Brasil y el nuevo fascismo latinoamericano
La primera vuelta en el Brasil nos deja un mal sabor de boca, ya no tanto por el quiebre de la izquierda, sino por la mutación programática de la derecha hacia un probable nuevo tipo de fascismo.
Y es que partiendo desde la reconfiguración neoliberal en América Latina en contradicción con los variados progresismos, el fracaso de la formula Macri en Argentina y la forma que está asumiendo en Brasil el fenómeno Bolsonaro, nos obliga a cuestionarnos: ¿por qué se hace necesario, para la oligarquía en AL, el retorno del fascismo como respuesta electoral y populista, y no simplemente se montan en los procesos de modernización del capitalismo para empezar un nuevo ciclo de acumulación?
¿Será que las élites internacionales ven algo que la propia crítica local de la izquierda aún no ha logrado identificar?
Frente a los resultados electorales en el Brasil, es necesario plantearnos una discusión rigurosa y sistemática, que asuma el peso real de los hechos y los pueda enfocar sin sobredimensionarlos ni pasarlos por alto.
Escenario electoral
Antes de analizar los elementos que nos hacen asumir que el candidato brasileño no solo tiene patrones fascistas - sino que lo es - es necesario caracterizar a las y los electores, quienes son variados y no pueden ser catalogados como fascistas o reaccionarios a priori solo por votar por quien si creemos lo es, ya que, en general, esto es un problema tanto de cultura política como del rol que asumen las oligarquías a través de los medios de comunicación.
De esta manera, un primer elemento es entender la grave crisis por la que pasa la democracia burguesa brasileña, ya que después de una brutal dictadura que presentó fuertes rasgos fascistas, hasta el momento no ha podido dar respuestas contundentes a problemas estructurales que los aquejan, como la pobreza, fuga de capitales, la destrucción ambiental, la guerra en las favelas, la violencia de género o incluso la trata de personas para la esclavitud.
En este escenario, uno de los primeros gobiernos que gozó de gran apoyo popular fue el de Lula, logrando representar las aspiraciones de los más pobres, culminando su mandato con alta popularidad, y cediéndole la posta a Dilma Rouseff, una ex guerrillera traicionada por su vicepresidente y víctima de un golpe de Estado parlamentario, absolutamente ilegal y plagado de corrupción. Todos estos movimientos han generado más crisis, llegando al punto de que apenas un 3% de la población considera positivo el actual gobierno de Temer y que los candidatos tradicionales de la social democracia y centro no tengan apoyo de las masas.
Así las cosas, el Partido de los Trabajadores frente a los comicios 2018, recurrió nuevamente a su figura más potente, Lula, quien rápidamente se posicionó como virtual ganador, teniendo una respuesta rabiosa desde la derecha que controla el sistema judicial, sacándolo de la lid electoral con acusaciones endebles de corrupción que lo llevaron a la cárcel.
Es justamente este tema de la corrupción un elemento clave para el quiebre del PT y el ascenso del fascismo, ya que el gobierno identificado con los trabajadores no lo pudo evitar dentro de sus propias filas, en la consolidación de acuerdos de gobernabilidad ni en la conducción del Estado burgués, lo que a la postre debilita el discurso ético del delfín Haddad, frente a lo que es leído por el pueblo como una grave crisis de valores que tiene su principal anclaje en las y los políticos, pensamiento que en su momento, el candidato de extrema derecha Bolsonaro, ha sabido apropiarse, máxime cuando media el silencio de la mediática brasileña para favorecerlo.
Según varios reportes de las grandes encuestadoras brasileñas son tres los grupos electorales en los cuales el ex militar es fuerte, primero entre el voto masculino con estudios y de ingresos altos, segundo los sectores evangélicos, y tercero, el avance importante que ha tenido entre las mujeres. En las encuestas a la víspera de las elecciones, Bolsonaro se desempeñó mejor entre las personas con ingresos altos que bajos, y en hombres antes que en mujeres, siendo el nordeste - la región más empobrecida del país - en donde tiene mayor resistencia electoral y el sur agrícola y empresarial donde está su bastión. Hay una clara división entre el voto de los ricos frente a los pobres, lo que hace más importante aún el trabajo con las bases evangélicas.
Así, el candidato integrista entre las familias con renta menor a 2 salarios mínimos tiene un apoyo del 25%, mientras que entre las que reciben más de 5 salarios mínimos el número sube al 51%. Es claro que hay una división que parte desde la clase, pero también desde la geografía, el género e incluso el origen étnico del elector. Por último, en esta ecuación también es clave la capitalización de los movimientos anti feministas, el voto rechazo al Partido de Trabajadores, así como el apoyo de sectores clericales y militares.
A partir de lo expuesto, tenemos que lo puntos de anclaje son las clases altas, los descendientes de europeos con ingresos estables y los hombres profesionales, mientras que los puntos de crecimiento son las mujeres, pero en especial los evangélicos al conectarle con una base popular, ya que en el caso de Brasil, derivaciones protestantes como la pentecostal, están afincadas entre las capas más desposeídas de la sociedad, lo que les permite entrar en muchos lugares que votan de forma natural por Lula. Se debe recordar además que los pentecostales en el Brasil son la congregación de este tipo más grande del mundo y conocida por estar radicalmente opuesto a cualquier plataforma basada en derechos.
