Palestina, Sáhara: el imperio contra los pueblos olvidados
Un palestino de 24 años, Haroun Abu Aram, queda tetrapléjico por un disparo en el cuello proveniente de un soldado israelí, durante una discusión motivada por la confiscación de un generador eléctrico, el día dos de enero. El coordinador especial de Naciones Unidas para el proceso de paz en Oriente Medio, Nickloay Mladenov alerta, el pasado 21 de diciembre, al Consejo de Seguridad de esta institución supranacional que unos 2,5 millones de palestinos (el 47 % de la población bajo control del ejército ocupante israelí) requiere de asistencia humanitaria internacional para poder comer. Nadie parece inmutarse en nuestra desarrollada y civilizada fortaleza europea.
El día de Fin de Año explota una mina en la zona de Legraib en Birnzaran, cerca del muro construido por Marruecos en el Sáhara Occidental, al paso de un vehículo Toyota en el que viajan un padre y sus hijos. No hay heridos en esta ocasión, pero lo cierto es que, en esta zona, desde 1975, han fallecido más de 2.500 personas por este tipo incidentes, la mayoría de ellas pastores nómadas del desierto. Sólo en el año 2018 murieron 22 personas. Más de siete millones de minas, colocadas por el Ejército marroquí, guardan el muro construido por el reino alauita para garantizar su ocupación militar del territorio saharaui, mientras la opinión pública occidental debate sobre cuál es la canción más pegadiza del año.
Palestina y el Sáhara: dos pueblos olvidados, maltratados, condenados a la invisibilidad y al silencio por la absoluta ausencia autista de una Unión Europea que, sin embargo, se presenta como la principal garante de los Derechos Humanos a nivel mediático global.
Dos pueblos que tienen derechos reconocidos por la Organización de Naciones Unidas. Derechos que, sin embargo, son pisoteados sin consecuencia alguna por las potencias ocupantes, Israel y Marruecos. Mientras los asentamientos israelitas se multiplican en Cisjordania, ubicados estratégicamente para impedir que sea posible un Estado palestino viable; en el Sáhara, Marruecos impulsa una política de colonización con población marroquí, dejando en el limbo la obligación impuesta por la ONU de realizar un referéndum de autodeterminación.
¿Y el Occidente orgulloso de sus políticas de Derechos Humanos, de su democracia liberal, de su opinión pública informada y culta? ¿No responde?
Responde como sabe Occidente responder a los asuntos del Sur global, y de los pueblos olvidados. Responde jugando a la realpolitik y al Gran Juego de las potencias coloniales y postcoloniales. “Hombre blanco habla con lengua de serpiente”, que decían aquellos cómics subversivos de los sesenta.
Fijémonos en el Emperador, aunque ahora parezca a punto de ser destronado. Donald Trump ha clavado estos meses los últimos clavos en el ataúd en el que han sido enterrados, aún vivos, los pueblos palestino y saharaui.
En primer lugar, Trump ha implementado una estrategia geopolítica destinada a salvaguardar a su aliado israelí y a generar una gran coalición contra Irán en Oriente Medio. Para ello, ha desplegado sus esfuerzos diplomáticos hasta conseguir que Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán reconozcan oficialmente al Estado de Israel, abandonando de hecho las reivindicaciones del pueblo palestino, sustentadas por las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, y la propuesta de solución del contencioso palestino-israelí en base a la constitución de dos Estados viables.
Además, el presidente de Estados Unidos, en el marco de ese mismo planteamiento estratégico, ha procedido a reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, contraviniendo también las resoluciones de la ONU al respecto, a cambio de que la monarquía Alauita reconozca oficialmente al Estado de Israel.
Trump oficia de sepulturero de dos pueblos sometidos a la miseria y la violencia de los poderosos. Y las élites de la Unión Europea, plenas de preocupación por la situación de la oposición venezolana, bielorrusa o cubana, no se estremecen ni un poquito por el estado de los niños y niñas de Gaza o de Tinduf, que a duras penas sobreviven gracias a la ayuda humanitaria, mientras a sus mayores nadie parece dispuesto a reconocerles derecho político y social alguno, ni siquiera contando con el paraguas favorable del Derecho Internacional.
El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía condena al Ayuntamiento de Cádiz por participar en una campaña de los movimientos sociales de boicot a los productos israelíes. Una campaña, por cierto, apoyada por numerosos activistas progresistas judíos de todo el mundo. La empresa vasca CAF se dispone a iniciar el proyecto de ampliación del tranvía de Jerusalén, un proyecto destinado a unir la ciudad con el asentamiento israelí ilegal (según el Derecho Internacional) de Gilo, expulsando a la población palestina que se encuentra en los terrenos de construcción y contribuyendo a desestructurar y atravesar de vías israelíes el territorio palestino para hacer inviable un futuro Estado propio. Cinco activistas israelíes del movimiento Stop the JLR son detenidos en diciembre por encadenarse a las excavadoras y tratar de paralizar la ampliación.
Mientras, la Unión Europea permite que Marruecos incluya al Sáhara Occidental como territorio propio en sus acuerdos comerciales mutuos sobre pesca y agricultura. Empresas marroquíes y europeas se reparten el botín de los fosfatos, los bancos de pesca y la energía verde en el Sáhara ocupado, mientras una dura represión se desata en El Aaiún contra los activistas saharauis. La UE no reconoce oficialmente la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), pero hemos de entender que no es un hecho extraño: tampoco mueve un dedo por los activistas marroquíes encarcelados por reclamar el respeto a los Derechos Humanos en el Marruecos de Hassan II, como el historiador Maati Mojib o los activistas de la rebelión de la Hirak.
Es el duro destino de los pueblos olvidados en el flamante Orden Mundial, “liberal y democrático”, gestionado por Occidente. Hablamos de saharauis y palestinos, pero también podríamos hablar de mapuches, tamiles, kurdos, tzotzales y tojolabales…Los pueblos que no caben en las fronteras delineadas con tiralíneas en los despachos de las capitales coloniales. Las gentes que se niegan a rendirse pese a que todos los poderes de nuestro mundo conspiran por su desaparición. Las muchedumbres que el Derecho reconoce con la boca pequeña para que las botas de la violencia pisoteen en la impunidad. El espejo cruel de las luces navideñas de nuestras felices capitales europeas.
Nada hay más triste que el Derecho cuando se convierte en la fina capa impotente de bruma y palabreo que pretende ornamentar la injusticia. Nada hay más alegre que la solidaridad en acto de los pueblos. Nada hay más digno que la pedagogía de los pueblos olvidados, que nos manifiesta una y otra vez que la lucha y la esperanza son el destino irremediable en nuestro tiempo para todo lo que vive.