima del bienestar humano. Sin embargo, y a pesar de todo, la defensa del modelo devino en la única religión laica que se debe respetar sin chistar. Un modelo que se ha llevado consigo, según cifras oficiales del Sistema Informático Nacional de Defunciones, a más de 150 mil personas por el Covid-19, y ha posicionado a Perú en primer lugar en el mundo, en número de muertes por millón de habitantes, según el Financial Times (6-04-2021).

Juntos por el Perú apostó por plantear un cambio de la Constitución para dar un viraje al modelo, pero lo hizo con una tibieza tal, que fue incapaz de convencer a su propia militancia. Así, no solo se alejó de las propuestas de José Carlos Mariátegui, y de la raíz ideológica socialista, sino también de las masas que en el 2016 le dieron a Verónika Mendoza 18.8 %. Hoy, esa izquierda liberal, corre detrás de los hechos buscando comprenderlos, mostrándose muy moderna y progresista, pero incapaz de sentir el pulso de la sociedad. Eso explica cómo y por qué no fueron capaces de leer que la crisis económica ha potenciado el crecimiento de un electorado radical que se distribuyó entre el fascismo encabezado por López Aliaga, un personaje ligado a la banca y al Opus Dei (12.2 %), y de esa izquierda “marginal” encabezada por Pedro Castillo.

A estas alturas, es obvio que Perú Libre tuvo mejor olfato para percibir el descontento popular y arrastrarlo hasta las urnas, en donde, cual rebelión de los parias, los electores han expresado su rechazo al modelo. En cambio, Juntos por el Perú cayó en la folclorización y exotización antropológica. En lugar de forjar una fuerza popular, exhibieron pagos a la tierra o vestimentas coloridas, pero cada día se alejaron más del clamor de los más necesitados. Ha sido tan rotundo este fracaso que ni siquiera pudo superar los votos de Acción Popular, liderado por Jonny Lescano, un liberal que apuntaba a convertirse en el candidato del centro democrático, pero cuya candidatura también cayó mellada por el efecto Castillo. Con el pasar de los días, Juntos por el Perú fue pareciéndose más a Acción Popular y alejándose más del discurso de transformación social que propugnaba Perú Libre.

Pedro Castillo y Perú Libre han obtenido un importante 18.1%, y han ganado en 17 de los 26 distritos electorales. En las regiones más pobres del país como Apurímac y Huancavelica incluso alcanzaron el 50%; y más del 30% en Ayacucho (47%), Madre de Dios (31%) y Cajamarca (37%). Todo ello demuestra que, Perú Libre, sin grandes “intelectuales” entre sus cuadros, pudo leer ese escenario de radicalización en la población más humilde y afectada por la pandemia, el desempleo, la precariedad y abandono histórico.

De cara a la segunda vuelta, es evidente que Castillo debe tender puentes si quiere tumbarse al sólido votante fujimorista que se potenciará significativamente con el apoyo de al menos 12 grupos políticos. Por ahora, las primeras voces conocidas de Perú Libre se han negado a la firma de una posible “hoja de ruta” como lo hizo Ollanta Humala para ganar las elecciones del 2011. Si bien esto puede complacer a quienes se sienten representados por Castillo, puede convertirse en su principal impedimento para ganar el balotaje. Sin embargo, la profundización de la crisis y el abrumador ausentismo, que en esta primera vuelta alcanzó el 26%, puede jugar a su favor.

En el otro extremo, el fujimorismo apelará al terrorismo mediático y a la memoria del pasado de guerra para sembrar el terror psicológico y cosechar votos en las urnas. Se viene meses de satanización y terruqueo que convertirán a estas elecciones en la más polarizada en lo que va del siglo XXI en Perú.

 

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