Relocalización de la mano de obra, relocalización de la subjetividad (II)
El descubrimiento de las luces
“En ese entonces en ese pueblo no había nada. Había luz pero sólo desde las 6 hasta las 7 de la noche, y sólo un vecino tenía su propio generador con el que prendía una tele chiquita y ponía películas que pagábamos por ver” Comunero de una parroquia rural.
En el primer artículo de esta serie abrimos la pregunta respecto a las subjetividades surgidas de las transformaciones históricas de los modos de producción. Antes de proponer una profundización sobre esta temática, conviene aclarar a breves rasgos cómo estamos comprendiendo la subjetividad en este análisis: hablamos de la interacción de la conciencia de sujetos, individuales y colectivos, con las condiciones materiales y la estructura social en las que nacen, se alimentan, trabajan y construyen relaciones; y que por lo tanto determinan sus acciones, su deseo, comportamiento, pensamiento y emocionalidad. Nos referimos a cómo los sujetos internalizan las dinámicas colectivas en las que están inmersos y a partir de las cuales toman una serie de elecciones personales, que se desprenden de una forma de sociedad concreta.
Marx afirmaba que “las sociedades producen lo que los hombres y las mujeres son”, es decir, crean las dinámicas de subjetivación que a su vez inducen la construcción de culturas e identidades. Sin embargo, una utilización rigurosa del método marxista no permite una lectura mecánica de este postulado, sino dialéctica y por lo tanto compleja y múltiple. Consideramos que esta es una aclaración pertinente para evitar interpretaciones lineales o deterministas.
En una “sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones” (Marx & Engels), las subjetividades aparecidas al interior de esta, también serán fragmentarias y contradictorias. De ahí una posible explicación inicial al aparente absurdo que muchas veces parece regir las decisiones del sujeto: sectores empobrecidos votando por sus tradicionales verdugos empresariales; la inversión mensual en una televisión que una familia prioriza sobre sus necesidades alimenticias; personas que buscan el placer mediante su propia destrucción, etc.
En nuestro contexto, es vital reconocer los procesos de individualización subjetiva que apuntalan la estructura y las dinámicas neoliberales. Los impulsos patológicos de acumulación y competencia, que el modelo necesita exacerbar para sobrevivir, configuran identidades que tienden a negar agresivamente cualquier dependencia hacia lxs otrxs; discursos que hacen de lxs demás rivales, obstáculos o herramientas, naturalizando desigualdades y se condensan en enunciados como “el pobre es pobre porque quiere”.
En este punto, consideramos que una observación más detenida de los objetos culturales que refuerzan la individualización de los sujetos en el capitalismo, es un importante punto de partida. Resumiendo, al hablar de estos objetos culturales individualizantes hacemos referencia a los instrumentos y las tecnologías que potencian la configuración de una identidad fundamentada en la primacía de lo individual por sobre lo colectivo. Mediante estos objetos, se internaliza una forma de entender el mundo.
Reflexionemos por ejemplo sobre la energía eléctrica y los objetos de ella derivados: algo en apariencia tan cotidiano establece una agresiva línea divisoria entre el campo y la ciudad. Así, las que podríamos denominar como tecnologías de la luz dividen radicalmente los modos de vida de dos grupos poblacionales (campesinxs y ciudadanxs); pero al mismo tiempo expanden, recortan o reinventan los límites de lo real y lo imaginario en las mentes de los sujetos, sus horizontes de sentido y su accionar en el mundo material. ¿Qué imágenes y relatos instaló la televisión en nuestras conciencias? Quimeras y fantasías, pero también las formas en las que “se comporta” una mujer, un médico, un ama de casa, un empresario, un hombre, una docente, un campesino, una niña, un niño, una familia, un consumidor, un triunfador, una madre, un fracasado.
