Alberto Picuasi: La guerra contra los vendedores ambulantes en Santiago de Chile
En el sistema productor de mercancías, la vida no vale nada. Lo único que importa es la valorización del capital hacia el infinito, a cualquier precio. Quienes no tienen su existencia asegurada, están obligados a vender su fuerza de trabajo para no morir de hambre, para procurarse un techo cada noche, para alimentar a sus seres queridos. Quienes tienen algo de suerte consiguen un trabajo asalariado, amarrando su devenir cotidiano a un horario, una rutina, a ser un engranaje más dentro del proceso productivo. Al menos se tiene un salario asegurado a fin de mes.
En Chile, la subcontratación y la precariedad se han extendido tanto que ser un asalariado, aunque suene irrisorio, se ha vuelto casi en un privilegio. Un gran porcentaje del proletariado va de trabajo en trabajo, y muchas veces no logra encontrar uno. La informalidad se ha extendido notablemente, muchas y muchos para ganarse la vida se han visto forzados a ejercer el comercio ambulante en la calle, vendiendo comida o lo que puedan, para llegar a fin de mes. Un gran porcentaje de ellas y ellos son inmigrantes, discriminados y rechazados por una sociedad que se cree la Europa de América Latina.
Sin cotizaciones previsionales, sin derecho a salud, sin nada, viviendo al día, en un clima hostil que se ha vuelto mucho más peligroso, desde que hace un tiempo se han lanzado agresivas campañas públicas, que buscan criminalizados y perseguirlos brutalmente. La policía y los inspectores municipales les multan, humillan, detienen, torturan en los calabozos de las comisarías y roban sus mercaderías cada vez que tienen la ocasión. Felipe Alessandri –militante de Renovación Nacional-, alcalde de la comuna de Santiago Centro, y Evelyn Matthei –militante de la Unión Demócrata Independiente-, alcaldesa de Providencia, han sido quienes han impulsado un plan para erradicar a estas trabajadoras y trabajadores de las calles, a quienes tachan de simples delincuentes. Afirman que buscan higienizar sus comunas. Ambos son reconocidas figuras de lo más rancio de la derecha chilena por su odio a las y los pobres. El día jueves 4 de abril su guerra cobró su primera víctima.
Alberto Picuasi era un vendedor ambulante de origen ecuatoriano, como la gran mayoría de las personas de su comunidad en Santiago, que luchaba a diario por llevar el sustento a su hogar. En su paño solía ofrecer artesanías típicas de su país a los transeúntes en las calles cercanas al Barrio Meiggs. El jueves pasado, mientras se encontraba trabajando cerca de la Estación del Metro ULA –Unión Latino Americana, -¿qué ironía no?-, nuevamente Carabineros, la maldita policía, intentó detenerlo por ejercer el comercio ilegal. Huyó aferrado a su paño. Perseguido por todas partes, corrió por la calle y murió atropellado por un microbús de la línea 516 de la locomoción colectiva. Nunca soltó el paño de sus productos, probablemente era todo lo que tenía, no podía darse ese lujo. Un charco de sangre en el pavimento y una vida de esfuerzo suprimida en un instante. No fue un accidente, fue un asesinato. Nos matan si trabajamos y si no trabajamos nos matan, siempre nos matan.
Una multitud de transeúntes y ambulantes encararon inmediatamente a los policías. Casi linchados por la muchedumbre, quienes en sus caras les gritaban “¡asesinos!” tuvieron que huir, siendo reemplazados por un grupo de antidisturbios, de aquellos que siempre se hacen los valientes cuando se trata de golpear a gente desarmada. En repudio a este crimen se realizó una velatón en la Plaza de Armas de Santiago, convocada por organizaciones de migrantes y organizaciones sociales de diversa índole. Mientras tanto, sus compañeras y compañeros, vendedores callejeros como él, en el mismo lugar donde ocurrió todo, levantaron una barricada incendiaria exigiendo justicia, bloqueando la principal avenida de Santiago. Tras estas acciones de solidaridad resultaron tres mujeres detenidas.
Las y los anarquistas, en conjunto con organizaciones de trabajadoras y trabajadores ambulantes, están llamando a una movilización que se espera sea masiva y combativa para el próximo día martes, en pleno centro de la ciudad. No podemos, ni debemos, ser indiferentes ante este horroroso crimen. No podemos guardar silencio en un mundo, en el cual las personas son tratadas como cosas y las cosas como personas. La solidaridad es la única arma que tenemos quienes no tenemos nada. Aún tenemos sangre en las venas y humanidad, no nos resignamos a aceptar que el Estado y sus fuerzas represivas hagan lo que quieran impunemente con nuestra gente. El proletariado no tiene fronteras: reconocemos en Alberto a uno de nuestros hermanos. Y cuando un hermano cae, nos levantamos, en su honor y memoria. Al menos quienes no tranzamos nuestra dignidad.