El dinero en la pandemia como “revelador” del capitalismo patológico (I)
Pandemia, dinero y capitalismo patológico
“Un sistema que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo”.
Santiago Alba Rico
“Si el dinero fuera directamente en ayudas a estos negocios, el cierre podría ser total y se salvarían muchas vidas”. La contundente sentencia fue formulada por el secretario de Salud Pública de Cataluña que, inquirido acerca de la causa del enésimo incremento vertiginoso de contagios, tras la reapertura económica decidida por el gobierno catalán a finales de noviembre, expresó meridianamente la impotencia manifiesta de las políticas públicas para hacer frente al desastre en curso.
¿A través de qué perversos mecanismos se genera ese agudo contraste entre la acuciante carencia de recursos monetarios por parte de las administraciones públicas y la exuberancia irracional de los circuitos financieros, atiborrados de liquidez fabricada “del puro aire” en las pantallas electrónicas de los bancos centrales?
Dinero infinito:el rescate financiero
“Su cajero automático es seguro. Sus bancos están seguros. Hay suficiente dinero en el sistema financiero y hay una cantidad infinita [sic] en la Reserva Federal”.
¿Una cantidad infinita de dinero? ¿Cómo se genera y hacia dónde se dirige este maná inacabable?
En medio de la catástrofe sociosanitaria y del desplome de la actividad productiva, la prioridad absoluta de la dirigencia del capital ha sido reforzar los frágiles pilares del sistema financiero, comenzando por las gigantescas entidades de crédito too big to fail y por los mercados bursátiles, que amenazaban derrumbe súbito en los primeros momentos de la crisis. Así también continuando con el apuntalamiento de toda la miríada de entelequias de ingeniería financiera que pululan por la banca en la sombra y que ya habían provocado el desplome de 2008. La artillería pesada disparada por las baterías de la fábrica de dinero incluye compras masivas de bonos del tesoro a la banca comercial, de bonos corporativos a las grandes multinacionales y de todo tipo de activos titulizados por la banca privada, además de avales al préstamo comercial y de masivas inyecciones de dólares -la moneda de más del 60% de los intercambios mundiales- para sostener los flujos financieros globales. ¡La economía entera mantenida con respiración asistida por la “maquinita” de la fábrica de dinero!
El resultado era previsible.“El martes 24 de noviembre el Dow Jones y el S&P 500 alcanzan sus máximos históricos”. Mientras el país bate récords diarios de contagios y fallecidos y la catatónica estructura productiva sigue sin dar signos de vitalidad, el casino bursátil nada en océanos de liquidez, batiendo marcas históricas y engrosando las arcas del 1% de la población, propietario del 90% de los títulos bursátiles y demás activos financieros.
Cédric Durand detalla el orden de prioridades: “en un mundo donde la actividad está colapsando, los bancos centrales son el seguro a todo riesgo para los inversores. Protegen el patrimonio financiero al apoyar directa e indirectamente el valor del conjunto de los activos financieros. Proporcionan una antevalidación política del capital ficticio porque los beneficios esperados para el futuro son de alguna manera garantizados por el soberano”.¿Beneficios futuros garantizados por el soberano? ¿Queda, en esta extravagante operativa, algún resto del libre juego de las fuerzas del mercado en entornos competitivos -la esencia ideológica del capitalismo libera-, que presuntamente consagra la preeminencia de la sacrosanta gestión privada por encima de la ineficiente asignación pública de los recursos?
Los efectos secundarios de las tempestades de dinero generadas por el supremo hacedor monetario son múltiples. Entre ellos se encuentran la exuberancia irracional de los mercados bursátiles -incluso las grandes corporaciones se apuntan entusiastas al festín a través de la surrealista operativa de la recompra masiva de sus propias acciones-, la propulsión exorbitante de los niveles de deuda globales y el extraordinario aumento de la desigualdad de rentas y de riqueza -únicamente el décil superior de la escala social es receptor neto de rentas financieras-. ¿Cuál es el motivo real de esta aguda asimetría entre la opulencia del casino financiero y el estado catatónico de los circuitos económicos reales que caracteriza la devastadora crisis en curso?
La respuesta a tan acuciante interrogante reside en la aberrante infraestructura de la fábrica de dinero erigida bajo la égida del dogma neoliberal-monetarista, hegemónico desde la crisis de estanflación de los años 70. Sus rasgos esenciales son la primacía de la producción de dinero-deuda a cargo de la banca privada –la planificadora de la actividad económica- y la sacrosanta independencia de la banca central, que corta de raíz la posibilidad de financiar el gasto público dejando a los inermes Estados a los pies de los caballos de los tiburones del casino financiero global. El “árbol de dinero mágico” sólo vierte por tanto sus prolíficos dones sobre los partícipes del festín financiero.
Tal configuración demuestra fehacientemente que el dinero -su modo de producción e inyección en los circuitos económicos- no es una herramienta técnica, sino la expresión máxima del ejercicio del poder social al servicio del interés del capital. Y el desastre en curso no ha hecho más que revelar dramáticamente la completa inadecuación de la “fábrica de dinero” para la implementación de las perentorias políticas públicas que pugnen al menos por paliar la devastación social imperante.