La irrupción de objetos culturales individualizantes conmociona los modos de vida de sujetos individuales o colectivos, y así también su cosmovisión. ¿Cómo cambiaron las relaciones sociales tras la electrificación de las grandes ciudades? ¿Cómo cambian nuestras conversaciones ante lo que nos muestra una televisión encendida? ¿Cómo nos vemos a nosotrxs mismxs, al ver en las pantallas a esos seres a quienes nunca terminamos de parecernos? ¿Cómo comprendemos nuestro lugar en un mundo que desborda de referencias a los relatos y las hazañas individuales de “grandes personajes”?
Ahora, podemos dar un paso más dentro del laberíntico y vasto territorio de las tecnologías de individualización. Pongamos sobre la mesa el caso del crédito para los sectores rurales. Como lo establece Bretón, esto introdujo un patrón de acción fundamentado en intereses individuales de crecimiento y acumulación que desestabilizó y rompió con dinámicas de acción colectiva que permitían a las comunidades constituirse como tal.
Ante esto, cabe mencionar que la resistencia desde dispositivos comunitarios se encuentra en una desventaja que es indispensable subsanar desde nuestras militancias, pues su construcción resulta mucho más exigente y no responde a parámetros funcionales al capitalismo, sino colaborativos y contingentes. En Ecuador existen ejemplos históricos de dispositivos de resistencia comunitaria, aunque sus orígenes son difusos: el trabajo cooperativo desarrollado en las mingas, podría estar vinculado con la transferencia de las labores de construcción de infraestructura, para las clases más desposeídas. Asimismo, prácticas como la jocha, al parecer tienen antecedentes en la conformación del huasipungo y la urgencia de generar estrategias colectivas de supervivencia.
La configuración de subjetividades individualizadas es crucial para el sostenimiento de la sociedad burguesa, trocando los proyectos colectivos en estrategias para el beneficio privado. De esta manera podemos comprender que existan quienes (entre la clase trabajadora, y es esto lo más alarmante) durante las movilizaciones de junio de 2022 sostenían “que el paro solo produce pérdidas”, destacando su pérdida individual sobre cualquier principio de acción colectivo, establiendo como criterio máximo el disfrute propio, como si el mismo fuese un elemento antagónico con respecto al cuidado de lxs demás.
A esto debe sumarse, y es algo en lo que profundizaremos a futuro, la desesperanzadora situación ecológica y los inusitados niveles de violencia, absolutamente funcionalizados para reforzar las ya híper individualizadas subjetividades del capitalismo, desesperadas en la búsqueda de placeres de consumo que disipen transitoriamente el terror ante el doloroso y extendido colapso. Así se releva incluso la lógica que subyace en la compra compulsiva de ciertos bienes: una televisión o un celular se convierten de golpe en una compra emergente, cuya utilidad y funciones concretas son direccionadas para convertirse en un elemento simbólico de prestigio a los ojos del sujeto.
Con una fuerza cada vez mayor, la individualización se consolida como el relato estructurante de nuestras realidades: el éxito de los empresarios “hechos a sí mismos”; la historia de un sujeto que, siendo bachiller, llego por su esfuerzo y astucia a ser el dueño de varios bancos y luego el presidente de un país. No es casual que este relato -y otros de personajes similares- no consideren las redes familiares que transfirieron -literalmente- los recursos para estas épicas gestas del éxito burgués.
Hoy, una vez más, como recientemente lo ha hecho el camarada Gabriel Rodríguez de forma certera, sostenemos que el reconocimiento y la invención de estrategias y prácticas colectivas son prioritarias; se trata de una búsqueda irrenunciable y permanente en todos los niveles de nuestras vidas: material, organizativo, discursivo, cognitivo, narrativo. Es fundamental luchar por la construcción de nuevos sentidos para nuestras acciones, desarrollando en el camino nuevas formas de percibir, sentir, reflexionar y luchar. Llevando un paso más allá la acertada defensa de la teoría revolucionaria realizada por Lenin, bien podemos afirmar que sin subjetividades revolucionarias -el plural en este caso es fundamental-, no habrá jamás un auténtico movimiento revolucionario.