1° de Mayo: reflexiones para los trabajadores en la salud mental en momento de crisis
Haciéndonos eco del religioso jesuita y psicólogo social Ignacio Martín Baró, asesinado en la década de los años 80 por el ejército del Salvador, durante la guerra civil junto a cinco compañeros religiosos y dos mujeres que se encontraban en la residencia de la UCA (Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”), plantearemos algunas reflexiones sobre el trabajo.
En su trabajo sobre Psicología Social en Acción e Ideología, Martín Baró coloca algunos elementos sobre el sentido del trabajo. Partimos de una de sus afirmaciones "el trabajo constituye la actividad humana primordial y el marco de referencia crucial que define el sentido de la existencia de los seres humanos".
Por tanto, el trabajo constituye así “el principal contexto moldeador de los seres humanos”, la fundamental causa de nuestro ser, y su quehacer se dispone como el eje alrededor del cual las personas organizamos nuestra vida personal y, la vida en el tejido social más amplio. Es parte constitutiva en la configuración de la identidad donde establecemos referencialidad entre lo que somos y con los demás, en consecuencia, el trabajo es vital en la medida que con él construimos el proyecto de vida.
Martín Baró infiere el establecimiento de una distribución social del trabajo, donde se organiza las poblaciones, los flujos, las mercancías y las exigencias; se regula los espacios, el tiempo y las necesidades que surgen al interior de las sociedades.
Alrededor del trabajo es donde vivimos las contradicciones sociales, las contradicciones de clase. Por lo tanto, el trabajo es la actividad que más organiza las relaciones humanas y donde el sistema social nos engancha para establecer las aspiraciones y el estilo de vida. Espacio donde se evidencia la lucha obrera, en búsqueda de un buen vivir.
Entonces, el despido de miles de trabajadores del Estado y del sector privado, arrebata e inmoviliza la subjetividad de las personas. Rompe con la rutina de la vida cotidiana, resquebraja el tejido social, afecta el sentido de pertenencia, impide el proyecto de vida y altera la salud mental de la familia y la comunidad.
La función cohesionadora del trabajo se ve interrumpida e influye en el sentimiento de seguridad, las afectividades se perturban y se altera las relaciones cercanas y con los semejantes.
Desde la perspectiva del gobierno y los empresarios, el despido se construye como una estrategia que permitiría el ahorro de dinero para dinamizar la economía bajo el supuesto de que la reactivación productiva se realice dejando sin empleo a la gente. En definitiva dicha estartegia desajusta la vida social y de hecho pone en riesgo a la misma riqueza.
¿Será que los economistas neoliberales y la población que aprueba los despidos, no ha hecho consciente la importancia psicosocial del trabajo? ¿Se ha objetivado o naturalizado la simplista mirada del trabajo-salario? O sí desde esta mirada simplista ¿El despido es la estrategia para lograr conformidad y coerción social? La respuesta afirmativa a la tercera pregunta nos cuestiona con la interrogante: ¿qué tipo de humanidad se ha ido configurando en nuestro país? La respuesta salta a la vista.
El gobierno, en complicidad con la Asamblea Nacional, ha realizado la mal llamada ley de apoyo humanitario, nombre que suena más a un eufemismo siniestro, debido a que favorece los despidos masivos, la disminución de salarios y el uso de trampas legales, acompañadas de amenazas para que los trabajadores renuncien.
Lejos de contribuir a superar la crisis, la ley será una de las causas para que ésta se agudice. Su aprobación responde a las dos primeras preguntas, no les interesa la situación de la gente, el sistema político y el económico se ha deshumanizado y desde la óptica del poder se ha convertido a las personas en fichas que se pueden mover a voluntad.
Frente a este panorama, no es posible exigirles que revean las decisiones, incluyendo la ley de apoyo humanitario. Es tal su grado de enajenación (distorsión de la vida), que se asemeja a un comportamiento esquizofrénico, donde el gobierno y las élites viven su propia realidad alejada del cotidiano de la población.
El Gobierno se convence rumiantemente que ésta es la única manera de enfrentar la crisis, imposibilitando el diálogo y no hay posibilidad de conciencia vital. Es tan arraigada y naturalizada esta forma de pensar, que incluso nosotros somos incorporados a este delirio.
La ley de apoyo humanitario es una respuesta perversa del gobierno y la asamblea, que junto con otros cuerpos legales, protocolos y semáforos, disfrazan la explotación de emprendimiento, y agudizan el auto trabajo en condiciones desfavorables. Permiten una especie de ambulantaje de puerta a puerta, las calles se toman por cientos de personas para lograr el mínimo sustento para enfrentar la crisis. Estas personas son objeto de persecuciones y estigmas, producto del discurso epidemiológico del gobierno y de la paranoia instalada por el discurso sanitario mediático.
La perversidad de la ética neoliberal del gobierno, al dejar a miles de trabajadores en la calle, genera un ejército de brazos de reserva no solamente de obreros, sino de profesionales de todos los campos y en particular de miles de docentes estatales y privados. Mano de obra que permite disminuir costos en la producción de bienes y servicios, maximizando las ganancias y atentando contra la vida.
Esto equivale a una liberalización (uberización) de la economía, donde los acuerdos entre dos o más partes esconden relaciones de poder asimétricas, los trabajadores son consultados para que elijan la forma en como pueden ser despedidos y quienes mantienen su trabajo: ¿qué posibilidad tienen de negociar el salario o de conformar una asociación?
En definitiva, el trabajo de las clases populares se lee, desde el gobierno, como una forma de reproducir la riqueza y conservar los privilegios, una manera de cosificar al otro y verlo únicamente como fuente de ganancia, una cosa sin alma, un cuerpo sin afectos.
Ante esta perspectiva, las clases populares que deberían ser el objeto de la ley de apoyo humanitario, se constituyen en víctimas de la ley. Una paradoja extraña, propia de la esquizofrenia de la sociedad neoliberal de clase.
La única salida es volver a creer en la organización, plantearnos un proyecto de vida y mundo diferente. Este momento es crucial para repensar las maneras de vivir la política y la economía, poniendo como centro a la naturaleza y al ser humano.
En esta tarea podemos y debemos contribuir los trabajadores de la salud mental, no es posible neutralidad alguna, si nuestro interés es el ser humano. Debemos recordar que la psicología nació al margen como disciplina emergente y que develó como el sistema social-cultural es el lugar del origen del malestar. Profundizar en estas condiciones es nuestra tarea.
La pregunta para quienes integramos los servicios de salud mental es: ¿estamos al servicio del ser humano o del capital? Realizamos un llamado a reflexionar sobre como algunos psicólogos se han allanado a favor de los empresarios, dejando de lado la importancia del bienestar de la organización productiva. Así como, en las escuelas y en la atención privada y pública se continúan elaborando estrategias de readaptación a los procesos de producción y no se repiensan como lugares de crecimiento para seres sociales y singulares.
Es fundamental cuestionar la psicología como campo de trabajo, considerando si la misma obedece a la división social del trabajo enajenado y recordar que nuestra disciplina es única y está al servicio del ser humano.
Autores: Jaime Torres y Sergio Carrillo
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