Acumulación del capital a costa del trabajo de las mujeres 2.0
La pandemia mundial causada por el virus SARS-COV2 o Coronavirus, ha develado y profundizado la crisis multidimensional que la sociedad ecuatoriana ya atravesaba. El desmantelamiento sistemático del Estado por parte de las élites económicas neoliberales al mando del gobierno actual, muestra sus consecuencias históricas en el país. En cuanto a las consecuencias específicas sobre los cuerpos de las mujeres, existen al menos tres aspectos alarmantes que responden al orden patriarcal de jerarquización sexual en el que vivimos, entrelazado con el capitalismo y el colonialismo, brutales e implacables ahora más que nunca: la violencia explícita, el acceso al trabajo y el acceso a la salud integral. En esta nueva etapa del capitalismo, la apropiación del trabajo de las mujeres por parte del gran capital se reformula, precarizando aún más nuestras vidas.
Nunca está de más repasar la intersección de los sistemas paralelos de opresión y explotación en los que vivimos inmersxs: capitalismo – patriarcado – colonialidad. Es relevante comprender el funcionamiento de estos tres sistemas en conjunto, porque nos permitirá elaborar la pauta para comprender la mayor vulnerabilidad de ciertos cuerpos sobre otros. Por ejemplo, históricamente: las mujeres pobres no blancas, indígenas, afro, negras, mestizas, y lesbianas o género-diversas, han sufrido sobre sus cuerpos y vidas, de forma más brutal, las violencias de estos sistemas. La pobreza se encuentra feminizada, tenemos menos acceso a salud y educación, tenemos menor acceso a trabajo formal y también percibimos menores salarios, tenemos menos espacios de representación, al mismo tiempo de ocupar menos espacios de dirección y poder.
En cuanto a la violencia explícita, la vida de las mujeres se ve particularmente vulnerada en esta crisis multidimensional: mientras para unas mujeres y niñas el confinamiento significa estar aisladas en espacios íntimos con sus agresores, disparándose la intensidad y la frecuencia de abusos físicos, psicológicos, patrimoniales, verbales y sexuales. El aislamiento ha quebrado redes de sostén de la vida por fuera del hogar para las mujeres, inclusive en términos políticos de autodeterminación. Para otras mujeres, que no pueden permanecer en casa, implica la reducción significativa de sus ingresos, ya que la mayoría de población en trabajo informal, es femenina. Al tiempo que los lugares y horarios de acceso al espacio público se disminuyen, el aumento de exposición a la enfermedad para vendedoras ambulantes, trabajadoras sexuales y demás mujeres que trabajan en las calles, es escalofriante.
Respecto al trabajo formal y asalariado, las mujeres ya representábamos un porcentaje menor, así como también menos remunerado que los varones. Más allá de la doble jornada laboral que ya ejercíamos las mujeres, en la que se percibía un salario por el trabajo por fuera de casa, más la jornada laboral de cuidados y reproducción social sin salario, dentro de casa; las mujeres fueron las primeras en ser separadas de las instituciones de trabajo, las primeras en percibir menor salario y las primeras a quienes no se les renovó el contrato a partir de la pandemia por Covid-19. Esto lleva indudablemente a una precarización de la vida de las mujeres, y nos expone de forma potencial, a caer en violencia patrimonial por parte de compañeros varones, que ahora se convertirían en cabezas de hogar, y manejarían una nueva dimensión de poder dentro de los hogares: el dinero.
Con relación a la situación sanitaria, en un colapso generalizado y anterior a la pandemia del sistema de salud, pero sin duda agudizado por la misma, se evidencia en el acceso limitado a salud especializada para mujeres y cuerpos gestantes. Este se encuentra significativamente limitado, por lo que tampoco se logra acceder a métodos anticonceptivos ni a control prenatal adecuado, menos hablar de la salud sexual y reproductiva autodeterminada y cuidadosa. Así como no existe ninguna política sanitaria de prevención y cuidado contra el Covid-19 para las mujeres que trabajan en el espacio público y de manera informal, precarizando la vida también en esta dimensión.
Así mismo, si bien no existen estadísticas oficiales, las mujeres históricamente ejercemos los trabajos de cuidado, tanto en los espacios privados, como en la vida pública. En los espacios privados, la manutención de una casa llena 24/7 ha generado una sobrecarga de trabajos de cuidado a las mujeres del hogar, que en términos capitalistas, ha significado una nueva dimensión de apropiación del capital, del trabajo de las mujeres. Y ha significado también un desgaste físico y emocional aumentado para nosotras. Mientras que en el espacio público, la mayoría de trabajadoras de la salud son mujeres precarizadas: desde las auxiliares de limpieza, pasando por enfermeras, cuidadoras de ancianxs, terapistas físicas e internas rotativas, hasta médicas de especialización, todas ellas expuestas al virus y los recortes presupuestarios.
El Coronavirus se convierte en un arma de limpieza social y exterminio, con el que el capitalismo refuerza sus mecanismos de opresión y explotación. En sus dimensiones patriarcales y coloniales, los cuerpos y las vidas de las mujeres no blancas y sexo-afectivas diversas, han sufrido consecuencias específicas, profundizando vulnerabilidades construidas y sostenidas históricamente. Aún faltan topar las situaciones específicas de las mujeres y niñas en situación de movilidad humana, a quienes se les suman violencias estatales y sociales que les vulneran la vida y los cuerpos. También adeudamos la investigación en acceso a educación virtual diferenciada en género para niñas y adolescentes mujeres jóvenes. Este es solo un recordatorio de la dimensión patriarcal y colonial del capitalismo salvaje que extermina la vida digna.
Frente a estas nuevas formas de opresión y explotación del capitalismo patriarcal y colonial ¿qué nuevos mecanismos de resistencia planteamos?