¿Por qué las “izquierdas” apoyan la invasión rusa a Ucrania?
La invasión rusa a Ucrania ha movilizado el apoyo de un importante segmento de las “izquierdas” a Rusia y su presidente, Vladimir Putin. Dicho apoyo se fundamenta en los motivos “principales” enunciados de la intervención militar: la “desnazificación” y la “desmilitarización” de Ucrania. En este contexto, el supuesto realismo político (burgués) de las “izquierdas” ha terminado sumándose a una pugna interimperialista, donde tanto la clase trabajadora y el pueblo ruso, como el ucraniano, poco tienen que ganar.
Partimos nuestra crítica desde lo amorfo y subjetivo que implica el término “izquierdas”. Muletilla presente en una generación francamente anti comunista -en el discurso y la práctica-, desarrollada en el oropel del reformismo y la espectacularidad de las redes sociales. Carente de método de análisis, la dialéctica, superpone deseos y opiniones personales a la realidad y la historia. De ahí su rechazo a la lectura, la reflexión, la crítica y la autocrítica, así como la inexistencia de una práctica revolucionaria real. La marginalidad y el espíritu franciscano de visitar al pueblo y la clase trabajadora cada fin de semana, no significan vocación de poder.
Las “izquierdas” suponen la existencia de una franca y abierta lucha antifascista promovida por Moscú contra la junta “nazi-fascista” ucraniana. Si bien es cierta la existencia de eventos que abrieron el camino a la toma del Estado ucraniano por sectores abiertamente fascistas y de ultraderecha, la invasión rusa únicamente responde a sus propios intereses de auto preservación imperial, como lo veremos a continuación.
Tras la caída del revisionismo soviético en 1991, el ala reaccionaria que asumió el poder en la Unión Soviética tras la muerte de Iosif Stalin (1953), y posterior al 20 congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), propició el camino a la constitución de la Rusia conservadora y autoritaria de hoy en día. El espacio pos soviético, por motivos de preservación frente a Occidente, ha sido sometido a la hegemonía militar y subyugación política de Rusia.
La política internacional rusa ha sido tajante frente a los intentos de varias ex repúblicas soviéticas por ingresar a la Unión Europea. Hecho plenamente entendible si el afán de ésta, la OTAN y Estados Unidos es la descomposición del Estado ruso, sea por vía militar o de desgaste económico. Sin embargo, dicho realismo político plenamente burgués e imperialista, no responde a una lucha antifascista en sí mismo, sino al derecho de auto preservación de Rusia, en el marco de la geopolítica y las relaciones internacionales capitalistas.
Los hechos anteriormente mencionados -en apariencia- son desconocidos por las “izquierdas”. Confunden la actitud guerrerista rusa con la liberación soviética de Ucrania de las fuerzas nazis y los colaboracionistas ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial. Reconocen a Vladimir Putin como un grande y como un líder político, pero destilan anticomunismo frente a Iosif Stalin.
El auge nacionalista y fascista en Ucrania se origina en el siglo XXI con la denominada Revolución Naranja (2008), y termina con el Euromaidan (2013), insurrección en la que confluyeron partidos políticos y grupos paramilitares neonazis como Praviy Sector (Sector Derecho) o Svoboda (Libertad). Ambos eventos contaron con el declarado apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea. En ambos sucesos, se buscó colocar a un peón aliado a los intereses de Occidente en Ucrania, versus, los sectores “pro rusos” que habían “controlado” Ucrania tras la disolución de la Unión Soviética.
Por supuesto que es cierto el financiamiento y libertad de organización de sectores abiertamente fascistas, como el ensalzamiento público de ex colaboracionistas durante la ocupación nazi de Ucrania por el propio gobierno. Desde la gestión de Petro Oleksiyóvich Poroshenko (2014-2019), tras la insurrección del Euromaidan, hasta el actual Volodímir Zelenski, es común encontrar en la simbología de instituciones públicas, incluidas las de seguridad y vigilancia, imágenes y referentes fascistas. Aunque si se escarba de forma más detenida, se puede decir que esto se originó también durante la administración de Víktor Yúshchenko, (2005-2010).
El caso más referenciado hasta ahora ha sido el de Stepán Bandera, líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), con su brazo armado, el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA). Solamente en la masacre a polacos de Volinia (región ucraniana cercana a Polonia), al UPA se le adjudican aproximadamente 80.000 asesinatos.
No obstante, estos hechos no endosan de ninguna forma una expresión “antifascista” a Rusia, más aún cuando su política internacional no tiene ningún compromiso ideológico. A Putin le da igual mantener relaciones con la ultraderechista Marine Le Pen en Francia, la teocracia iraní o Nicolás Maduro en Venezuela. Lo cierto es que el realismo político ruso en su política internacional corre entre una actitud antioccidental como antiliberal: conservadora en lo político, cristiana-ortodoxa en lo religioso y capitalista-imperialista en lo económico.
Las “izquierdas” que apoyan a Putin y la invasión rusa a Ucrania, apoyan una guerra imperialista. Son los mismos que ven en los regímenes reformistas y entreguistas, desde los progresismos latinoamericanos, la Siria de los al Assad, la China de Xi Jinping, el Irán de los ayatolás, procesos revolucionarios o de progreso, que solamente existen en su imaginación y fantasías. Las y los marxistas leninistas somos internacionalistas proletarios, no apoyamos guerras imperialistas.