De esta manera, en el balotaje, el énfasis determinante para la extrema derecha será el ganar a la totalidad del movimiento evangélico, del que en primera vuelta concentró un 42% de su voto, y el de las mujeres, del que obtuvo un 30% de adhesión; esto, al tiempo que enfoca sus ataques a al feminismo, al “marxismo cultural”, la agenda de “homosexualización de la población”, al foro de Sao Paulo, y en especial el no debatir su programa país con el candidato del PT.
La plataforma fascista
Al hablar de fascismo no nos estamos refiriendo al término como un adjetivo que caracteriza una serie de rasgos compartidos por algunos sectores de la extrema derecha que tienden a ser generalizados como un todo por parte de la crítica de izquierda, lo que le quita sus calidad como concepto y lo limita a ser un adjetivo que descalifica y cierra las posibilidades de entender al otro. Todo lo contrario, lo entendemos como un fenómeno histórico concreto, desarrollado de manera específica en Italia de los años 30 e importado en fondo y forma por otros regímenes como el alemán, que en su momento buscaron dar respuesta a la emergencia del pensamiento clasista que sostienen el marxismo y otras corrientes de izquierda.
A pesar de que hay una discusión entre una visión más genérica - que abarcaría a las experiencias del comunismo a partir de Stalin, conocido en occidente como totalitarismo - el fascismo posee una característica determinante, además de los ya consabidos: racismo, clasismo, rechazo a la ilustración, nacionalismo extremo o violencia; y es la construcción de la religión política con un fervor nacionalista hacia la regeneración nacional en contra de la organización popular autónoma y un estilo político cargado de simbolismo que tiene la capacidad de generar “comunidades humanas” con una “fe particular” y con sus propias “prácticas rituales”.
Es en ese elemento que quisiéramos centrar la atención, puesto que en un país donde más del 90% de la población se considera parte de alguna confesión de la tradición cristiana, excluyente y con bajas tasas educativas, la táctica de masas fascista encuentra un caldo de cultivo fundamental, que puede transformar toda la política de América Latina, haciendo de este continente injusto pero pacífico un nuevo campo de integrismos y luchas fratricidas.
Emilio Gentile al argumentar sobre la secularización de la modernidad señala que esta no implica o es sinónimo con desacralización, sino una metamorfosis de lo sagrado, redistribuyendo este elemento en áreas nuevas en forma y fondo, como por ejemplo con la política. Y esta es la forma completa de la práctica fascista, que en el caso de Bolsonaro basta con ver el nombre de su plan de gobierno para comprender el enfoque: “Brasil acima de tudo, Deus acima de todos” (Brasil encima de todo, Dios encima de todos)
En la introducción del documento marca con precisión los elementos fascistas de su plataforma, al señalar el camino fervoroso de la regeneración nacional –del que mucho hemos discutido ya que es imposible realizarlo en los límites del estado nación burgués o dentro del mismo-, proponiendo, desde una plataforma metafísica y mesiánica un gobierno “decente”, diferente de todo lo que produjo la crisis ética, mora y fiscal, implicando que no habrá el famoso toma y daca, así como acuerdos espurios, lo que producirá la devolución del país a sus verdaderos dueños.
De esta manera, el candidato sostiene una plataforma radical construida en base al miedo y las mentiras, como por ejemplo, que el Foro de Sao Paulo desde que se constituyó en los noventas hay un millón de brasileños asesinados (sic), que la epidemia del crack fue introducida por las FARC, o que las variantes gramscianas del marxismo cultural se unieron a las oligarquías para la destrucción del sentido patrio del Brasil; esto añadido a lo que ya ha sido reportado en los medios: capítulos erráticos devenidos en posiciones criminales como la ocasión en la que le contestó a una colega legisladora opositora que no la viola porque no se lo merece; configurando un fenómeno inédito en la región por las formas y simbolismos, lo que nos lleva a plantear la emergencia de un nuevo tipo de fascismo que se ancla en nuestros tiempos y errores políticos.
Más este fenómeno no es original del Brasil, sino que fue configurándose poco a poco, de manera histórica, emergiendo en diversos grados a través de las elecciones como las de Colombia, Costa Rica o Guatemala, en donde las congregaciones cristinas de extrema derecha asumen un rol cada vez más determinante en el juego electoral, lo que abre un cuestionamiento profundo sobre la vigencia del sistema democrático tal como lo conocemos, y nos hace preguntarnos, de forma reiterativa: ¿qué hace que la oligarquía prefiera al fascismo antes que a un profesor universitario, con conciencia social, que ha demostrado ser competente y honesto en los asuntos públicos?
Al parecer la frase de Rosa Luxemburgo está cada vez más presente: socialismo o barbarie, y en el Brasil, está ganando la Barbarie.