100 años: por qué recordar la reforma de Córdoba

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En 1918 en la Universidad de Córdoba, Argentina, estalla una rebelión estudiantil, producto del acumulado histórico, con los estudiantes como vanguardia, quienes construyeron una serie de principios para la configuración de una nueva universidad. Estos principios, trascendieron fronteras y se cernieron sobre todo el continente. Este año cuando se cumple cien años de esta rebelión, los sectores más politizados de la Universidad ecuatoriana han retomado el debate sobre los postulados de Córdoba en función de construir una nueva institucionalidad educativa al servicio del pueblo.  En los siguientes párrafos se explicará algunos elementos nodales para entender la Reforma.

 Antes de rememorar los aspectos esenciales de la Reforma, como punto transversal se debe entender a la misma desde un análisis  dialéctico en torno a la legitimidad de las propuestas de Córdoba a partir de sus  condiciones materiales, de manera que se entienda a los postulados surgidos en 1918 como resultado del acumulado de distintas contradicciones históricas, políticas, sociales, económicas, a su vez, para plantear la vigencia de aquellas propuestas, se debe tener cuidado de no caer en el juego ilusorio que pretende  reivindicar la Reforma como un momento de solución a todas las contradicciones de la universidad, ni tampoco pensar que la vigencia pasa por pretender rescatar los principios de 1918 de una forma literal para un aplicación mecánica.

El primer elemento que se debe reivindicar de Córdoba, es la ruptura para  dejar de ver a la universidad como una institución ajena a los problemas del mundo, las primeras contradicciones que vivía el estudiantado cordobés, no eran puntualmente contradicciones hacia dentro de la Universidad, eran contradicciones provenientes de problemas estructurales de la sociedad: el lucro de la educación, la falta de cobertura, la coerción contra el libre desarrollo del pensamiento, la situación económica del estudiantado que obliga a alejarse de las aulas y acercarse al mundo laboral; esto evidencia una universidad limitada a  un espacio exclusivamente académico, pensada solo para la reproducción  del  conocimiento.

La reforma logra sincerar la situación de la universidad como és, un espacio pensado en función de la preservación de los privilegios de los sectores hegemónicos, el momento que la reforma expone a la universidad como herramienta de exclusión; la universidad latinoamericana asume el reto de empezar un nuevo proceso de reflexión para buscar una universidad transformadora.

No se debe caer en la idealización que plantea la Reforma de Córdoba como una pequeña “Revolución rusa estudiantil”, aún cuando se postularon principios esenciales como  la democratización del ingreso. A su vez los reformistas de Córdoba entendieron que no bastaba con aumentar las tazas de ingreso, la universidad también debía salir y encontrarse con el pueblo, y es así como se propuso tres ejes de encuentro con la sociedad: el carácter social de la universidad, la preocupación por los problemas nacionales y la extensión universitaria. Pese a lo mencionado, la reforma tenía sus limitaciones, pues si bien estos principios proponían una compenetración de la universidad en la sociedad y sus problemas, finalmente no pudieron abonar a una propuesta concreta en torno a un cambio social estructural.

En 1918, ya para muchos, era claro el rol que jugaba la universidad generando un valor agregado para las personas que podían acceder a sus aulas, enfocado al mantenimiento del orden impuesto por la clase dirigente. Este rol no pasó inadvertido para los estudiantes de Córdoba, quienes, conscientes de la importancia de la universidad advertían el peligro que representaba una rectoría universitaria impuesta desde los sectores élites de la sociedad, en el caso de la reforma una rectoría proveniente de conservadores y religiosos. Ante este estancamiento, en relación a la posibilidad de ruptura de los círculos de violencia estructural, se propone el principio de cogobierno, el cual se funda en la participación democrática y plural de los distintos sectores que conforman la universidad; frente a la necesidad de agilitar procesos y tener un mínimo de dirección, se plantea el mantenimiento de la figura de rectoría, siempre y cuando a ésta se acceda mediante elecciones desde la comunidad universitaria.

Hasta el momento de la reforma, la universidad había aprendido que el correcto funcionamiento de la misma no puede pasar por la subjetividad de quien administra la política pública, razón por lo que una las exigencias primordiales era la autonomía, ésta con el pasar de los años evidenció una nueva ola de contradicciones en torno a la regulación o no regulación de algunos aspectos de la vida y la administración universitaria.

La universidad no puede ser disputada únicamente en torno a lo administrativo, es también necesaria la disputa del sentido de desarrollo del pensamiento, razón por lo cual es necesario reivindicar como esencial la libertad de cátedra, que no parta de un marco epistemológico subordinado a los interese particulares de los sectores conservadores.

Sin duda este pequeño esbozo de la Reforma no alcanza para rendir el justo homenaje que se merecen todas las luchas que se han dado en las universidades a partir de 1918. Así como en 1848 el fantasma del comunismo recorría Europa, hoy cien años después el fantasma de la reforma recorre las universidades latinoamericanas.

 

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