El dinero en la pandemia como “revelador” del capitalismo patológico (II)
Montañas de deuda: la impotencia del “rescate” social
“No vamos a dejar a nadie atrás”. La solemne proclama corresponde al presidente del gobierno español que, en los inicios del shock pandémico, aseguraba que los, pomposamente denominados, ‘Presupuestos de la Reconstrucción’, que estaba elaborando el gobierno “progresista”, iban a ser suficientes para paliar el desastre social provocado por la pandemia. No parece que haya sido el caso.
En agudo contraste con las descomunales bazucas monetarias de la fábrica de dinero, los premiosos y cicateros “rescates” sociales aplicados por los desbordados gestores del bien público en los Estados “soberanos” de la vieja Europa, han ido a remolque de la “histeria” del supremo hacedor monetario. Implementando, con cuentagotas y extraordinarias trabas burocráticas, medidas excepcionales en pos de aliviar el completo hundimiento de miles de empresas y de los ingresos de legiones de trabajadores precarios, autónomos y externalizados.
Bellamy Foster resume la calamitosa situación de las finanzas públicas bajo el talón de hierro monetarista: “Ahora la política fiscal y la monetaria están fuera del alcance de cualquier gobierno que se atreva a hacer algún cambio que afecte a los grandes intereses creados. Los Bancos Centrales se han transformado en entidades controladas por los Bancos Privados. Los Ministerios de Hacienda están atrapados por los límites de la deuda y las agencias reguladoras están en manos de los monopolios financieros y actúan en interés directo de las corporaciones”. No obstante, y a diferencia de la situación provocada por la quiebra del sistema financiero global en 2008, en este caso, la inviabilidad de los sectores económicos claves en el terciarizado capitalismo primermundista -con el turismo en lugar destacado–, es un desafío cuya solución no está ya en manos únicamente del demiurgo de la fábrica de dinero.
A la fuerza ahorcan. En última instancia, la elección de los gobiernos occidentales en el momento del estallido de la pandemia no fue -como proclaman, a bombo y platillo, como si de un ansiado cambio de paradigma se tratara, algunos entusiastas reformistas- entre el keynesianismo y la ortodoxia neoliberal. Sino entre el caos económico absoluto y la preservación de un mínimo resto de cohesión social: la gobernanza de la pobreza.
¿Existen otros modos de gestión del desastre social provocado por la pandemia, que pongan de manifiesto la absurdidad del encarnizamiento terapéutico neoliberal-monetarista?
Un contraejemplo demoledor, que pone al desnudo la perversidad intrínseca de este neoliberalismo “compasivo”, lo representa la política económica seguida por el gobierno chino, tras el formidable impacto inicial de la pandemia. Con un banco central público y la mitad del sector bancario en manos estatales, el gigante asiático -sin mostrar obviamente simpatía alguna por su modo de acumulación intensamente extractivista y su régimen político-social digno de una distopía orwelliana- ha logrado, forzar la reactivación económica. Esto a través de la planificación sustentada en la férrea dirección estatal de la actividad productiva y en la financiación directa por parte de la banca pública de los sectores estratégicos y de las pequeñas empresas más golpeadas por el batacazo inicial.
El exitoso enfoque adoptado se sitúa en las antípodas del de los otros grandes bancos centrales “independientes”, como el Banco Central Europeo: donde estos últimos han inundado los mercados financieros de liquidez y se han limitado a ofrecer masivas garantías a los bancos. Con la vana esperanza de forzar la activación de la financiación de la actividad productiva, “la política monetaria del Banco Popular de China se ha preocupado por asegurar que la liquidez colocada en el mercado sea utilizada eficazmente para garantizar la supervivencia de las empresas, financiando, a través de la banca pública, la inversión productiva”. El resultado es extraordinariamente concluyente: la economía china ha recuperado los niveles previos al shock pandémico, mientras que en Europa la depresión económica y la destrucción del tejido productivo se vuelven crónicas de forma irremisible.
En las antípodas del ejemplo anterior, el cacareado Fondo de Recuperación de la Unión Europea, cuyos primeros fondos no llegarán a sus destinatarios hasta ¡el segundo semestre del 21!, se financia -ante la imposibilidad de recurrir al brazo monetario del BCE- a través de la emisión de deuda en los mercados y del incremento de la recaudación fiscal. Montañas de deuda. Tal es, en definitiva, el resumen de la patada a seguir a cargo de la gobernanza del capital en pos de aplicar una frágil cataplasma a la debacle en curso. ¿Será esta vez suficiente? ¿Podrán los sortilegios de la fábrica de dinero y las tenues medidas gubernamentales contener el desastre? O, por el contrario, la hecatombe pandémica será una suerte de “revelador” que, a diferencia de la crisis de 2008, pondrá de manifiesto la impotencia de los trucos circulatorios utilizados masivamente por los bancos centrales para aliviar las insolubles contradicciones del capitalismo desquiciado.
Paisaje tras la tormenta: ¿un crac de proporciones devastadoras?
“Todo esto no hace sino acumular una “tormenta perfecta”, una enorme explosión de la economía, en proporciones tendencialmente horrendas, que puede hacer irrisorias las crisis del 29 y de 2007-2008 juntas”.
El agorero pronóstico de Andrés Piqueras no parece andar muy desencaminado. Las vulnerabilidades del sistema capitalista no han hecho sino crecer exponencialmente tras la salida en falso de la crisis de 2008. Como consecuencia, existe una panoplia de crecientes vulnerabilidades que ceban a una velocidad sin precedentes las “entrañas de la bestia”. Entre ellas constan la enorme concentración bancaria –agravando el “riesgo moral”, al ser “demasiado grandes para quebrar” y actuar por tanto bajo la seguridad del subsidio público-; la hipertrofia de las entelequias financieras, cada vez más sofisticadas y desreguladas, comerciadas por la banca en la sombra y por los grandes fondos de inversión, que utilizan masivamente las “cuevas de piratas” que representan los paraísos fiscales. También resalta el astronómico nivel del endeudamiento global, propulsado por los océanos de liquidez creados por la fábrica de dinero y a punto de provocar una cadena generalizada de impagos de deuda pública en las arrasadas economías del Tercer Mundo. Un desajuste de este calibre –el ritmo de incremento de la deuda global ¡quintuplica! el del PIB mundial en las últimas dos décadas– constituye por tanto la espoleta de una explosión financiera de proporciones potencialmente devastadoras.
La contradicción básica es, en definitiva, que la deuda y los flujos financieros no pueden crecer indefinidamente, a través de la inflación de activos propulsada por las bazucas de la banca central. Estas acaban descoyuntando el conjunto del organismo económico, pero la matriz de rentabilidad del capitalismo patológico exige ese crecimiento artificial para sostenerse. La terrible pandemia en curso no ha hecho más, en definitiva, que revelar, con una contundencia inusitada, la flagrante incompatibilidad del sistema de la mercancía con cualquier noción de preservación de las constantes vitales del planeta y del bienestar de sus habitantes.