Revolución e intentos fallidos
“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera”. Marx & Engels
“Los obsecuentes no disienten, los leales sí”. Mauricio Delpir
Karl Marx y Friedrich Engels, con sensible y luminosa inteligencia, nos entregaron un implacable arsenal de herramientas para encarar la complejidad y las contradicciones del devenir en el que tuvo y tiene lugar la lucha de lxs trabajdorxs. Ambos comprendieron un principio indispensable que Rosa Luxemburgo también destacaría: los intentos fallidos son absolutamente necesarios para la revolución. La capacidad de hacernos cargo de nuestros fracasos es una obligación impostergable para lxs marxistas. Quizás uno de los ejemplos más precisos y contundentes para abordar este tema sea el debate respecto proceso soviético.
Hablar de la URSS como un intento fallido puede despertar violentas reacciones defensivas por parte de camaradas que, quizá confundiendo idealización con lealtad, interpretan la crítica como traición. Por eso conviene dejar en claro ciertos puntos. La caída de la Unión Soviética fue traumática para quienes nos reconocemos comunistas; hasta hoy continuamos dimensionando las consecuencias y las enseñanzas que trajeron su existencia y posterior desaparición: es evidente que su relevancia histórica así lo exige. Sin embargo, a veces olvidamos lo que realmente les debemos a quienes nos han precedido en la revolución permanente: radical generosidad en el reconocimiento de sus aciertos y brutal rigurosidad en la crítica de sus errores. La verdadera lealtad se ejerce y construye así.
Las armas de la burguesía, su Estado, sus instituciones, sus fuerzas de “seguridad”, sus diez mil cabezas deformes existen para acorralarnos y masacrarnos desde todos los flancos posibles. En todas las dimensiones de la praxis y la teoría, en las calles y en el debate público, el enemigo va utilizar hasta la más recóndita de nuestras debilidades en contra nuestra. La realidad de explotación en la que nuestros cuerpos están inmersos es demasiado despiadada; los mecanismos de explotación y subyugación capitalistas son demasiado perversos; y el endiosamiento masturbatorio del pasado es un lujo que no podemos darnos. Continuando con el ejemplo, incorporar a cabalidad los aprendizajes que nos dejó la URRS implica, como Marx habría hecho, rechazar cualquier pretensión de entenderla como una suerte de “paraíso perdido”.
El método dialéctico-histórico del marxismo exige el reconocimiento permanente de la contingencia y la mutabilidad de lo real. Esto no sólo hace absurda sino contrarrevolucionaria cualquier postura que se proponga leer el pasado en clave de utopía. La Revolución de Octubre fue un episodio central en la historia de la lucha proletaria, pero nunca la fundación de un Olimpo; lxs bolcheviques fueron (y son) nuestrxs camaradas, y no se merecen el insulto de ser tratados como las figurillas de cualquier iglesia de la burguesía. A lxs hermanxs de combate no les debemos obediencia ni sumisión; les debemos la honestidad brutal que el amor revolucionario demanda. En los vínculos entre camaradas (confluyendo el pasado con el presente de manera siempre dialéctica y nunca lineal), la crítica debe ser tan afectuosa como férrea y constante.
La nostalgia soviética -de hecho cualquier nostalgia- establecida como elemento constitutivo de la acción política es profundamente riesgosa, fácilmente funcional al conservadurismo y otras posturas reaccionarias burguesas todavía más repulsivas y espeluznantes. De las apologías hiperbólicas sobre Stalin hasta las delirantes afirmaciones sobre la desaparición del patriarcado y del racismo en la Unión Soviética, el terror y la cobardía para reconocernos en nuestros intentos fallidos nos vuelve torpes y ciegxs. Desconocer nuestros fracasos y demonios sólo causará que éstos regresen a devorarnos y escupir los huesos.
En este punto, considero oportuno recalcar que la discusión aquí propuesta va mucho más allá del caso particular de la URSS. Lo que intento poner a debate son las formas en las que como revolucionarixs y anticapitalistas nos relacionamos con lxs camaradas que nos antecedieron, replanteando a su vez los principios que determinan afectiva, cognitiva y materialmente nuestros vínculos militantes en general. La fuerza del marxismo en gran medida radica en su inagotable adaptabilidad para incorporar y reorientar las contradicciones de la realidad, sus luces, sus sombras, sus vicios reaccionarios, sus potencialidades emancipadoras y su infinita gama de grises y ambigüedades. Esa interacción sostenida, crítica y dinámica con la contradicción y la contingencia es uno de los más poderosos instrumentos con los que contamos, resultando crucial su aplicación en la construcción histórica de las subjetividades e intersubjetividades revolucionarias.
Si entendemos la revolución comunista como un proceso dialectico en curso (y así deberíamos hacerlo), en el que la clase trabajadora del mundo entero confluye a través de las épocas y en el que los intentos fallidos no tendrían que ser sino alicientes para la generación de nuevas fortalezas, el diálogo con los errores y las miserias de nuestros referentes históricos tendría que plantearse con la misma transparencia que la celebración de sus victorias, con el amor honesto y desgarrador de la camaradería, y no con el servilismo temeroso de los profetas bíblicos ante su dios. Cualquier narrativa orientada a convertir un fracaso en “pasado idílico” al que se busca el retorno es una vía rápida y corta hacia el fascismo. Las lógicas de la idolatría son un veneno burgués que ha infectado nuestra sangre por demasiado tiempo. Si no arrancamos ese veneno de nuestras venas el triunfo del enemigo es irrefrenable, y ya decía Walter Benjamin que “ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence, y nunca ha dejado de vencer”.