Breve historia de la consideración moral de los otros animales
La consideración moral de los animales no-humanos se remota a tiempos muy antiguos. Uno de los registros más remotos corresponde al Jainismo en la India. Majavirá, en el Siglo VI a.C. (contemporáneo a Buda), rechazaba el sistema de castas, la autoridad de los textos Vedas y los sacrificios rituales. En ese contexto, propuso la compasión hacia la vida (yivá-daia), la no violencia (ajimsa) y el vegetarianismo como medio para no dañar a los animales. Más tarde, el poderoso gobernante Ashoka Vardhana (304-232 a. C.), mandó inscribir en uno de sus famosos pilares para la contemplación de los principios morales: “no matar animales para sacrificio ritual o comida”. También en el budismo los animales han sido considerados seres sintientes. La sintiencia es la capacidad de un ser de: sentir dolor, experimentar sufrimiento, tener estados emocionales y conciencia de su situación.
En occidente, los primeros registros al respecto se atribuyen a los griegos. Al famoso Pitágoras de Samos (c. 582 - 507 a.C.) se le suele imputar la siguiente afirmación: “Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra el dolor y la muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor”. Más tarde, el reconocido y multifacético genio, Leonardo Da Vinci (1452-1519), fue famoso por sus postulados y prácticas de abstinencia fundamentadas en la consideración moral de los animales no-humanos. Se dice que compraba aves en el mercado para luego liberarlas en la naturaleza, practicaba y promovía el vegetarianismo y se le suele atribuir el siguiente postulado: “Desde una edad temprana, he rechazado el uso de la carne y llegará el día en que hombres como yo verán el asesinato de animales como ven el asesinato de personas”.
En la Gran Bretaña del siglo XIX. Nació la Sociedad Vegetariana en 1847. Más tarde, y con mayor radicalidad, nació en 1944 la Sociedad Vegana que cuestionó incluso el consumo de los “frutos de los animales” (lácteos, huevos y miel) y otras formas de uso de los animales. En un principio, el veganismo se definió como “la doctrina de que el hombre debe vivir sin explotar a los animales” (Leslie Cross, 1951). Pero más tarde se amplió esa definición por la siguiente: “Una filosofía y estilo de vida que busca excluir –tanto como sea posible y práctico- todas las formas de explotación y crueldad contra los animales por alimento, vestimenta o cualquier otro propósito; y por extensión, promueve el desarrollo y uso de alternativas libres de la utilización de animales para el beneficio de humanos, animales y el ambiente”. (La Sociedad Vegana, 1979).
Para entender plenamente los fundamentos filosóficos de estos movimientos, es necesario explicar el “especismo”. Este término acuñado en 1970 por el psicólogo y doctor en ciencias sociales y políticas, de la Universidad de Cambridge, Richard D. Ryder, describe la existencia de una discriminación en contra de los animales no-humanos y la compara con otras conductas discriminatorias como el racismo o el sexismo. Todas ellas se sustentan en diferencias físicas moralmente irrelevantes. Por ejemplo, el hecho de que alguien sea hombre o mujer no debería cambiar la moral que rige el derecho al voto. En ese sentido, ser hombre o mujer no es una diferencia física moralmente relevante para votar. De igual manera, que un animal sea humano o no-humano no debería cambiar la postura moral frente a la tortura: el rechazo. Pero si hablamos de una piedra, o un tronco, incapaz de sufrir como los animales (humanos y no-humanos) esa sí es una diferencia física moralmente relevante. No le debemos ninguna consideración moral a una piedra.
La discriminación especista establece que los intereses de un ser son menos importantes por el simple hecho de no pertenecer a la especie animal humana. El antropocentrismo moral, es decir, la infravaloración de los intereses de quienes no pertenecen a la especie Homo Sapiens, está tan arraigado en la humanidad que, como lo dijo el escritor checo Milán Kundera, “el derecho a matar un ciervo o una vaca es lo único en lo que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas”. Bajo la óptica del especismo uno puede infligir a un animal los tormentos y la muerte más cruel no solo para alimentarse o vestirse, sino también para satisfacer los deseos más banales como el entretenimiento.
