Consideraciones sobre el Partido u organización revolucionaria (II)

PARTIDO

Una vez retratada la polémica en torno al Partido, pasaré a desarrollar las preguntas: ¿qué es el partido y qué partido queremos? Las respuestas a ambas preguntas están definidas por los alcances y limitaciones a la hora de pensar la organización revolucionaria, sus métodos y objetivos finales, casi siempre encontrados alrededor de la siguiente dicotomía: el Partido como partera de la revolución u órgano dirigente.

La historia de la izquierda nos demuestra que el Partido ha sido pensando principalmente como una institución dirigente, cuyo objetivo no solo es asegurar el triunfo revolucionario sino también ejercer el poder, es decir: organizar, dirigir y gobernar, funcionando como la representación legítima de la clase. Esta problemática definición se ha traducido en el secuestro y tutelaje de la iniciativa del pueblo para avanzar hacia la gestión directa de la vida, suplantada por el Partido y el Estado, elementos que a la larga han tendido a converger en uno solo.

La crítica que realizo a la concepción hegemónica de Partido fácilmente podría ser tildada de anarquista, si se considera que el pueblo por sí mismo es capaz de dar saltos históricos de la noche a la mañana, de forma espontánea, por su propia voluntad, desarrollando una especie de consenso multitudinario prescindiendo de órganos dirigentes e instituciones de representación y coordinación. Como sabemos, en la historia no ha existido episodio alguno que demuestre esta peligrosa idea, comúnmente levantada por los detractores – liberales y posmodernos – del Partido. Si embargo, detrás de la concepción mecanicista – organizar, dirigir y gobernar – y “realista”, se esconde una naturaleza peligrosa que maquilla las formas en que continúa actuando la modernidad capitalista, antes, durante y después de la revolución.

El objetivo del Partido no es simplemente organizar, dirigir y gobernar, tampoco digo que la organización revolucionaria debe dejar de hacerlo y echar en manos del “instinto popular” la consecución de la revolución, convirtiéndose en un mero observador con “buen análisis” de la realidad.  A lo que me refiero es que a la par de la organización y dirección de las fuerzas populares, el Partido debe desarrollar en ellas – fundido en su seno – la capacidad de auto organización, es decir, la construcción, multiplicación y ejercicio del poder popular de forma territorial, con el objetivo de crear una cultura organizativa, y con ello la emergencia de una consciencia popular, que esté en la capacidad de suplantar al Estado burgués en todos los ámbitos de la vida, e incluso, al Partido en tanto órgano director.

Por lo tanto, la razón de ser de la organización revolucionaria es su disolución en medio del pueblo, “la extinción” de su rol “vanguardista” en el desarrollo de la consciencia y el poder popular (instituciones de auto gobierno) desde una perspectiva histórica, no inmediata, mediante el “movimiento político social”, instrumento definido como el cúmulo de organizaciones e instituciones populares de gestión, administración y coordinación económica, política, cultural, artística, etc, nacida a la par de una nueva identidad colectiva (nacional y popular) construida alrededor de la lucha de clases, el feminismo y la ecología como ejes trasversales, complementada con otras identidades y discursos en lucha contra el capitalismo.

El tipo de Partido

Plantear una concepción de Partido en consonancia con las críticas aquí expuestas, requiere deshacerse de la concepción mecánica “vanguardista” que lo ha caracterizado, y empezar a pensar en que aquella minoría activa debe jugar un rol organizador y dirigente de las fuerzas populares no para secuestrarlas, sino para que estas desemboquen en el poder popular, desarrollando la consciencia e instituciones de transición.

¿Esto quiere decir que el Partido debe enfocarse simplemente en “brindar las herramientas” que generen el poder popular y la consciencia en el pueblo, como un simple laboratorio de ideas y metodologías?

No, la acción del Partido es mucho más compleja, pues al estar inserto – entiéndase integrado – en el pueblo, despliega una estrategia de acumulación de fuerzas en relación a una táctica y estrategia delimitada por la comprensión del momento histórico – y la contradicción – que atraviesa una sociedad, y  dispone también mediante el análisis concreto de la situación concreta, de un programa que recoge e interpreta las aspiraciones populares.

Además, la organización revolucionaria está compuesta por cuadros – militantes integrados voluntariamente –. Es necesario que éstos desarrollen por igual el pensamiento y la acción, la mística militante, la auto disciplina, la coherencia; sin convertirlos en “comisarios de la revolución”, personas sin criterio guiadas por el dogma del todo o nada.

Se debe buscar que los cuadros tengan la capacidad de organizar, construir, dirigir y pensar, en función del programa, táctica y estrategia, por sí mismos, ya que esto es garantía de que el proceso continuará incluso si los máximos delegados – dirigentes, referentes, etc. – de la organización han sido anulados por el adversario.

Finalmente, la “disolución” del Partido en medio del pueblo podrá darse cuando este lo haya copado por sus propios medios, mediante las instituciones construidas sobre el poder popular, mismas que adquieren el carácter político y dirigente antes exclusivo de la organización. Hasta ahora este proceso no se ha concretado en la historia, ninguna sociedad ha sido suficiente por si misma, persistiendo estructuras dirigentes, que en el caso de ser necesarias aún, deben estar férreamente controladas por la voluntad popular, y no ser simplemente el instrumento de una minoría.

 

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