Correa y la RC: el pueblo fue el coro y no el actor
Hay un virus que contagió a la izquierda en los últimos años: el Estado centrismo. Los viejos y nuevos militantes de izquierda, que nunca llegaron al poder, pensaron que Correa era Vladimir Lenin y que aquel se ejercía únicamente desde el Estado. Para los activistas de izquierda que acompañaron a Correa, el ex presidente encarnaba a un “comandante”, por lo que tenía todo el derecho a mandar. Y es que según sus seguidores, solamente con esa concentración de poder en las manos del líder se podía enfrentar y derrotar a la oligarquía.
Obviamente, el Estado era el sustento material: a favor los recursos del petróleo, el aparato estatal en manos de la tecnocracia, los instrumentos de planificación, la sobre reglamentación y las instituciones fortalecidas a través de las zonas, distritos y circuitos. El Estado así llegaba a todos y a todas partes, con una presencia territorial no antes vista en el país. La dimensión material estaba asegurada con la inversión pública en infraestructura: vías, hidroeléctricas, aeropuertos, plataformas, escuelas del milenio, UPC, etc. La relación con la población se daba a través de los servicios públicos bajo el mando de administradores y gerentes. ¿Un ejemplo? El Registro Civil. El ciudadano es el cliente atendido por un Estado eficiente; sacar la cedula antes se demoraba un mes, hoy 30 minutos.
Por ello a Correa no le interesó leer el “Quehacer” de Lenin, texto que leyeron alguna vez sus activistas de izquierda; no le interesaba construir un “partido” pese a tener el Estado a su disposición.
El otro instrumento fueron los medios de comunicación. En realidad, los "intelectuales orgánicos" del correísmo no fueron Acosta, ni Barrera, ni Bustamante, ni Larrea, ni los Patiño, ni Vicuña. Nadie que proviniera de la izquierda. Fueron los hermanos Alvarado
Vinicio Alvarado, era el genio de los dos hermanos. Con mucha experiencia en radio y en campañas aprovechó las potencialidades de Correa como un líder dispuesto a dejarse modelar. Él convirtió a Correa en el epicentro, en el eje telúrico de la “corriente revolucionaria”. Los medios sustituían al partido pues ya tenían al gran comunicador, al gran educador, al líder.
Con los medios de comunicación la “revolución” no necesitaba mediaciones, pues los medios eran las mediaciones. Ellos elevaban a Correa al estrellato de la política, relacionándolo directamente con la población. No necesitaban mediación, ni organización política, ni sindical, ni comunitaria, necesitaban las sabatinas, las vallas, las cadenas, los espectáculos de “Pueblo Nuevo”. El pueblo de a pie era el coro de la “nueva estrella de rock”: un joven, guapo, nacido del pueblo, culto y exitoso, todo por obra de su propio esfuerzo, un “hombre hecho a sí mismo”.
Uno de los principales ejes del proyecto correísta fue el electoral. “Para qué organización social” -dijo el Ministro de Gobierno Gustavo Larrea- “si ganamos elecciones”? Correa fue el gran candidato que ganaba las elecciones. “Si quieren gobernar ganen las elecciones” decía Correa.
Durante cada evento electoral la población se definía a favor o en contra en las urnas, por lo tanto, no se necesitaba participación ciudadana, acción colectiva, organización popular, las urnas lo eran todo. Se trataba de una concepción estrechamente liberal de la política, pues el sufragio era el recurso sagrado para elegir dignatarios. Para conseguir resultados exitosos se requerían nada más que encuestas, publicidad, campañas, que luego conseguían las victorias en las urnas.
El contar con un sustento material en el Estado y los servicios públicos, con un imaginario alimentado por estos y la legitimación de las urnas, evitaba a la fuerza gobernante dedicarse a un trabajo laborioso de construcción de un movimiento político o un partido o promover organizaciones sociales. El concepto de partido era para el “think tank” (tanque pensante) correísta una antigüedad del museo de la política, y la “organización social” una mala palabra. El propio Correa se encargó de desprestigiar durante 10 años a la “izquierda infantil” y señalar, como dijo en un programa televisivo, que las organizaciones sociales eran un “peligro para la democracia”.[1]
La ausencia de esos dos elementos: de un instrumento político y de un frente social con organizaciones populares, entre otros factores, es lo que explica la rápida implosión de la Revolución Ciudadana. Pocos salieron a defenderla. El correísmo (que ahora ya no se llama Alianza País) no tuvo capacidad de resistir el avance de la derecha. Nebot y Larrea con el guion del departamento de Estado norteamericano, se lo comieron vivo. Un evento histórico que tuvo un proceso de acumulación de fuerzas desde inicios de siglo y una década de permanecer en el poder, se deshizo en algo más de un año.
No quiero decir que la obra de la Revolución Ciudadana haya sido inútil, ni que el papel de Correa ha sido completamente negativo. No fue una década perdida, pero tampoco ha sido una década ganada. Tuvo pros y contras, y solamente calibrando esos aspectos positivos y negativos podrá servir la experiencia de algo para el futuro. Lo que queda claro es que ni el poder del Estado, ni de los medios, ni de las urnas, fueron suficientes para construir un sujeto político capaz de resistir a la derecha y mantener un acumulado que permita al pueblo organizado actuar y luchar en condiciones difíciles.
Un fenómeno parecido al velasquismo, que ganaba elecciones con el caudillo, pero que, al momento de la sublevación militar o el ataque de las elites, se derrumbaba rápidamente. Velasco utilizó el Estado para hacer obra pública, así como el balcón y la radio para ganar elecciones, pero nunca construyó partido, ni tampoco integró en su corriente a la organización popular.
En el 2017 comenzó la década de la confusión. Militantes sin rumbo, sectores populares que se ilusionaron, ahora deprimidos y desconcertados, operadores políticos buscando pescar a rio revuelto bajo el aura de su antiguo líder. ¿Crítica? ¿Autocrítica? No la hubo y difícilmente habrá en una fuerza que siempre dependió de las luces del líder, que giró en su entorno, que no construyo una fuerza nacional y popular y que en no hace política, sino vaga en los tribunales en defensa de los “boy scout”.
[1] Conversando con Ada Colau, RT https://www.youtube.com/watch?v=TTiEBts2V44