En Liberación Animal (1975), el filósofo Peter Singer demuestra cómo la argumentación que justifica el especismo no es distinta a la que se ha utilizado para defender el esclavismo, el racismo o el patriarcado. Por ejemplo, cuando la feminista Mary Wollstonecraft publicó en 1792 su libro: Vindicación de los derechos de la mujer, un famoso filósofo de Cambridge, Thomas Taylor, trató de ridiculizar la propuesta de Wollstonecraft, haciendo una analogía de la lucha feminista con la defensa de los derechos de las bestias. Muchísimo antes de que exista el término, Taylor -sin querer- había probado la base del especismo.
Singer plantea la consideración moral de los animales sobre la base de una ética consecuencialista, que evalúa los actos por sus consecuencias. Desde esta óptica, fundamentada en el utilitarismo, aboga por el veganismo y por medidas para reducir el sufrimiento de los animales que son utilizados en la producción de alimento, vestimenta, experimentación o entretenimiento. Como estas medidas no plantean la abolición del uso de los animales por parte de los seres humanos, sino la reducción de su sufrimiento, las propuesta de Singer, generalmente, se califica como parte del denominado “bienestarismo”.
Más tarde, Tom Reagan critica esta la posición utilitarista y plantea el abolicionismo: lo que está mal no es causar sufrimiento sino violar derechos, en referencia a los animales no-humanos. En esa misma línea, de plantear obligaciones o deberes morales (deontología), Gary Francione desarrolla después los siguientes principios como fundamentos de lo que denomina el “veganismo abolicionista”:
- Abolir la propiedad de los animales.
- Apoyar solo la abolición: no regulación, ni bienestarismo, ni campañas de un solo tema (ej. protestas contra la tauromaquia).
- Establecer el veganismo como requisito mínimo y base moral del activismo racional.
- Determinar que solo la sintiencia otorga status moral, nada más.
- Rechazar toda otra forma de discriminación por raza, credo, sexo, preferencia sexual, estrato económico, entre otras, tal como se rechaza el especismo.
- Practicar, en el activismo y la vida cotidiana, la no violencia.
Sin embargo, el abolicionismo de Francione presenta muchas limitantes en la práctica y no ha logrado desplazar a los planteamientos bienestaristas que también han ganado terreno, incluso fuera de los círculos de las organizaciones animalistas. Pese a que todas estas organizaciones luchan por un mismo objetivo: la consideración moral de los animales no-humanos, sus diferencias llevan incluso a dar pie a disputas entre organizaciones. Tal vez la disputa más resonada es la que enfrenta las aproximaciones bienestaristas con el abolicionismo más radical.
Toda esta base filosófica-política ha dado sustento a postulados en materia de derechos. Aquí se inicia el desarrollo de los derechos de los animales no-humanos. Más tarde, en 2011, Sue Donaldson y Will Kymlicka, en su libro Zoopolis, proponen una teoría política para los derechos de los animales. En ella cuestionan: el enfoque de derechos negativos: derecho de los animales a que no les causen daño. En este libro, explican la complejidad de la coexistencia humano-animal y plantean la imposibilidad e inconveniencia política de negar esta relación que existe materialmente. En este sentido, desarrollan una propuesta política sobre derechos positivos y relacionales (complementaria a los derechos negativos) para los animales no-humanos, lo cual marca un nuevo hito en materia de derechos para los animales.
Por otro lado, desde la ciencia, se ha vuelto irrebatible que los animales no-humanos son objetivamente seres sintientes. Es así que, el 7 de julio de 2012 se reunieron en Cambridge, un grupo internacional de científicxs destacadxs en los campos de neurociencia, neurofarmacología, neurofisiología, neuroanatomía y neurociencia de la computación, para reexaminar los sustratos neurobiológicos de la experiencia consciente y otros comportamientos relacionados en seres humanos y animales no-humanos. El producto de este trabajo se expresó en la denominada: “Declaración de Cambridge sobre la Conciencia”, que, en su parte sustancial, señala:
“La ausencia de un neocórtex no parece prevenir que un organismo experimente estados afectivos. Evidencia convergente indica que los animales no-humanos poseen los substratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de estados conscientes, así como la capacidad de exhibir comportamientos deliberados. Por consiguiente, el peso de la evidencia indica que los seres humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos necesarios para generar conciencia. Animales no-humanos, incluyendo todos los mamíferos y pájaros, y muchas otras criaturas, incluyendo los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos".
Esta declaración constituyó un hito de gran trascendencia para la consideración moral de los animales no-humanos; pues dio, de forma explícita y formal, un sustento científico -hasta ahora irrebatible- a los postulados filosóficos y en materia de derechos que promueven los movimientos animalistas.