Multitud e identidad: Perú es un volcán en erupción
¿Cómo entender el Perú de este momento? ¿Cuáles son las claves o puntos de partida? En primer lugar, lo evidente: Perú es un volcán en erupción. El país está sumergido en un fuego que consume todo, incluso los liderazgos más aclamados se convierten en cenizas en cuestión de minutos. En segundo lugar, el sujeto de la movilización y el catalizador: multitud e identidad. En tercer lugar, el ingreso en la disputa por el poder político de dos grupos históricamente alejados del Estado, pero que se han visto o sentido reivindicados directa o indirectamente durante el gobierno de Castillo: los nadie (la masa trabajadora y empobrecida, pero con identidad) y una burguesía chola que contribuyó, incluso con peculio, para el triunfo del profesor rural y que hoy, tras la defenestración, se ve desplazada de golpe por Dina Boluarte.
El periodo de crisis, que ya lleva 7 años, se puede calificar como el momento destituyente en la historia peruana del siglo XXI; sin embargo, quedarnos en la frase no explica mucho. Mal haríamos en buscar términos rimbombantes como lo hace el politólogo Alberto Vergara, para quien la caída de Castillo fue un acto de genuina imbecilidad; o que el catalizador de la crisis está representado por esos dos “botones nucleares” que tiene nuestra Constitución. El primer botón puede ser usado por el Congreso para vacar al Presidente de la República por “incapacidad moral”; en cambio, el segundo, permite al Presidente cerrar el Congreso después de dos “cuestiones de confianza” negadas.
Buscar la explicación en los dos botones nucleares o en la imbecilidad nos aleja de otros elementos más importantes, como la formación del sujeto de la movilización y los intereses económicos y políticos detrás de las renuncias, vacancias, destituciones e intentos de autogolpe. Es ahí cuando la veta explicativa nos lleva por el camino del sujeto social y la identidad.
Más de dos décadas de crecimiento económico permitieron el surgimiento de una burguesía provinciana y, al mismo tiempo, acrecentó la desigualdad. Una famosa frase de la actriz Pierina Carcelén resume el surgimiento de una burguesía provinciana y chola: “los nuevos ricos en el Perú son horrorosos”. Esta frase, que desató muchos comentarios racistas y ataques contundentes contra la actriz, evidenciaba que la burguesía chola empezaba a mostrarse incluso en los espacios tradicionalmente dominados por blancos oligarcas y aristócratas.
En un país racista, la identidad termina siendo una mecha encendida en un momento en el que una multitud amorfa, que no reconoce líderes relacionados con partidos políticos, toma la calle sin dirección, pero con decisión inquebrantable. El posicionamiento del discurso identitario, en un contexto de agotamiento del neoliberalismo y sus reglas de juego, han fermentado el desborde popular.
Pedro Castillo representó eso: un rostro, un símbolo de identidad y un triunfo político efímero, tanto de los postergados, de los parias, como de esa burguesía chola que, con Castillo, se integró mejor en los vericuetos de los negociados empresariales orquestados desde palacio. De ahí que, mientras la izquierda marxista acusa a Castillo de traidor y muchos opinólogos de izquierda confluyen en que Castillo demostró no entender el significado de su triunfo, lo que no podemos perder de vista es que, para el núcleo duro de seguidores, sobre todo en el Sur, esa relación umbilical entre el Presidente “campesino” y la identidad chola aún no estaba rota; pero se venía debilitado significativamente frente al creciente llamado por una nueva Constitución, el cierre del Congreso y el adelanto de elecciones. Sin embargo, el abrazo de Dina Boluarte con las rancias élites y los fascistas, ha fungido como gatillador para que el clamor por un cambio de la Constitución se combine con el pedido de liberación de Castillo, la renuncia de Dina Boluarte y el Cierre del Congreso. Todo en un solo paquete.
Es sabido que Castillo abandonó Perú Libre tras el primer canto de sirena. Pero también es cierto que Castillo ya no obedecía a su partido y que, en la segunda vuelta, los empresarios provincianos le pagaron tanto el alquiler de un nuevo local de campaña en Lima como la misma campaña. Una vez en el gobierno, Castillo jugó a las cuotas con los grupos políticos que le ayudaron a sobrevivir día a día como también al favorecimiento hacia empresarios provincianos de toda laya.
El poder de los medios de comunicación y de una fiscalía adicta a los cuellos blancos y a los poderes fácticos, empezó a lapidar y encarcelar, respectivamente, al círculo más íntimo del Presidente. Así, mientras sobrevivía, ayudado por las cuotas de poder, Castillo se iba quedando solo y la paranoia de que todos conspiraban en su contra crecía al ritmo de la indignación de las multitudes en el sur del país, que ven en el Congreso una cueva de ladrones que históricamente han saqueado el país.
Castillo y Aníbal Torres, Presidente del Consejo de Ministros durante la mayor parte de su gestión, recorrieron el país y captaron de primera mano la indignación popular y el pedido del cierre del Congreso. No obstante, el Presidente parecía más preocupado en durar en el cargo que en dar el primer golpe o en llamar a una Asamblea Constituyente. Estos dos mecanismos solo eran agitados como amenazas. Por su parte, el Congreso modificaba permanentemente la Constitución para ponerle más candados, para evitar que sea cambiada y para impedir que el Presidente pueda cerrar el Congreso.
En esas condiciones, la destitución de Castillo, tras su fallido intento de autogolpe, es comprendida por la población, sobre todo de los Andes, como una puerta que se cierra; como un símbolo que es mellado y encarcelado. Dicho de otro modo, no es solo la indignación por la corrupción en las altas esferas del poder político. La burguesía chola, incluso parte del poblador de a pie, parece perdonar la corrupción siempre que le sea favorable a sus intereses.
Pero todo se ha salido de control. Seguramente, Dina Boluarte nunca imaginó un gobierno tan efímero en el que, además, en menos de una semana, haya asesinado al menos a 7 personas. La cuestión entonces ya no es el déjà vu del 2019, sino el destino de la lucha y del desborde popular después de la caída de Dina ¿Caerá en manos del presidente del Congreso quien encabezó la masacre de Accomarca en 1985? En ese camino, el solo adelanto de las elecciones no es, de ninguna manera, una solución consistente en el mediano y largo plazo.
Lo más razonable sería apuntar a la fundación de un nuevo pacto; esto es, a la forja de una nueva Constitución mediante un proceso Constituyente que imponga nuevas reglas de juego en dónde, esa burguesía chola y la multitud postergada, accedan tanto a la posibilidad de ser integrados en los espacios de poder político como a mejores condiciones de vida.
Una nueva Constitución debería garantizar mejores condiciones para la clase trabajadora en general y arrancar parte del poder tiránico que tienen en la actualidad tanto los monopolios como la banca. Por demás está redundar en que esta no es la solución en el largo plazo, pues, nuevas crisis volverán con una nueva Constitución y la estructura finalmente prevalece. Sin embargo, puede ser una salida y un camino a seguir hasta que el pueblo encuentre otra mejor o una auténticamente popular.